Esquinas y espacios de la primavera
Para Bernardo
Ayer di un largo paseo.
Mientras andaba, pensaba en lo qué escribiría hoy, para publicarlo mañana.
Mañana es hoy.
A pesar del frío es primavera, pero menos que ayer, porque amaneció nublado.
Mi caminata vespertina me llevó hasta los muelles solitarios.
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Exilios
Como todos los años por esta época me vino a la memoria el título de un libro. Si lo hubiese citado allá por la primavera del 2012, habría aludido al treinta aniversario de su publicación: Primavera con una esquina rota. Su autor, Mario Benedetti (1920-2009), me lo firmó a fines de la primavera de 1983, en la Feria del Libro de Madrid.
Entresaco unas líneas
Lo esencial es adaptarse. Ya sé que a esta edad es difícil. Casi imposible. Y sin embargo. Después de todo, mi exilio es mío. No todos tienen un exilio propio. A mí quisieron encajarme uno ajeno. Vano intento. Lo convertí en mío. ¿Cómo fue? Eso no importa. No es un secreto ni una revelación. Yo diría que hay que empezar a apoderarse de las calles. De las esquinas. Del cielo. De los cafés. De sol, y lo que es más importante de la sombra. Cuando uno llega a percibir que una calle no le es extranjera, sólo entonces la calle deja de mirarlo a uno como a un extraño. Y así con todo
(Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota, Madrid, Alfaguara, 1983 (1982), pág. 21)
No todas las esquinas de la primavera están rotas, a pesar de que sean tantos los exilios, y de que por las calles de Europa sigan las gentes venidas de lejos buscando el reconocimiento mutuo.
En Gotemburgo la estación despierta con la explosión de los verdes de sus parques y los aires altos y limpios de sus atardeceres.
Y mis amigos los pájaros de los parques siempre atentos a brindarme imágenes
Si queréis verlos en movimiento sólo tenéis que espiarlos aquí
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Las grúas de Gotemburgo
Sólo una pareja de muchachas, mirando a la ría, balanceaban los pies al borde del agua
En la otra orilla, se yerguen como mantis las gruas de los astilleros de Gotemburgo, recientemente clausurados
Ha habido una subasta. Para evitar que fuesen desmanteladas y la línea del cielo perdiese estas señas de identidad de su pasado naviero han pujado empresas y particulares de la ciudad. Entre ellos, Ingvar Oldsberg (31 marzo 1945), vecino de mi barrio y animador de programas de TV. Ha comprado una de ellas y la ha regalado a la ciudad
Ahora que estos muelles me son familiares, no me hubiera gustado que desapareciesen sus grandes insectos del pasado. ¡Si hasta se reflejan en las ventanas!
Mientras vuelvo a casa, al doblar una esquina me tropiezo con el diálogo testarudo de dos objetos urbanos.
Ahora que España está en campaña electoral para elegir a quienes han de gobernar los municipios y las comunidades autónomas, estos dos objetos, en sorda lucha de posturas, me hacen pensar en los enroques a los que asistimos.
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En los viveros
Apenas sé de plantas. Pero he ayudado a mi mujer para el transporte de las que ha elegido para el patio de nuestra comunidad de vecinos. Y, sobre todo, para acarrear los sacos de tierra
En el vivero hay que buscar especies que florezcan y crezcan a la sombra, pues, todo hay que decirlo, el sol no nos alcanza mucho.
Poco a poco, ese espacio común va semejando un pequeño jardín, y los niños del quinto piso han plantado tulipanes.
He aprovechado para darme una vuelta por los corredores flanqueados de macetas. Podría llenar esta página de imágenes, pero me he quedado con dos.
He propuesto tímidamente la adquisición de unos románticos ángeles hermafroditas, para que monten la guardia en el patio, pero no he podido convencer a mi cónyuge. Los fondos comunitarios no permiten tales dispendios. En todo caso, no he querido quedarme con las ganas de mostrarles estas piezas de escultura jardinera
¡Ustedes juzguen!
