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La iglesia del Gesù

30 noviembre, 2010

Lo barroco es una forma de expresarse a través de la creación artística, que se alterna e incluso se entrelaza con lo clásico a lo largo de los siglos y de las culturas, no es sólo una etapa en la historia del arte occidental, aunque se suela entender así. Roma es un lugar privilegiado para acercarse a las obras de la época que llamamos El Barroco.

Un espectáculo de luz y sonido en la iglesia del Gesù …

La iglesia del Gesù, paradigma barroco donde los haya, ofrece todos los días a las cinco y media de la tarde un espectáculo de luz y sonido que incluye, envuelta en música del Seicento, la sucesiva aparición de los distintos capolavori que revisten su interior, desde los basamentos de sus columnas hasta la totalidad de su cúpula y su bóvedas. Los haces de luz revelan progresivamente sus lienzos, esculturas, altares y frescos. El espectáculo es un crescendo. Se van iluminado aislados los distintos elementos hasta llegar a la suma y apoteosis final con la iluminación de toda la iglesia. (Gilbert y Georges habrían adorado trabajar para la obra del Gesù).

El resultado de este espectáculo te va dejando sin aliento en una mezcla de admiración y asfixia. Los fragmentos de misas barrocas cantadas dan paso de vez en cuando a un grave comentario que intenta explicar la conexión de todo eso con la misión y la obra de Ignacio de Loyola. Las palabras no se oyen bien pero en todo caso el comentario espiritual naufraga bajo la escultura en oro y plata de San Ignacio, el fresco de su triunfo celeste, la alegoría en mármol de la Verdad intolerante que apabulla desde su belleza femenina a una horrenda vieja, la yacente y acorralada Herejía, bajo las bóvedas desbordantes de cuerpos arremolinados en el empíreo y, sobre todo, ante la urna que desborda de oros vegetales, donde se guardan los restos del santo.

El espectáculo sorprende y domina al visitante, pero también recuerda que los primeros siglos de la historia de los jesuitas se caracterizan por una permanente oscilación entre la generosidad y el sacrifico y el exceso y la pompa. Como todas las organizaciones creadas para servir a una gran causa la Compañía de Jesús se ha caracterizado por extremas contradicciones. Mientras algunos de sus miembros se dejaban la piel en las reducciones del Paraguay o entraban en diálogo directo y tolerante con Oriente, otros gestionaban la orden como una empresa constructora al servicio del potente movimiento ideológico y propagandístico de la Contrarreforma. La Compañía de Jesús, nombre que Ignacio de Loyola le da como metáfora militar, adquirió con los años el sentido empresarial de la misma palabra.

La iglesia del Gesù en Roma no es sólo un testimonio soberbio de la borrachera barroca y un portento de virtuosismo dentro de aquel momento de la historia del arte occidental, es también una más entre las operaciones de marketing de la Contrarreforma, fruto de relevantes mecenazgos de ricos cardenales, cuyo dinero venía del sudor de miles de frentes. En aquellos tiempos conciliar voto de obediencia al Papa con voto de pobreza era la cuadratura del círculo. Hoy parece que lo es también conciliar esa obediencia con la libertad de la inteligencia evangélica.

Los jesuitas de Roma se contagiaron de la tradición ostentosa de los papas y el Gesù, al tiempo que una obra de arte, o una acumulación de ellas, es también un ejemplo de cómo la obediencia al Papa perinde ac cadaver (como un cuerpo muerto) ha sido la peor rémora de la orden. En ella han destacado muchos hombres excepcionales, pero a su servicio también se distinguieron  perseguidores intolerantes de herejes, como Simón Rodríguez (uno de los primeros compañero de Ignacio de Loyola), Bellarmino, Canisio, etc. y otros sulfurosos seguidores de la ortodoxia.  Comentaba Albert Camus, parafraseando a Stendhal,  (éste aludía no sin chauvinismo a los alemanes) que a ciertos colectivos la meditación no les calma sino que les exalta. Para algunos teólogos ilustres parece que los ejercicios espirituales operaban como una fuente de agresividad espiritual que acababa llevando a los herejes a la mazmorra, al potro o a la pira.

… y el símbolo de una metamorfosis

La contrarreforma devoró el proyecto ascético de Ignacio de Loyola y puso de relieve la imposibilidad de conciliar pobreza y obediencia a los papas. El movimiento creativo y constructor del Renacimiento romano, financiado en buena parte por dineros pontificios ganados con guerras y gabelas, y su aparente serenidad apolínea se resquebrajaron por sus costuras con el Barroco, dejando al descubierto las vísceras pasionales de los teólogos a la greña transformadas en piedra y en pan de oro.  La sotana de paño negro del soldado convertido a la ascesis cristiana se volvió una casulla de oro y plata y sus huesos acabaron encerrados bajos las volutas del oropel de su sepulcro.

La arquitectura ornamentada y cubierta de frescos, pinturas y tallas hasta los más íntimos rincones del Gesù es una expresión surrealista avant la lettre, pero aquí no es el subconsciente que aflora sino el interior orgánico del cuerpo místico, sus intestinos y sus vísceras, en un totum revolutum, un orgasmo de creatividad desbocada, el “fascinans et tremendum” de una apoteosis tridentina.

Los cielos del barroco en donde San Ignacio triunfa no son empíreos de calma sino tormentosos lugares donde paños, nubes y cuerpos se arremolinan vigilando una tierra en donde los cristianos se dan la muerte por abstractas cuestiones teológicas y los papas vigilan, no sólo para que los diezmos y primicias junto con las limosnas de las indulgencias y de la bula de la Santa Cruzada se acumulen, sino para que el dogma se mantenga en su inextricable floresta bajo la cual se asfixia el evangelio.

Las esculturas que flanquean el altar de San Ignacio en el Gesù son expresiones de rabia y violencia en donde la herejía asume los rasgos de anime dannate destinadas al infierno y a sufrir bajo los golpes de la cruz que una Verdad intransigente blande, voraz metáfora de Belarminos y Canisios, martilllos de herejes y canes vigilantes de la ortodoxia. Esta iglesia es más que un cuerpo decorticado, es un organismo que deja al descubierto sus haces nerviosos, sus masas intestinales, sus linfas, sus arterias y sus venas, en una danza desbocada de teología, lujo y creación barrocas. Lo que quiso ser una invitación al cielo es un conjunto de un aplastante peso fisiológico y terrestre. Lo que quiere alzarse no hace sino atraparnos en un bosque de símbolos y fórmulas.

En definitiva, frente al espectáculo de luz y sonido en la Iglesia del Gesù se puede experimentar durante un largo rato la fascinación por el frenesí de lo barroco, mientras los asistentes vuelven la mirada en todas direcciones sin saber dónde posarla, pero algunos al mismo tiempo nos preguntamos (como ya hace años en el mismo templo) por cuáles laberintos de deformación y contagio pudo la idea del soldado ascético evolucionar hasta dejar atrapados sus restos en este orgasmo de oro, plata y turbulencias.

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