Versión extraviada (10): improntas.

Estoy trabajando a marchas forzadas para poder entregar la transcripción, con la introducción y las notas, al editor, antes de que las cosas se compliquen.
Para desplazarme utilizo el transporte público y presto atención a no ser seguido. No creo que nadie haya localizado mi apartamento, pero en todo caso aplico variaciones en mi fisionomía y vestimenta. Cuando me desplazo a pie procuro dar algunas vueltas, sobre todo tomo grandes precauciones antes de entrar en el banco para dejar una copia del nuevo material.

He aquí mis transcripciones más recientes de las manifestaciones de la madre de Jesús en las conversaciones con Samuel. En cuanto a Samuel, estoy trabajando en paralelo con algunas informaciones que escribió y no está muy claro si compartió con María o son posteriores a su muerte.
María:
En nuestra familia siempre nos habíamos reunido, sobre todo en las tardes de invierno, después de la cena, en torno a José y a otros parientes piadosos, artesanos de Nazaret y fieles habituales de la sinagoga para escuchar sus historias y parábolas. Unas veces nos tocaba en casa y otras en la de algún vecino. Es una tradición que viene de nuestros antepasados. Entre los judíos siempre ha sido así, la moral y las buenas costumbres se enseñan con cuentos y parábolas. A Jesús le gustaba desde muy pequeño sentarse junto a mí y escuchar sin perder palabra.
Por eso me emocionaba escucharle cuando me fue posible asistir a alguno de sus largos coloquios con los grupos o con la multitud que le seguía. No he podido estar presente tantas veces como lo hubieses deseado, porque además poco a poco se fue distanciando de nosotros, sobre todo después de la ejecución de Juan. Creo que también estaba preocupado, pues los fariseos y los enviados del sanedrín le seguían y le provocaban.
Ahora, con el tiempo, he comprendido que Jesús no quería tenerme cerca, pues temía por mi propia seguridad. Entonces no me daba cuenta, pero tras sus últimas semanas y su muerte, y después de los peligros que corrimos todos, los discípulos y yo misma, he entendido que Jesús empezó a tomar precauciones desde muy pronto para evitarme riesgos.
Pero en sus primeras predicaciones descubrí al oírle que aquellas historias ejemplares que Jesús había escuchado en Nazaret se le habían quedado tan grabadas que ahora las utilizaba, a veces añadiendo cosas de su propia cosecha, para explicar a las gentes su mensaje de cambio y renovación de forma que le entendiesen todos.

Entre lo que yo le oí personalmente y las que algunos discípulos me han referido y han seguido usando tras su muerte, hay algunas que no se pueden olvidar, pues yo o su padre también se las repetimos cuando era pequeño. Hay una que se la escuchábamos también a un buen rabino de nuestra sinagoga, fallecido hace tantos años. Los campesinos de Galilea la podían entender bien pues hablaba de un sembrador que, la verdad de forma un poco alocada, echaba su semilla, pero no siempre sobre la buena tierra, así que los pájaros se comían un parte, otra crecía rápido, pero como había mucha piedra sus raíces no alcanzaban a la humedad y se secaba pronto; otra estaba rodeada de matojos, pues el sembrador no los había arrancado antes, no podía prosperar. Sólo las semillas que cayeron en la tierra fértil y profunda fructificaban.
En Nazaret entendíamos bien estas parábolas. Todos habíamos escuchado las explicaciones y sabíamos bien cómo había que cuidar los campos y cómo se debía sembrar. Pero cuando Jesús acababa de hablar ante tanta gente, y luego les miraba para preguntarles si habían entendido, pocos se quedaban. Así que solía seguir explicando a los restantes que la semilla es la palabra santa, es el mensaje del reino de los cielos, que unos ni siquiera quieren considerarla, pues están habituados a la maldad, otros están demasiado interesados por otras cosas terrenales, otros son inconstantes. Sólo los de la tierra buena son capaces de escuchar al profeta, al mensajero, al que anuncia el reino de los cielos, y de entender y de cambiar sus vidas.
También utilizaba otras parábolas campesinas que había escuchado en nuestro pueblo, como la del grano de mostaza, tan pequeño y sin embargo es tan grande la planta cuando crece. O la de los malvados que prosperan y crecen en medio de los buenos, como la cizaña crece en medio del trigo, por lo que hay que tener cuidado en no generalizar y no castigar a todos por la culpa de unos pocos, para que no paguen justos por pecadores, pues ya les llegará su hora de ser separados del trigo limpio y ser quemados.

Una que aprendió de mi es la de la masa del pan que crece y aumenta gracias a un poquito de levadura. Yo se la enseñé cuando me observaba preparando las hogazas. «¿Ves, Jesús, que la harina crece hasta hacerse un buen pan, gracias a la bondad de este poquito de levadura que parece tan insignificante? Tú eres un niño, pero eres bueno, un día podrás hacer buenos a otros, a muchísimos otros que necesitarán tu ayuda, del mismo modo que esta poca levadura alza y multiplica la masa para obtener un buen pan.» El me miraba y callaba. Pero he sabido que esta parábola se la repite a menudo a sus discípulos.
Mateo me leyó en Jerusalem algo de lo que estaba recopilando sobre los dichos y predicaciones de Jesús. Hay algunas que hablan de pesca y seguramente se le ocurrieron a él cuando predicaba junto al lago. Otras hablan de comerciantes que descubren cosas valiosas, como perlas o tesoros escondidos. Yo le dije a Mateo que hay otra muchas de estas historias ejemplares las había aprendido en casa cuando era pequeño. No sé si lo dirá cuando difunda sus escritos. En general, las mujeres no somos importantes en la forma de pensar de los discípulos, la costumbre en Israel es dejarnos de lado. Los méritos se les atribuyen a los hombres.

