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Versión extraviada (9): doble filo

4 octubre, 2020
Lucernario romano. Foto R.Puig

He trabajado intensamente durante las últimas dos semanas como un ermitaño, encerrado en mi apartamento de Roma. No me esperaba la llamada de ayer de un viejo amigo al que el Padre Geschner ha dado el número de mi telefonino. Es un jesuita al que conocí en mis años de juventud durante uno de los cursos de marxismo (de orientación crítica) de Mario Spinella, ya por entonces comunista abierto a todos los diálogos.

Me habla de una situación delicada y de una organización que estaría tratando de impedir la publicación de los textos de que ha dispuesto Jeffrey (hasta que por orden vaticana se los han secuestrado) y con los que yo estoy trabajando. Le tranquilizo, aunque él no me ha tranquilizado, y quedamos en vernos en cuanto haya entregado el material al editor.

De modo figurado me referiré a él como Padre Garrone. Me ha aconsejado un banco con cajas de seguridad donde debería guardar copia de todo lo que tengo entre manos. Al parecer hay una organización ultramontana que ha sabido del proyecto y, no se sabe si con el beneplácito de algún alto prelado vaticano o de alguien con conexiones de gran influencia en la curia del papa, está dispuesta a impedirlo cueste lo que cueste.

Escalera en el Castel Sant’Angelo. Foto R.Puig

Medio en broma medio en serio, mi viejo amigo me ha advertido de que puedo elegir entre procurarme un berreto verde o conseguir ropa de monseñor en una sastrería especializada que me puede recomendar.

Tienda ad hoc. Roma. Foto R.Puig

Circularé pues con precaución. Hoy mismo he estado en el banco que me ha indicado y he guardado copias en una caja de seguridad. He hablado con el editor al que he puesto al corriente de la situación.

Pero volvamos a lo importante…

María:

Cuando Jesús se marchó al desierto le perdimos de vista durante casi dos meses. Algunos discípulos de Juan que volvían de paso por Nazaret, contaban que a Jesús no le habían visto, porque no estaba con la misma comunidad de eremitas que Juan, pero que sabían que ayunaba y meditaba y que, también era cada día más admirado entre los propios ascetas.

Lo que sí sabíamos es que entre aquellas comunidades había un poco de todo, sin que faltasen los que predicaban la rebelión contra los romanos. Yo no sabía con quienes estaba Jesús ni que ideas predominaban entre ellos. Jesús era de natural pacífico, pero en los últimos tiempos su sangre joven se dejaba notar, se indignaba a menudo con los abusos que en nombre de la religión se producían en Israel, con las cosas que se contaban de Herodes y sus cortesanos e, incluso, con la ocupación romana. Yo temía que en el desierto se uniese a grupos rebeldes. Todo ello podía ser extremadamente peligroso.

Cuando finalmente volvió estaba muy delgado y taciturno. No hablaba mucho, pero se recogía para orar. En aquellas semanas que sucedieron a su vuelta fue sin embargo cariñoso y ayudaba a sus hermanos en la carpintería y le gustaba salir a las tareas del campo y acompañar en el pastoreo.

Pero eso duró poco. Un buen día me dijo lo que yo ya presentía, que él tenía una misión que Yaveh le había encomendado y que iba a marchar a predicar la llegada de una renovación, de un reinado de la verdad y del amor. Lo que él llamaba el reino de los cielos. Así fue, como un día vinieron a buscarle algunos compañeros del desierto y marchó al encuentro de Juan, que por entonces predicaba a las orillas del Jordán. Le abracé y le vi alejarse durante un rato hasta que desapareció de mi vista por el camino de Cafarnaún.

Al principio me preocupaba si tenía suficiente para vivir. Con los primeros discípulos aumentaban más las dificultades. Algunos no tenían familia y podían dedicar lo que ganaban con su trabajo, o al menos una parte, a mantener el grupo. Después estaban las limosnas espontáneas de la gente que asistía a sus predicaciones. La verdad es que Jesús vivía con muy poco.

Era una comunidad pobre y austera. Cuando predicaba por Galilea yo podía a veces mandarle comida, especialmente productos de nuestro huerto. El taller de carpintería sólo daba para mantener a sus hermanos y primos, y a sus familias. De ahí no podía yo tocar nada. A veces, algunos amigos del pueblo me daban algo en secreto para que no se enterasen en la sinagoga y yo se lo hacía llegar.

Luego, conforme empezó a predicar por Judea y fue haciendo amigos entre familias ricas, judíos piadosos bien situados y con influencia, incluso algún funcionario acomodado de los romanos, me enteré de que la caja del grupo recibía donaciones generosas. Jesús era más y más invitado a las casas de esas familias, adonde venía con dos o tres discípulos. Allí tenía discusiones sobre la religión judía y sobre los cambios que él quería hacer. Venía en secreto algún miembro de la minoría del Sanedrín.

Por entonces a mi hijo ya no le faltaron recursos para mantener a su grupo y financiar sus desplazamientos. Incluso daban limosnas generosas a la pobre gente, en especial a los lisiados, que acudían a escucharle.

Todo esto me tranquilizaba, pero al mismo tiempo me iba sintiendo más marginada de su misión. Le veía poquísimo y ya no me invitaba a venir como cuando en Caná estuvimos juntos en una boda en la que ayudó a conseguir más vino, gracias a uno de sus amigos pudientes, cuando se estaba acabando. Luego han contado cosas que no son verdad sobre un enorme milagro. Yo creo que esa fue la última vez en que aceptó mostrarse conmigo en público. Su prestigio entre las gentes cultas y la frecuentación de sus amigos ricos le alejaron de nosotros. Me duele decirlo, pero en alguna manera parecía sentir que ya no estábamos a su nivel.

