Bajo el cielo de Madrid
Esta entrada se la dedico a Ion
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Seguimos con la pausa, ahora en Madrid, mi ciudad natal. Esta vez estoy teniendo suerte y el cielo, el que me vio andar por sus calles cuando vestía pantalón corto, el que pintaba Velázquez, mostraba hace tres días su mejor luz.
Es en estos casos cuando el parque del Retiro te invita a un paseo. Y, gracias a Juan (Ion) rumano y digno virtuoso del saxofón, «el aire se sosiega» (que diría Doña Emilia) y la brisa danza con el aire grave de sus notas.
La mismísima Talía descubre su rostro para sentir esas leves caricias y rendirse a la magia de este cielo.
Si alzas la vista a las cimas de sus árboles, pensarías estar viendo los cielos de Roma y las copas de sus pinos.
Pero no se acaban ahí las asociaciones: monárquico y protector de un débil rey (al que hacía los trabajos sucios, como las guerras del Rif, Cuba o contra los carlistas en Navarra y Cataluña), la efigie ecuestre del general Martínez Campos (1831-1900) también parece remitirnos al Gianícolo en Roma.
Otro guerrero, aunque en este caso precursor de una república, el mítico Garibaldi (1807-1882), cabalga con similar actitud, tocado también con su gorro polvoriento.
De alguna manera, el rastro de los señores de la guerra en todas partes se parece y, al final, las palomas utilizan los gloriosos símbolos como ocasional letrina.

Símbolos bélicos bajo la estatua del general Martínez Campos por Mariano Benlliure. 1907. Madrid. Foto R.Puig
Casi estamos tentados de concederles el atenuante de haber sido servido de motivo para que obras como la de Mariano Benlliure (1862-1947) o la de Emilio Gallori (1846-1924) acaben ambientadas en nuestros parques y jardines.
Pero Madrid tiene otras obras, efímeras y minimalistas pero no menos importantes. Es en cierto modo una clase de arte povera. Son modestos productos de la técnica aditiva que merecen un reverencia y un homenaje que aquí les brindo con sumo gusto.
Además, en la misma plaza donde lucen las efímeras tortillas, los anónimos scalpellini de la Villa y Corte dejaron hace pocos años una muestra de su amor a nuestros barrios en la efigie de El Oso y el Madroño, con motivo de los 150 años de la fundación del popular barrio de Prosperidad, con sus calles de pisos modestos, talleres artesanos y tiendas tradicionales, que el tiempo y el consumismo masificado no han vencido.
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Más minimalismo
Además de las innumerables exposiciones de tortilla de patatas que se pueden disfrutar cada día en Madrid, no quise renunciar a mi visita al Palacio de Velázquez, en el Retiro, donde otras obras no menos meritorias y placenteras han encontrado su mejor marco.
Es el caso de una muestra-instalación de Carl Andre (Massachusetts 1935), uno de los más veteranos representantes del Minimalismo norteamericano que recoge obras de 1958 a 2010 bajo el título de Escultura como lugar, que no es cosa de perderse, a pesar de los ignaros de turno que rondan por las exposiciones gratuitas diciendo eso de «eso también lo puedo hacer yo».
A buen entendedor algunas imágenes bastan.
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Los olvidados
Sin embargo, hay esculturas que, en su rincón, no atraen ya la miradas. A nadie se le ocurriría ponerlas en una sala de exposiciones. La verdad es que, si pudieran hablar, seguramente expresarían su apego a las plantas que les rodean y a la compañía, aunque sea indiferente, de tanto transeúnte.
Quizás el tiempo, los meteoros y la contaminación las corroan más de cuanto ya lo están, antes de que ningún restaurador llegue a tiempo de salvarlas. Pero me gustan así con ese aire expresionista, ya sea adolorido y resignado…
ya sea dulce y acogedor…
o, como este Hércules, que más que matarlo parece querer sanar al león, operándole de amígdalas.
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Podrán las esculturas olvidarse, podrá el tiempo borrar fisionomías de piedra, sí, pero del los museos de La Haya y de las fisionomías de los mismos no me he olvidado…
La pausa acabará y completaré lo prometido…
Como los discípulos de la clase de anatomía del Doctor Tulp, manteneos a la espera y vuestra expectación no será defraudada.
En el parque El Olivar hay algunos de esos pinos que tienen un tronco alto y delgado y un sombrero en la copa. Nuestro nieto estaba como hipnotizado de uno.
Nunca me gustó el sonido del saxofón. De chico soñaba tocar trompeta. Toco algo de piano y un poco más de acordeón.
He estado decenas de veces en Madrid pero nunca aprendí a orientarme yo solo.
Explícame dónde se encuentra El Olivar, supongo que es un antiguo parque de Lima. Pero si tú te extraviabas en Madrid, imagina cuánto me perdería ahora en Lima, después de los años que han pasado (en setiembre del 2009 volví unos días, pero sólo me moví por su centro colonial).
El saxo es o un largo lamento o una conmemoración de cosas idas, es muy nostálgico y laberíntico. Su primo de cuerda sería el contrabajo y su hermanita pequeña la armónica. Al menos son esos los parentescos que le encuentro.
El piano mira más al futuro, aunque con Chopin evoca todo lo que pudo ser y no fue. En cuanto al acordeón exprime el corazón para luego desparramarlo. Evoca el Bueno Aires de mis lecturas y mis discos, en donde nuca estuve, y las esquinas y cafés de París.
Parque El Olivar de San Isidro entre la cdra 30 de la av. Arequipa y la iglesia del Pilar. Más fácil por Google Earths. Tiene olivos centenarios que produce en marzo aceitunas negras. Los domingos se llena de familias con niños pequeños. Paralelo a la av. Conquistadores.