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«Versión extraviada» (2)

24 mayo, 2020
Rememorando. Foto R.Puig

Rememorando. Foto R.Puig

Hace ya seis años, novelaba en mis ratos libres y entre lo leído, lo imaginado y lo vivido, dejé varada en cuatro decenas de folios una especie de historia. La narración acabo en un cajón, y ahora -cosas del confinamiento en el que estamos- ha emergido de una de mis carpetas. Espero poder completarla. Así que, empeñado en ello, hoy llegamos a la segunda entrega.

Capítulo 2

Jerusalem

La mañana se presentó soleada y relativamente fresca. Me habían alquilado un coche de modesta cilindrada, suficiente para alguien como yo que siempre ha preferido los viajes tranquilos y las carreteras secundarias a la velocidad de las autopistas. Pero en este caso, también por motivos de seguridad, enfilé la A1 que une la capital a Jerusalem, pues quería llegar a tiempo.

En el hotel donde me habían reservado habitación desde la recepción de Tel-Aviv, tuve tiempo de sobra para dejar la bolsa de viaje y trasladarme en taxi a la iglesia del Santo Sepulcro, en donde Elías iba a celebrar la misa en rito copto a las once de la mañana.

Lo primero que me sorprendió fue la gran cantidad de peregrinos que afluían por una puerta lateral, al parecer la única que daba acceso al enorme edificio de la basílica. Tuve que avanzar abriéndome paso con dificultad entre la muchedumbre. Los turistas se iban deteniendo, primero ante una gran piedra rectangular que todos querían tocar y luego se encaminaban hacia la entrada de la capilla copta del Santo Sepulcro.

Fue en ese momento cuando, guiado por un hombre vestido con una túnica al estilo árabe, que hablaba un inglés rudimentario, pude llegar a la pequeña capilla copta, a contrapié del sepulcro y en un nivel inferior. Después de darle un dólar, que agradeció con varias inclinaciones de cabeza y las manos cruzadas sobre el pecho, me quedé prácticamente solo frente a la verja de entrada del minúsculo recinto, donde un público exiguo, a la luz de los cirios y de numerosos lampadarios que pendían de la bóveda, salmodiaba en una lengua incomprensible para mí, siguiendo los altibajos de una prosodia envolvente y arcaica.

El altar se alzaba sobre un monumento en piedra, en la que estaba tallada una forma semicircular. El oficiante, que supuse era Elías, podría haber sido cualquier otro, pues estaba cubierto con una capa dorada de ribetes rojos, que se prolongaba sobre la cabeza con una cogulla, y lucía una barba abundante. Si la liturgia había comenzado en punto, ya debían de estar por lo que en rito latino llamamos el ofertorio. Pensé que me había perdido todas las lecturas bíblicas y estaba yo bastante desorientado. Pero, cuando me acomodé entre los asistentes y una joven me alargó un folleto en copto, con su traducción del canto al latín, me di cuenta, pues puso su índice sobre la segunda página, de que no estaba tan retrasado.

En la capilla copta. Fuente jerusalemshots.com

En la capilla copta. Fuente jerusalemshots.com

La salmodia, lenta y monótona, invitaba a la calma, lo cual era muy apropiado para lograr desconectarse de la aglomeración que había tenido que atravesar hasta llegar a esta especie de remanso. Elías, el de la cabeza cubierta, acompañado de otros cuatro clérigos barbados, revestidos del mismo tipo de pesadas casullas doradas pero sin cubrirse, se desplazaba pausadamente en círculo alrededor del altar en forma de arca. Dos de ellos esparcían una humareda aromática, cada uno balanceando un pesado incensario en oro y plata. Los escasos fieles seguían el texto que acompañaba la ceremonia de la presentación de los dones, el pan y el vino, que portaban el celebrante y sus dos asistentes. Era el momento de invocar la transustanciación mientra trazaban numerosas señales de la cruz sobre las especies.