Ya no eran los tiempos en que en pleno campo repetía a la gente los sabios consejos de nuestra tradición que había aprendido de José y de mí.  Hubo un momento en que algunos discípulos de la primera hora comenzaron a ilusionarse con una forma de partido dentro del judaísmo. Jesús comenzó a sentir que secretamente algunos miembros influyentes de la sociedad le apoyarían cuando se enfrentase al círculo corrompido de las autoridades de Jerusalén. Por un lado se alejó de sus orígenes y no quiso dejarse ver con su madre y sus hermanos y, por otro, se arriesgó a venir a nuestra Ciudad Santa rodeado de multitudes que le aclamaban. No sólo se sintió el Mesías sino que creyó que iba a conseguir un gran cambio.

Y no sólo yo había perdido a mi hijo sino que él mismo corrió a su muerte brutal. Ahora que ha pasado tanto tiempo veo todo con más claridad. Cuando llegué tarde a Jerusalén y ya lo habían condenado me sentí impotente, no entendía. Fue cuando lo sepultamos y uno de sus amigos ricos, un fiel judío que se llamaba Nicodemo me contó a grandes rasgos lo que había pasado cuando vislumbré algo de aquella misión generosa en que mi hijo se había metido y en la que había perdido la vida. Pero a su madre y a mis otros hijos, a nuestra humilde familia y a los amigos de Nazaret, nos había dejado hacía ya tiempo

Magdalena penitente. Caravaggio. Galería Doria Pamphili. Roma. Foto R.Puig

María:

Por lo que vi en Jerusalén y por lo que ahora me cuentan los que llegan de allí, los jefes de la comunidad de los discípulos de Jesús no son partidarios de hacer lugar a las mujeres. Empezaron conmigo, cuando me pusieron bajo vigilancia con el pretexto de protegerme.  Me han enviado algún mensaje pidiéndome que vuelva, pero yo estoy bien en Nazareth y no quiero mezclarme con sus predicaciones. Mi hijo ya no está y no creo que aprobase todo lo que dicen.

Luego siguieron con María la de Magdala. No es que yo la aprecie especialmente, pero Jesús la amaba y me parece que si las cosas hubiesen marchado de otro modo, se habrían unido en matrimonio. Ella le seguía incondicionalmente y hacía todo lo posible por cuidarle. La verdad es que, en los años de la predicación de mi hijo, María  estuvo más cerca de él, que yo que soy su madre. En una ocasión en que hablamos, ella me pidió que hablase con Jesús. “No me quiere escuchar”, me dijo. Estaba muy angustiada porque se había enterado de los planes de matar a Jesús que tenían los miembros del Sanedrín. Se lo había dicho uno de los espías que le seguían a él y los discípulos. Era un pariente suyo de Magdala el que le advirtió.  

María trató de convencerle de que se retirase por un tiempo o que, al menos, no volviese por Judea. Su familia tenía unos huertos y unas casas en la orilla superior del lago Tiberíades.  Ella estaba loca por Jesús y querían que fuese a vivir allí y fundar una familia. Jesús para entonces ya estaba absorbido por su misión y despreciaba los peligros que le amenazaban. María me confesó que sabía de antemano la respuesta de mi hijo, pero al menos había intentado protegerle. Por desgracia, sus temores se cumplieron.

El grupo de sus seguidores iba en aumento, ya no eran sólo los discípulos a los que él había ido eligiendo en persona; se habían sumado muchos otros, conocidos o menos de los primeros, y había quienes ya no tenían una visión pacífica del Reino de Dios. Había quienes compartían las ideas de los zelotas. Alguna vez me llegaron voces de que existía el peligro de que las autoridades romanas comenzaran a verlos como amenaza

Pinacoteca vaticana. Modelo de ángel de Bernini. Foto R.Puig

***

Hay que subrayar que los textos de los papiros incluyen no sólo declaraciones de María, la madre de Jesús, recogidos por Samuel en sus conversaciones con ella, sino también anotaciones de éste, en los que añade elementos que parece que no llego a conocer María.

Algunos hechos, como veremos más adelante, sí que se sintió obligado a dárselos a conocer, para corregir la información que a ella había llegado.

Entre sus notas la siguiente es interesante y premonitoria:

Samuel:

No he querido insistir, para no contribuir a lo que ya es agua pasada, pero en la cuestión relativa al dudoso carácter de algunos nuevos seguidores de Jesús, que a su madre le llegó a preocupar, por desgracia es cierto que hubo quienes acabaron por armarse de bastones y hasta de espadas y tuvieron bastante que ver con la intervención final de las autoridades romanas.

San Miguel enarbola su espada. Castel Sant’Angelo. Foto R.Puig

Por mi parte, no quisiera en modo alguno ser premonitorio, pero, dado que los textos que ya he mostrado, así como los que estoy editando y entrarán en conflicto con versiones canónicas, me temo que en las próximas semanas, si no ando con cuidado, pudiera tener que enfrentarme con situaciones que no deseo.

Mi amigo Garrone ya me ha advertido de que me mueva discretamente con transporte público, que deje el coche aparcado frente a mi domicilio actual, que camine por zonas donde haya gente y en horas diurnas y que, si se presentase alguna amenaza, me dirija a un lugar que hemos convenido.

Tengo la sensación de que, tarde o temprano, me pondrá en comunicación con Jeffrey.

Son tiempos en que a pesar de la apertura del Vaticano en cuestiones políticas y sociales, los enemigos de las novedades, tanto en materia de historia evangélica oficial como de lo que toque a los dogmas y misterios consolidados, están bien situados y pueden poner en dificultades a quien las proponga.

En la sala de la justicia. Castel Sant’Angelo. Foto R.Puig

Capítulos precedentes : Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8

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