Divagaciones inglesas (II). Por el museo y por las calles de Leicester
Tener una familia dispersa tiene la ventaja de ir conociendo rincones de Europa que de otro modo no descubriríamos.
Aunque parezca chocante, yo hermanaría a Leicester con Sabadell, ilustre ciudad de la que hablamos hace poco, por lo acogedor y placentero de los museos de ambas y por lo fácil que es familiarizarse con los rincones de sus barrios populares y charlar amigablemente con las personas que los habitan.
El museo de Leicester y su íntima colección de arte alemán de las primeras décadas del siglo XX
El pórtico neoclásico del museo de Leicester es similar a otros edificios públicos ingleses. Lo que ocurre es que en desde la entrada nos recibe ya la cafetería, donde la atmósfera es inmediatamente acogedora para familias y niños.
Nada de solemnidades y, al ascender a la tercera planta, hay grupos de escolares que están disfrutando de una exposición sobre el mundo de la brujería, con posibilidad de disfrazarse, remover pócimas en un caldero o montar en la escoba.
Atravesando una muestra temporal de cerámicas de Picasso accedo a la exposición permanente de aquel arte alemán que los nazis consideraron degenerado.
Una familia de judíos alemanes, Alfred y Tekla Hess de Erfurt, lograron salvar in extremis una pequeña pero hermosa parte de su colección. A causa de los forzados exilios de aquella época tenebrosa y asesina, sus cuadros, esculturas y obra gráfica se refugiaron en este pequeño museo.
Fue en 1944 cuando se produjo la primera exposición de aquel período del arte alemán, precisamente aquí en Leicester, por obra del entonces conservador del museo, Trevor Thomas. El núcleo lo constituían 50 obras de la colección Hess.
Con donaciones y adquisiciones posteriores el museo demostró lo que se puede hacer con empeño y sin alharacas en una pequeña capital provinciana de los Midlans, que en España tiene ejemplos parecidos, como ya vimos con el recoleto museo de Sabadell. No como ciertos museos que casi no tienen obra que exponer, despilfarro ostentoso de los últimos años de furia suntuaria en nuestro país.
Al entrar me recibe una hermosa obra de Barlach, aquel excelente escultor expresionista del período de entreguerras, que tanto influyó en otros posteriores, como el italiano Manzú, por poner sólo un ejemplo.
Los cuadros al óleo de esta colección son una muestra de la creatividad de los artistas alemanes de las primeras décadas del siglo XX, perseguidos por Goebbels, el lacayo de las ideas de Hitler.
Un obra me cautiva, una pintura de Ernst Neuschul, titulado Negermutter, que yo traduciría libremente por Lactancia materna. Su mirada es todo un símbolo del temor que suscitaba la amenaza del III Reich para todos aquellos que no fuesen de raza aria.
Gran parte de la obra de aquel pintor de la corriente Nueva Ojetividad fue vandalizada por Goebbels. Su trasgresión fue retratar a las minorías que la ideología racista nazi quería extirpar: gentes de otras etnias, gitanos, parados marginados.
La colección tiene también cuadros de Max Liebermann
Era un pintor de caracter impresionista pero abocado ya hacia el expresionismo.
Me quedo también con la fumadora de pipa de la pintora expresionista Gabriele Münter.
Y con un paisaje a la acuarela de Karl Schmidt-Rottluff de 1938.
Una mixta de tinta china y acuarela de Max Pechstein
Pero mis fotos de los grabados y dibujos no fueron muy afortunadas por los reflejos de los focos de la sala, así que me excusaréis que no las presente.
Aunque sólo fuese por esta colección el Museo de Leicester bien merece la visita.
Pasear por Leicester
Si atravesáis el barrio antiguo con niños o sois golosos es arriesgado pararse ante la espectacular vitrina de la tienda de caramelos de De Olde Sweet Shoppe.
Lo que es seguro es que os tropezaréis con Ricardo III, a quien Shakaspeare inmortalizó como malo malísimo.
Cuenta la historia que, al estilo de los sultanes otomanos, fue el carcelero y acaso también ejecutor de sus dos sobrinos, que le hacían la concurrencia en sus derechos al trono.
Pues bien, ahora se ha vuelto una vedette internacional tras el descubrimiento de sus restos bajo el asfalto de un aparcamiento, mérito del Departamento de Arqueología de la Universidad de Leicester.
No por tener los huesos de la columna vertebral bastante contrahechos dejó de batirse hasta que lo masacraron en la batalla de Bosworth, en 1485, cerca de Leicester.
Más pacífica es la escultura de Santiago el Mayor que ve pasar a los viandantes ante la fachada de su iglesia barroca con su atuendo de peregrino a Compostela. Como es tradicional, los viajeros y turistas llevan siglos yendo y viniendo a causa de huesos célebres que aparecen por aquí o por allá.
En nuestra más modesta peregrinación y al salir del museo hemos paseado por la centenaria calle peatonal del New Walk.
Sin olvidar un garbeo por alguno de los parques de la ciudad donde dormitan antiguas mansiones
o los restos de árboles vetustos.
Son muchas los edificios que atraen la mirada cuando se recorren los barrios de Leicester, tanto los céntricos y burgueses
como los populares.
Por la London Road
o por Queens Road.
Sin que falten las numerosas tabernas inglesas tradicionales.
Ni tampoco un centro comercial para todos los gustos como los hay por todo el mundo. Estas plazas del pueblo de nuestro tiempo donde los padres acuden en los días de vacación con lluvia para que los niños se desfoguen sin atrapar un resfriado y sin que haya que cocinar.
Y, para dar también gusto a los pequeños, una visita a la Fun Fair, la Feria ambulante que recorre durante todo el año los parques y pueblos del Leicestershire, donde el vendedor de globos se cruzará estrategicamente en nuestro camino para provocar el antojo de la niña.
Así podríamos seguir, pero atardece y es la hora en que se despiertan los dragones, sin que sepamos si San Jorge, el patrón de Alción, podrá protegernos, pues hace ya mucho que el Vaticano lo desposeyó de su condición de santo (los bolandistas demostraron que nunca había existido, aunque ya Erasmo lo había dicho siglos antes).
Hay uno de esos engendros que ya nos mira desde la cornisa de un tejado.
Gracias por este apacible paseo.
Abrazos
Marga
Gracias Marga,
A ver cuándo me doy también un paseo por los bosques y los montes de Galicia…
Abrazos a todos
Moncho