Siguieron cuatro lecturas evangélicas que no pude descifrar por haber sido leídas en copto por Elías mismo, cuya voz ya pude reconocer sin dificultad, a pesar de que, para mi fascinación, recitaba los textos con exótica musicalidad en esa lengua que se deriva del egipcio antiguo. El tiempo, a pesar de la lentitud de la celebración, discurría casi sin sentirlo. Sentado tras las lecturas me hubiese quedado allí varias horas como transportado a un espacio irreal. Esta sensación se incrementó bajo el efecto narcótico de las letanías que siguieron con su monótona cadencia.

A continuación, gracias al folleto en latín, deduje, por una serie de similitudes, que habíamos entrado en lo que en las misas de nuestras latitudes se denomina el prefacio y, a continuación, el canon, pero más extensos y repetitivos. Elías me explicaría después que en las liturgias orientales la suma de estas dos partes constituye la anáfora. Ese día, por decisión suya se había recitado la más larga, la de San Cirilo, pues este largo ejercicio litúrgico en copto constituía un placer estético y lingüístico que raramente se le ofrecía. Al parecer, los monjes coptos eran un tanto renuentes a dejar este protagonismo a sacerdotes del rito latino. Pero Elías era el único de ese rito en Jerusalem  que dominaba el copto primitivo, mejor incluso que los monjes coptos, que normalmente la celebraban en árabe y en griego.

Entre los asistentes estaban varios condiscípulos de Elías. La joven que me había señalado la página resultó ser una religiosa mejicana que cursaba estudios posdoctorales de teologías orientales en el Instituto donde Elías investigaba.

Después del Sanctus se procedió a la consagración y a la comunión del cuerpo y la sangre de Emmanuel. Con el lavado concienzudo de los vasos sagrados y la despedida, seguida del canto de un salmo festivo, de melodía un poco más animada, concluyó todo, mientras los oficiantes desaparecían tras el tabique cubierto de iconos, supongo que para depositar los vasos con el pan consagrado en el tabernáculo que estaba detrás. Imaginé que también allí tendrían un espacio a modo de sacristía, pues, al cabo de diez minutos, los monjes enfundados en sus vestes negras y Elías en su clergyman aparecieron por donde se habían retirado. Aunque no me había dado cuenta, él se había percatado de mi presencia entre los fieles, pues se dirigió a mí y, sonriendo, me abrazó. Luego se volvió a la joven que me había orientado y nos presentó. Se llamaba Laura Escobar.

Casi sin sentirlo había transcurrido una buena hora y media. Salimos lentamente los tres abriéndonos paso entre peregrinos, por la misma puerta por donde yo había entrado. Después de que Laura se hubiese despedido discretamente estuvimos los dos comiendo en un pequeño restaurante de la ciudad vieja. Elías me había preguntado si me gustaba el falafel. “Soy de tierra de garbanzos” le había respondido yo, indicando tácitamente que me parecía bien la idea. No recuerdo ya si era un restaurante árabe o judío, pues como es sabido, los cocineros de uno u otro signo reivindican para su cultura el origen de esta especialidad.

Falafel. Foto jerusalemshots.com

Falafel. Foto jerusalemshots.com

El caso es que almorzamos muy bien y muy sanamente según los hábitos vegetarianos a los que se había convertido Elías. Era un cambio notable en quien yo recordaba costumbres de alimentación yanquis, con preferencia por el sirloin steak, aunque mestizados con el interés por los condumios de cordero o de costillar de cerdo asados del Perú. Mientras comíamos, a un ritmo aún más lento que el de la misa copta, mantuvimos una larga conversación de la que todavía hoy recuerdo los momentos principales. A él, más que a mí, los años le habían marcado con su paso, en parte por una incipiente calvicie que dejaba al descubierto las protuberancias de su cráneo y alargaba aún más una frente lisa y dominante que parecía gravitar sobre el arco de sus cejas pelirrojas y las cuencas fugitivas de unos ojos azules que, afables y vivos, prodigaban su atención al interlocutor. Sus pómulos, su nariz y sus mejillas nunca habían sido los protagonistas de su rostro, y ahora lo eran todavía menos a causa de una espesa barba cobriza que Elías había dejado crecer bajo un evidente control.