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La modesta poesía de lo doméstico
La verdad es que no necesitamos de los ángeles para que las cosas de cada día se revistan de poesía. Un amigo y compañero de mis lejanos tiempos del Perú, me ha mandado desde Lima unas poesías.
De su mirada sobre los objetos de cada día extraigo la dedicada a una humilde escoba
Escobita
Mi confidente. La saco a pasear
y le cuento cosas caminando por el borde de los días y los años.
Reunimos fragmentos perdidos,
historias de la casa y de nuestra vida,
y los arropamos
con cuidado de no mirar mucho el cielo,
-más bien las losas abrazadas a las vértebras de la Tierra-
y los guardamos en un pañuelo de olvidos-
presagios y eternas esperanzas.
(Bernardo Regal, “Cosas de la casa”, 23 de abril del 2014)
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Volviendo a Benedetti
Pero al hilo de una foto que tenía por ahí, tomada en el aeropuerto de Alicante hace no mucho, he vuelto a otro texto de “Primavera con una esquina rota”:
Entre las cosas que a veces llegan al aeropuerto está por ejemplo mi papá. Los pasajeros que llegan siempre les traen regalos a sus hijitas queridas pero mi papá que llegará mañana no me traerá ningún regalo porque estuvo preso político cinco años y yo soy muy comprensiva. Nosotros frecuentamos los aeropuertos sobre todo cuando llega mi papá. Cuando el aeropuerto está de huelga es mucho más fácil conseguir taxi para el aeropuerto. Hay algunos aeropuertos que además de taxis tienen aviones. Cuando los taxis hacen huelga los aviones no pueden aterrizar. Los taxis son la parte más importante del aeropuerto.
(Mario Benedetti, Primavera con una esquina rota, Madrid, Alfaguara, 1983 (1982), pág. 211)
No sé si mi amigo Antonio Serrano Cueto, catedrático y escritor de excelentes microrrelatos, lo incluiría dentro de ese género literario. En todo caso, estas lineas de Benedetti consiguen decir mucho con poco
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Por la primavera besos
Y para acabar, unos versos de John Fuller (Ashford 1937).
Con su aire ligero y su ironía suave, tan adecuados a los días de primavera, los extraigo de uno de los libros que me dedicó cuando estuvo en mi casa en Bruselas, honrando con su visita a este aprendiz de literato. Vino con Prue, su esposa y Directora del ACE Center de Oxford, que yo había visitado hace años, quien estaba en un comité de evaluación de proyectos del que yo era coordinador. Las reuniones de trabajo me brindaron el encuentro con un brillante poeta inglés.
The Kiss
Who are you
You who may
Die one day.
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Who saw the
Fat bee and
The owl fly
.
And the sad
Ivy put out
One sly arm?
.
Not the eye,
Not the ear
Can say Yes:
.
One eye has
Its lid and
Can get shy;
.
One ear can
Run out and
Off the map;
.
One eye can
Aim too low
And not hit;
.
One ear can
Hug the air
Get too hot.
.
But lip and
Red lip are
Two and two,
.
His lip and
Her lip mix
And are wed,
.
Lip and lip
Can now say:
“You may die
.
But not yet.
Yes you die
But not yet.”
.
The old lie.
(John Fuller, Lies and Secrets, London, Secker & Warburg, 1979, pp. 44-45)
Bellas escenas y comentarios sobre la primavera y la cotidianidad de la vida ciudadana y doméstica. Todos asistimos a ello pero no siempre nos paramos a pensar con detenimiento y a reflexionar de cómo nos influye. Gracias por hacerlo tu.
Por cierto menos mal que Marie se opuso a la instalación jardinera de los ángeles que hermafroditas o no provocarían sobresaltos en cada ocasión en que te los encontrases.
Gracias, Javier.
Habrían dificultado el paso de los obreros del camión de la basura cuando vienen a recoger los contenedores.
Por otro lado, quizás el vivero los venda más bien para adorno de mausoleos. Así que, pensándolo mejor, me parece que hubieran impregnado el patio de un cierto aliento de ultratumba.