«Versión extraviada» (3)

Se alza el sol. Foto R,Puig
Capítulo 3
A la mañana siguiente me levanté de buen pie y descorrí las cortinas de la habitación. El sol se alzaba sobre el barrio arbolado que rodeaba mi hotel. Había una discreta agitación en las calles, madres llevando a sus niños al colegio, algún ejecutivo caminando con maletín en una mano y dando la otra a su hijo con uniforme escolar. Nada que te hiciera pensar que estabas en una ciudad milenaria, poblada por las más variadas tradiciones y culturas.
Hacia el valle la luz iba conquistando los barrios periféricos.
La ciudad se despertaba. Foto Jerusalem Shots.com
El teléfono vino a sacarme de mis pensamientos. Era Elías que me llamaba desde la recepción. Dos minutos después llegaba a mi habitación. El aire estaba en calma y la temperatura invitaba a sentarse en el balcón. De modo que encargamos el desayuno continental. Mientras esperábamos que nos lo subiesen, Elías me dijo, sin querer entrar en detalles, que los médicos habían calificado su estado de salud de preocupante. Como el trabajo que estaba haciendo era de una gran importancia, había pensado en compartir lo que nadie más que él sabía, por si no llegase a publicarlo.
Cuando el desayuno estuvo servido. Elías continuó explicándome que lo que tenía entre manos no podía darlo a conocer a sus compañeros jesuitas, salvo quizás a Jeffrey, a quien yo también conocía de nuestra época en el Perú. En todo caso, había decidido dejar la orden al acabar el curso académico.
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Un exilio
“Como te he contado, mi padre fue profesor de filología de lenguas del oriente bíblico en Viena y Colonia, hasta que se vio obligado a renunciar a su plaza por ser judío y a emigrar precipitadamente a los Estados Unidos. Allí consiguió reanudar la docencia y los trabajos de investigación en la Universidad de Filadelfia. Su trabajo fue decisivo en la consolidación de una importante escuela de estudiosos de la historia de los textos del Nuevo Testamento. Hombres como Robert Funk y Helmut Koester le deben mucho al grupo de mi padre”.
Yo seguía en silencio este exordio de Elías, sin imaginar a dónde me llevaba. Pero ya había despertado mi curiosidad con la historia del cajón disimulado del armario de su padre, que había comenzado a narrarme el día anterior.
Tras un silencio mi amigo prosiguió: “Mis padres salieron justo a tiempo de Alemania y apenas pudieron llevarse nada. Para mi padre fue especialmente duro abandonar sus documentos y sus libros. Casi todos se quedaron en su casa de Colonia y en su despacho en Viena a merced de los nazis. Lo peor fue que no consiguió sacar de allá a sus familiares más directos, porque esperaron demasiado tiempo, incrédulos ante los rumores que corrían. Mi madre perdió así a la mayoría de su familia, aunque logró que mi abuela la acompañase al exilio”.
Lista de Adolf Eichmann para el exterminio de los judíos europeos (enero de 1942).
“En los Estados Unidos mis padres reconstruyeron su vida, allí alcanzó él su renombre científico. Cuando acabo la guerra las autoridades académicas, en especial los amigos que le quedaban en la Universidad de Munich, hicieron todo lo que pudieron para que volviese a Alemania. Pero, el recuerdo de sus padres y sus dos hermanos y sus cuñadas, asesinados en los campos de exterminio, eran una barrera que no consiguió superar. No obstante, colaboró en algunas expediciones arqueológicas de la universidad bávara”.
“Te he dicho que casi todos sus documentos de antes de la guerra se perdieron en Alemania y en Austria” –remarcó Elías- “aunque, como me confió en Chicago poco antes de fallecer, hubo algo que por todos los medios trató de salvar y consiguió llevarse”.
Llegado a este punto, Elías se recostó en su butaca de mimbre, hizo una pausa y comprendí que me iba a pedir algo importante. “No sólo necesito que guardes el secreto, ya sé que lo harás. Necesito de ti mucho más. En el caso de que yo llegue a faltar, te ruego que publiques lo que te voy a confiar”.