Trayectorias

“Cuéntame, quiero ponerme al día”, se adelantó a decir con gesto de verdadero interés, como si lo que él había demostrado durante esa reciente liturgia en lengua copta no dejase entrever que era él quien primero me debía una narración pormenorizada de lo que había estado haciendo durante todos esos años.

Así que, aparcando todas las preguntas que me bullían en la cabeza, resumí del mejor modo posible, la banal historia de mis diez años de esfuerzos por abrirme camino tras los años del Perú y el abandono de mis incipientes estudios de Teología. Hube de reconocer que se me reconocía como un especialista en determinados ámbitos pedagógicos que yo había contribuido a desarrollar y que ese era el motivo de mis viajes, mis cursos, mis publicaciones y conferencias. Comenté también que no había abandonado totalmente mis aficiones bibliófilas en materias que en España andaban un tanto periclitadas o, al menos, sofocadas por el auge del bienestar y el consumo de productos culturales de brillo más atractivo. Si bien mi poder adquisitivo no me permitía hacerme con obras que tenía que contentarme con consultar en bibliotecas y archivos.

Escudo y lema de Olaus Magnus arzobispo sueco exiliado. Roma, 1555

Escudo y lema de Olaus Magnus arzobispo sueco exiliado. Roma, 1555

Le expliqué que siempre que me era posible prolongaba unos días mis estancias por motivos profesionales en el extranjero para, no sólo meditar frente a las obras de arte en los museos, sino para hurgar en bibliotecas y archivos de universidades y entidades públicas, visitas que preparaba con antelación, como si fuesen expediciones cinegéticas, valiéndome de mis relaciones en el mundo de la investigación educativa y de mis títulos académicos. Si no lograba coleccionar originales de obras humanísticas, al menos me hacía con reproducciones y facsímiles, entre los cuales destacaban grabados antiguos y textos de propedéutica artística y retórica o de historia social y literaria.

Entretanto en el restaurante nos habíamos quedado solos. Éramos los últimos rezagados de la hora de comer y las miradas del patrón nos hicieron comprender que había llegado su hora de descanso, previo al turno de las cenas, y que, a pesar de ser domingo, no le faltarían clientes para la cena, pues el flujo de turistas y peregrinos se mantenía hasta muy tarde en aquella zona de la ciudad. De modo que buscamos un café modesto cerca de la estación de autobuses, equidistante entre mi hotel y el Instituto Bíblico. Algunos hombres bebían el té y sólo alguna mujer compartía un refrigerio con su acompañante. Nos instalamos en un rincón tranquilo y Elías comenzó a narrar la insólita peripecia que, finalmente ha venido a ser el germen de esta historia y de algunas complicaciones que años más tarde me están causando inquietudes de las que hablaré más tarde. Pero de las precauciones entre las que vivo ahora no es aún momento de hablar.

Tras un silencio prolongado, mientras sorbíamos un café abundante y espeso, Elías inició la ordenada crónica de sus últimos años, comenzando por el final.

“Como sabes llegué anoche de un viaje con algunos arqueólogos franceses He estado una semana más allá de la frontera, en tierras de Jordania”.

En algún lugar. Foto R.Puig

En algún lugar. Foto R.Puig

No precisó de qué zona de excavaciones se trataba, aunque más tarde me explicaría que no quedaba lejos de las ruinas de Pel.la, donde habían aparecido restos de edificaciones correspondientes a las comunidades judeocristianas que se habían instalado en esa región, escapando de Jerusalem tras la destrucción de su templo por las tropas de Tito.