Fue en Galilea y sobre todo en Cafarnaúm donde Jesús empezó a sentirse seguro de sí mismo y donde se enfrentó con nuestras autoridades religiosas, volviendo una y otra vez a la sinagoga y haciendo uso de esa extraña fuerza que tenía para conseguir que los enfermos se sintieran curados.
Su fama aumentó muchísimo, así que ya no sabíamos si lo que contaban era real o fruto de las pasiones que despertaba entre las masas. Yo creo que por eso se quedó tanto tiempo en Galilea. Fue así como decidió reclutar a sus discípulos entre hombres muy corrientes pero que le seguían a ojos cerrados. Los galileos son así, cuando se apasionan nada les para.
A partir de entonces se fue desvinculando de la familia. Tenía otra familia que le arropaba y, en cierta manera, le protegía. Yo me sentía innecesaria. Sus hermanos estaban bastante irritados, pues en una ocasión dijo que la gente que estaba sentada escuchándole esos eran de verdad su madre y sus hermanos. Yo creo que entendí luego lo que quería decir, pero no ellos, pues además habían venido con provisiones. Incluso, Jesús, me pidió disculpas al día siguiente por haber sido tan brusco y tan tajante.
Sus hermanos no quisieron saber de él durante más de un año, hasta la entrada en Jerusalem antes de su muerte, que les impresionó mucho. Ahora son muy activos en la comunidad de Jerusalem y me reprochan que yo sea tan escéptica sobre todo lo que están predicando y sobre los portentos que admiten como irrefutables.
Me tienen de nuevo muy preocupada, pues ya ha habido víctimas como es el caso de uno que se llamaba Esteban al que han lapidado.
Recuerdo lo que me contó José (mi hijo) sobre lo que ocurrió en Cafarnaúm, adonde había acudido para llevar de mi parte algo de ayuda a Jesús: se produjo una discusión con un grupo de fariseos y escribas que habían venido de Jerusalem. Se habían sentado a comer, José entre ellos, y, como la mayoría de los trabajadores y de los pescadores del lago no habían hecho las abluciones rituales. Lo fariseos que les seguían para espiar a Jesús se escandalizaron mucho y le acusaron de ir contra la tradición de nuestros padres.
Curiosamente, Jesús les respondió con lo mismo que yo le había enseñado de pequeño, que todas esas purificaciones obligaban en realidad a los sacerdotes que servían en el templo y que poco a poco se habían impuesto a todos los judíos abusivamente. Incluso el marido de mi prima, Zacarías, aunque era sacerdote, lo veía así. Me contó José que Jesús les dijo que eran unos hipócritas, pues otras verdaderas obligaciones de los judíos, como honrar a los padres, ellos las quebrantaban por su avaricia, inventando fórmulas para justificarse.
Les reprochó que se preocupasen por la contaminación de cosas que van al vientre y luego se eliminan con las heces y, sin embargo, no luchasen contra la contaminación moral y las perversiones que ellos mismos toleraban y aceptaban en el pueblo de Israel. Son las maldades que salen del corazón las que de verdad contaminan.

…
Ha ocurrido algo extraño cuando circulaba en mi coche por la Vía Cassia en dirección a Viterbo para entrevistarme fuera de Roma con el padre Geschner que me quería informar de sus pesquisas para localizar a Jeffrey. Un vehículo negro con cristales tintados ha entrado desde el acceso de la vía Trionfale tan violentamente que he tenido que frenar y maniobrar al carril del centro para no ser impactado. Después, extrañamente a reducido su marcha y me ha dejado pasar, pero ha comenzado a seguirme.
He tomado un rápida decisión y me he detenido bruscamente en el arcén antes de La Storta, con lo cual no ha tenido más remedio que adelantarme. He proseguido cuando se alejaba y cuando he visto que continuaba hacia Viterbo he tomado rápidamente la salida hacia Bracciano por la via Braccianense…

Por el momento dejo la continuación para el próximo capítulo…
Capítulos precedentes : Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9
De tus últimos blogs , leídos lamentablemente a la ligera, me quedo con esta incomprensible nota sobre Jesús y María y tus sabrosas confesiones de los rodeos que das moviendo inteligentemente el esqueleto por tus barrios. Estoy de acuerdo por lo demás con las sentidas glosas de Pancho Otero a tus blogs. [Como Pablo Apóstol (!) también puedo decir que realmente no soy verdadero tertuliano de los huachipas/bolivianos/catalanes; pero llamado sí al chat internacional ecumémico por el mensaje mágico de José Luis Rouillon]
Sin que me de cuenta, creo que muchas cosas que leo, no tendría el placer de leerlas sino hubiese sido discípulo de Don José Luis; ni muchas cosas que escribo…