Hubo otro silencio antes de que prosiguiera… “Mi madre murió en 1963 cuando yo tenía 22 años y llevaba ya tres como jesuita en Chicago. Mi padre la sobrevivió, pero perdió las ganas de vivir. Siguió en casa al cuidado de una enfermera. Mi hermana estudiaba medicina en la universidad y, como residía cerca de la casa familiar, lo visitaba todos los días. En 1965 se extinguió sin dolor. Conservó su lucidez hasta el mismo día en que murió. Nos dijeron que había sido un aneurisma. Un año antes ya me había entregado aquello de lo que te voy a hablar”.
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Un hallazgo
“Durante una de sus expediciones arqueológicas con la universidad de Colonia al otro lado del río Jordán a finales de los años veinte. Cuando ya estaban cerrando las cajas para transportar algunos hallazgos y dejando convenientemente protegidos los sitios para la siguiente campaña, un árabe, al que mi padre había dado dinero para comprar alimentos para su familia y trabajo en la excavación, le invitó a su modesta vivienda”.
“Sentados sobre una estera, mientras tomaban una infusión y algunos dulces, el hombre, en señal de agradecimiento, le regaló una vieja vasija de las tres que la familia había conservado de generación en generación, probablemente fruto de antiguos expolios en yacimientos de la región. Estas extracciones clandestinas son fuente de ingresos para los lugareños”.
Vasijas en la alacena de una vivienda palestina. R.Puig
“Pero en este caso las vasijas las habían guardado para ellos mismos. El motivo era que tenían algunos caracteres inscritos en la base que mi padre reconoció como caldeos, propios del siríaco antiguo, variante dialectal del arameo, y que ellos consideraban portadores de fortuna”.
“Mi padre abrazó al hombre y recibió los parabienes de sus dos esposas junto con un hatillo de dulces que introdujeron en la vasija, a la que envolvieron en un viejo paño naranja desvaído por el tiempo. En la vuelta a Colonia la vasija viajó bien embalada en el baúl de mi padre. Pasó las aduanas declarada como dulces de Tierra Santa”.
“Después de el viaje descifró la inscripción de la vasija. Se trataba de un versículo de Isaías (45,3) que dice “te daré los tesoros ocultos”. De modo que mi padre concluyó que esa antigua vasija pudo haber servido para guardar objetos valiosos. Además mostraba marcas de que probablemente había estado sellada.”
Elías abrió su carpeta y sacó unas viejas fotografías en blanco y negro que mostraban la vasija en su conjunto y los detalles de que me estaba hablando, incluida la inscripción. Era de base y cuello amplios, como los que se utilizaban tradicionalmente en la antigua Palestina para almacenar aceite.
“Durante años reposó en un lugar preeminente en su biblioteca. Hasta que un día, estaba mi madre limpiándola con ánimo de poner unos ramos secos, cuando algo le llamó la atención en sus proporciones. Había introducido su mano en el interior y con la otra la mantenía por su base, cuando sintió que la longitud por dentro era menor y, no sólo eso, sino que la parte inferior sonaba como si escondiese un doble fondo ”.
“Al volver de la universidad, mi madre le expuso sus presentimientos y mi padre, tras examinar de nuevo la vasija, le dio la razón. Con habilidad de arqueólogo procedió en los días siguientes a serrar con delicadeza el perímetro de la capa del sellado del doble fondo. Con infinita paciencia fue evacuando el polvo, sin romper el cuvérculo, pues los trozos podrían haber dañado el oculto contenido, hasta que consiguió recortarlo y extraerlo de la vasija.
¡El falso fondo escondía cuatro rollos de papiro en sus estuches de cuero!”
Detalle de papiro en arameo (papiros de Elefantina). Wikipedia
…
Pasamos muchas horas hablando en aquella terraza del hotel. Nos subieron el almuerzo y Elías siguió con su narración sin que yo apenas le interrumpiese. Cuando se despidió empezaba a oscurecer. Me anunció que pronto volvería a Chicago y que seguramente abandonaría la Compañía de Jesús en los próximos meses. Le prometí que de un modo u otro iría verle a los Estados Unidos. Lo que no podía prever en ese momento es que eso ocurriría en un par de años y en condiciones tristes.
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El legado
El padre de Elías trabajó en secreto para acondicionar los papiros, microfilmarlos y ponerlos a buen recaudo. Desde el momento en que hubo descifrado las primeras líneas ya se percató del valor que tenía el texto y del cambio radical que introduciría en los conocimientos sobre la vida de Jesús. En el documento, un escriba judeocristiano llamado Samuel se presentaba como hermano menor de Juan y de Jacobo, los hijos de Zebedeo y de María Salomé, Afirmaba además que se había mantenido en contacto con la madre de Jesús y comenzado a recoger sus recuerdos en los primeros tiempos de la iglesia de Jerusalem. Ella le habría elegido para que transcribiese una serie de conversaciones en las que, preocupada por las varias versiones que circulaban sobre la vida y obras de Jesús y sobre ella misma, quería aclarar los hechos y lo que a su hijo le había escuchado.