Siguió explicando que su primera pasión al dejar el Perú para seguir estudios de Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, había sido y era aún la de las lenguas bíblicas y el uso de la moderna filología para profundizar en la comprensión de los Evangelios y de aquellos libros del Antiguo Testamento que ayudaban a esclarecerlos. Paralelamente se había convertido en un especialista en los manuscritos de los evangelios apócrifos.

De repente cambió de tema y me confesó que, tras su ordenación sacerdotal, la frecuencia diaria de la celebración de la liturgia eucarística le había ido produciendo una sensación de desdoblamiento mental y de ausencia de sí mismo, como si quien celebraba los ritos de la misa fuese otro, mientras que él estaba entre los fieles contemplando al oficiante. Las ceremonias fueron así convirtiéndose en un ejercicio, del que era actor y espectador. Finalmente acabó sintiéndose como dentro de una escena, cuya razón de ser se reducía al logro de la perfección rítmica y estética de los gestos.

Volvió a Roma para redactar su tesis doctoral sobre el papel de la lengua caldea en la transmisión de los textos bíblicos, con especial atención al evangelio de Marcos. Por entonces, aquella necesidad de perfección escenográfica le condujo, en un contexto de diálogo ecuménico, a aprender y experimentar todas las liturgias posibles. Mientras tanto, la brillante defensa de su tesis le había granjeado el interés de los profesores de lenguas orientales y de filología bíblica que dividían su tiempo entre la Gregoriana y el Instituto Bíblico de Jerusalem.

Estaba hablándome de las diferencias y de los procesos de ósmosis entre el arameo y el caldeo, de los simbolismos de las diferentes liturgias de los cristianos sirios, de los efectos de las salmodias y letanías arcaicas que había observado sobre los fieles, de la fascinación que presidir o asistir a estas celebraciones le producía, cuando, interrumpiendo su discurso, adoptó un aire precavido y me pidió que saliéramos del café para hablar de algo importante. Ya en la calle nos pusimos en marcha en dirección imprecisa, aunque supuse que íbamos hacia mi hotel.

Ciudad vieja. Foto jerusalemshots

Ciudad vieja. Foto jerusalemshots

Eran las siete de la tarde de aquel domingo y el camino que Elías había tomado no parecía muy frecuentado. Sentí que debíamos estar entre la parte árabe y la parte judía de la ciudad por la presencia solitaria de soldados con subfusiles en algunas esquinas.

El padre

“Te voy a contar algo que nadie, salvo yo mismo, sabe”, dijo. “Estos años después de mis estudios de Teología en Roma y de mi ordenación en Chicago han sido especiales. Cuando viajé allá mi padre estaba ya muy enfermo. Creo que ya te conté que él nunca fue un judío practicante, aunque creía en algo parecido a un Dios impersonal, creencia que abandonó ante la guerra y el horror vivido por millones de seres humanos y la espantosa y sistemática matanza de los judíos en Europa, entre ellos muchos familiares, amigos y colegas. El epílogo nuclear de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki y las revelaciones que trajo el proceso de Nuremberg sobre la barbarie de las gentes ordinarias de su país y de sus clases dirigentes le confirmaron en su agnósticismo”.

“Mi padre me fue confesando todo esto en cartas y en las raras conversaciones que pudimos mantener cuando nos encontrábamos. Al final se recluyó en un profundo escepticismo y en el abandono de muchas ilusiones y creencias. Tras la agonía dolorosa y larga de mi madre se instaló en un lúcido ateísmo. Pero respetaba las prácticas católicas de sus hijos y no objetó nada cuando decidí hacerme jesuita, después de haber acabado mis estudios de filología clásica en la Loyola University”.

Elías me siguió explicando que en las últimas semanas de vida de su padre, le había estado muy cercano, casi olvidando que en poco tiempo sería ordenado sacerdote. Su padre le fue trasmitiendo innumerables documentos y publicaciones, algunas en estado de borrador. “Cuando parecía que ya no quedaba nada por explicar, mi padre me pidió desde la cama, pues ya no podía ponerse en pie, que cogiese una llave  que estaba dentro de una pequeña bolsa de terciopelo verde en uno de los cajetines del escritorio. Con ella, siguiendo sus instrucciones, se abría un cajón que estaba perfectamente disimulado al fondo del gran armario ropero del dormitorio”.

Una misión

Al llegar a ese punto Elías  hizo una pausa y prosiguió: “lo que tengo que decirte ahora es casi increíble y no conviene que se divulgue todavía. Es casi la razón última de mi permanencia dentro de la Compañía de Jesús y de mi intensa dedicación a las lenguas bíblicas, de mi inmersión en los ritos orientales del cristianismo y de mi estancia en el Instituto Bíblico. Aquí tengo a mi disposición todos los medios necesarios para continuar un trabajo extraordinario que mi padre inició y no pudo acabar. Al mismo tiempo, he ido dejando atrás una serie de creencias que daba por descontadas, para quedarme con algunas convicciones”.

Se hizo un silencio y seguimos caminando. La tarde caía bruscamente, detrás de la cúpula de Omar el cielo se había incendiado. Elías se detuvo a poca distancia de mi hotel adonde habíamos llegado sin casi apercibirnos. “Cuando acabe esta tarea cambiaré de rumbo. Mis superiores esperan que llegue a ser un ilustre profesor de Teología y exégesis de la Biblia, pero he de llegar hasta el final de lo que mi padre inició”.

Ante mi expresión interrogativa sonrió. “No me mires así» -me dijo- «los misterios para mañana. Además me parece que te estoy cansando y yo también estoy fatigado. La semana ha sido intensa. Mañana puedo venir a tu hotel y te explicaré todo. ¿De acuerdo?”

Puse la mano sobre su brazo y asentí. “Me parece muy bien. Pediré un desayuno para los dos en la habitación”.

“Hasta mañana pues, despeja la mesa, traeré papeles”.

Las luces del ocaso se apagaban.

Ocaso. Foto R.Puig

Ocaso. Foto R.Puig

continuará


Para leer el capítulo 1 pulsar aquí

19 comentarios leave one →
  1. 24 mayo, 2020 15:43

    Saca toda la narración del cajón. Ya me quedé con ganas de seguir leyendo en tu anterior entrada y desearía seguir disfrutando.
    Un abrazo, Ramón.

    • 25 mayo, 2020 20:43

      Paciencia, Manolo, en la viva estamos siempre in fieri.
      ¡Homo viator! (Bueno… mientras dure el fuelle, claro),
      Muchas gracias por tu aprecio.
      Un fuerte abrazo.

      • 26 mayo, 2020 12:52

        Que dure, que dure, amigo Ramón. El día que dejemos de estarlo preparémonos para decir adiós a todo.
        Un fuerte abrazo y a ver si cuando pase todo esto quedamos para comer.

  2. Bernardo Regal permalink
    24 mayo, 2020 16:25

    Hic e un largo com ntaroo relacionándolo con mi colega Ulima Juan Abugattas representante de OLP en Lima.

    • 25 mayo, 2020 20:49

      Bernardo, pues no se me había ocurrido meter a la OLP en la danza, claro que… ¡bastante tendría ya con topar con la Iglesia como Sancho!

  3. Hugo Rivas Guerra permalink
    4 junio, 2020 23:59

    Hi querido Moncho, que buena idea esta de poner al día los 40 folios que tienes como borrador me imagino. Estos dos capitulos estan excelente, con buena y amena narrativa y con el respectivo suspenso al final de cada capítulo. Al primer capítulo, que lo leí a medias, cuando lo subiste, no le dí mucha bola y no pensé que era parte de un proyecto de novela. Ya los juntçe en un solo archivo de Word. Ya seguimos. Un abrazo

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