El profesor Adler se las arregló, a pesar de que ya estaba jubilado, para verificar que los papiros y la escritura caldaica databan de los treinta años posteriores a la muerte de Jesús y que los estuches y la vasija podían coincidir con el éxodo tras la caída de Jerusalén en el 70 d.C.
¡Lo que tenía entre manos eran unas memorias de Myriam, la madre de Jesús, recogidas por Samuel, un hijo de Zebedeo no mencionado en el Nuevo Testamento!
…
“Cuando mis padres se exilaron en los Estados Unidos en 1936 los papiros y dos copias microfilmadas viajaron con ellos separados en tres maletas diferentes, la de mi padre con los papiros, de la que no se separó en toda la travesía, y las copias en las maletas de mi madre y mi abuela. Elías no sabía a ciencia cierta cómo pudo superar con éxito los registros de la isla de Ellis, pero al parecer su condición de profesor eminente y las cartas de invitación de académicos americanos los aligeraron notablemente”.
“¿Y la vasija?” – pregunté.
“La vasija vacía la había dejado enterrada en el sótano de su casa de Munich. Cuando volvió años más tarde, la casa había sido demolida y los nuevos edificios construidos en la posguerra hacían imposible la búsqueda del antiguo sótano».
Ruinas de Munich al final de la II Guerra Mundial. Fuente De Spiegel
«Lo más probable es que el cántaro hubiera sido destruido en las obras de cimentación de las nuevas construcciones. Para entonces mi padre ya había casi acabado la transcripción de los rollos y tenía bastante adelantada una traducción al inglés”.
Cuando murió su padre, Elías guardó en un cofre bancario los papiros, una copia microfilmada y otra impresa a partir del microfilm, de la transcripción y de una gran parte de los textos ya traducidos. Copia de todo ello le acompañó en los años posteriores. Gradualmente fue completando la traducción inglesa de su padre, a medida que su dominio del arameo, y de su derivado, el caldeo, progresaba.
Las horas habían pasado sin sentirlo. Elías tenía que despedirse, pero antes sacó de entre sus papeles unas hojas y me las entregó.
“No quiero irme sin dejarte una primera muestra de lo que tengo entre manos. Me gustaría confiarte esto y seguir compartiendo los siguientes resultados de mi trabajo para completar el trabajo de mi padre. Nunca se sabe lo que puede pasar. Eres el único en quien tengo confianza, junto con Jeffrey”.
El texto que me confió Elías era el exordio de Samuel a la transcripción de sus conversaciones con la madre de Jesús.
Deposición en el sepulcro. Detalle. Sant’Angelo in Formis. s.XI. Capua
Casi al final de nuestro encuentro, le pregunté algo que me rondaba por la cabeza después de ver las viejas fotografías de la vasija desaparecida y de su inscripción.
“¿Durante todo este tiempo no has tratado de volver al lugar donde tu padre estuvo excavando para tratar de encontrar las otras dos vasijas que tenía aquella familia con la que hizo amistad?”
Por lo que recuerdo, esta fue su respuesta:
“Desde luego. Es parte de mi agenda durante mis estudios aquí en Jerusalem y de mis pesquisas durante las expediciones arqueológicas en las que he participado. En una de ellas creí haber dado con unos lugareños que vivían en el lugar que mi padre me había indicado en la orilla oriental del Jordán. Tenían una vasija con la misma inscripción, aunque sin doble fondo».
«Les pregunté por el significado de la inscripción y me respondieron: «¡tesoros!». Luego, riendo, añadieron: «¡pero ya no están! ¡aquí todos tienen vasijas de tesoros!».
Efectivamente, en la vecindad había al menos otras cuatro vasijas con inscripciones parecidas, todas normales, todas sin un falso fondo».
…
Al filo del ocaso, nos despedimos con un fuerte abrazo. Me había confiado el inicio del texto del primer papiro.
Al día siguiente dejé Jerusalem

El sol se despide. Foto R.Puig
continuará…
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