El abedul desnudo
Bien sé cuánto he tenido que borrar
Para entrar en la gloria del otoño
Tomás Segovia «Otoño y dudas»
Las últimas semanas con los cientos de miles de refugiados que se agolpan por los caminos de Europa y esas masacres de hace unas horas en París, similares a las que se repiten semanalmente en los barrios de Beirut, Bagdad o Kabul, me han hecho dudar sobre el sentido de mis crónicas.
No sé cuánto tendría que borrar para salir de este otoño sin gloria.
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El árbol
He vuelto a ver hace unos días ese abedul que resiste, enraizado en el mínimo humus de una roca de Slottsberget, desnudo ahora de sus hojas, ahorrando su savia a la espera del invierno. No necesita desplazarse, nadie lo expulsa, sólo el viento lo agita, pero no lo arranca.
A lo sumo, con los años y los temporales, se ha visto obligado a retorcerse un poco. No lo ha tenido tan fácil como sus congéneres, que crecen en la pradera cercana. Pero ha sido capaz de implantarse entre peñas, tenaz.
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Aniversario
Algunos recuerdos también ha de ser tenaces. De hecho éramos sólo unos centenares bajo la lluvia la tarde del 9 de noviembre, una fecha que a la mayoría de los paseantes que nos veían marchar por el centro de Gotemburgo no les decía nada, recordando que en 1938, en la noche del 9 al 10 de noviembre se desencadenaron en Alemania las atrocidades de los pogromos de la Kristallnacht (Noche de los cristales rotos). La modesta manifestación tenía este año un especial sentido, ahora que crecen en Europa las expectativas de esos partidos que alimentan el miedo al refugiado y la xenofobia, y que incluso ganan elecciones.
Aquellos ataques racistas de 1938 preludiaron los campos de concentración, el exilio y el exterminio de millones de seres humanos estigmatizados por ser judíos y de cientos de miles de otras minorías, gitanos, homosexuales, enfermos, disminuidos u oponentes políticos, que los nazis consideraban inferiores o degenerados.
Hace tres semanas comentaba que aunque Erasmo no vinculó este proverbio a los que se consideran el brazo de Dios sobre la tierra, sin embargo podría traducirse, especialmente cuando asistimos a las guerras y masacres que se ceban en las gentes inermes, en Siria o ahora en París, como «el hombre es dios contra el hombre.
Cuando el narrador del Génesis describe la expulsión de su lugar de vida de las única familia, la primera, sólo una pareja, que hay en el mundo, lógicamente no tiene más remedio que recurrir como ejecutor del castigo de Dios a un ángel con su espada
Pero cuando los descendientes de Adán y Eva habrán poblado la tierra, serán los hombres mismos y no los ángeles quienes se arrogarán el juicio de Dios. Ya no faltaran en el mundo justicieros. Lean si no la historia de la matanza de los cananeos (Deuteronomio 7.1-2; 20.16-18).
De un modo o de otro, con una formulación u otra, los hombres se autoproclaman el brazo de Dios y se aplican con denuedo a su función desde la noche de los tiempos. Cuando, poco después de la liberación de Roma, Renato Guttuso expone los dibujos de las masacres de las que ha sido testigo, el libro en que los recoge se titula «Gott Mit Uns» (Dios con nosotros), que era la divisa en las hebillas de los soldados del III Reich
¡Vieja tradición la de matar en nombre de Dios! Hay quienes dicen que no se trata de Religión sino de Política. ¡En cualquier caso que al Hombre se le nombre dios o a Dios se le nombre hombre es al final la misma cosa! Cuando se trata de justificar masacres buena es tanto la Religión como la Política.
La insania política en el III Reich actuaba como una religión y la insania religiosa del Estado Islámico opera como un proyecto político. Se exclame «¡Quién como Dios!», «¡Dios lo quiere!» o, como han gritado los asesinos de París, «‘¡Allahu Akbar!», al final, por mucho que los analistas se enreden, las víctimas del fundamentalismo serán seres humanos a quienes se expulsa y se masacra.
Lo hayan pretendido o no, de hecho los miembros del comando islamista de París, al que decriben como experimentado, han actuado como si completaran lo que otros de la misma ralea habían ejecutado contra los trabajadores de Charlie Hebdo por blasfemos. Han continuado con los ajusticiamientos de infieles en lugares donde se perpetran los que su interpretación fanática del Corán considera pecados ominosos: en uno se pervierte a los jóvenes con ese deporte maligno del fútbol que les aleja de la lectura del Corán (Estadio de Francia), en otros, la ingesta de bebidas alcoholicas y carnes prohibidas (Le Petit Cambodge, Le Carillon, Bonne Bière) o la promiscuidad de sexos y las músicas satánicas (sala Bataclán).
La historia de los asesinatos en nombre de Dios nos lleva de unas víctimas a otras, de los cananeos a los parisinos, pasando por los herejes o los judíos, y así tantísimas otras. Pero, como en este caso, habrá otras víctimas no reseñadas, las que el miedo, que el terror quiere inyectar en el ánimo de Europa, puede empujar a excluir de nuestras sociedades. No se contentan los que se toman por comisarios de Dios con empujar a las gentes a huir de su lugar de vida, ahora quieren cerrarles los lugares de refugio, ejerciendo el terror sobre quienes tendrían que darles asilo. Se generan millones de víctimas que huyen y se pretende generar el miedo para que no les recibamos.
Por eso, frente a las masacres y a los éxodos que el fanatismo sigue causando, recordar es un deber y un testimonio necesarios. En Suecia, en las estructuras de acogida de los solicitantes de asilo, aunque al límite y desbordados, son muchos los que se esfuerzan estos días, como en Alemania y otros Estados de la Europa abierta, para que en el invierno que llega no se sientan rechazados.
Mucho más breve que otros días. Es bueno recordar. Por eso está vigente tu deseo de repasar la historia, con el toque culto que le das a tus notas de «actualidad». Terrible el slogan «Dios con nosotros» de los nazis. Los latinoamericanos escuchamos el grito de «Santiago…» en nuestros libros de historia, Pizarro, Cortés… Pero eso no sirve mucho para mirar el presente. Estimo que en los libros escolares latinoamericanos ni se enfatiza la injusticia de aquellos tiempos de obrar con la ayuda de Dios, ni, mucho menos, se enseña la historia de Asia o del Oriente como la similiar (aunque no exactamente igual en términos históricos) irrupción europea de los últimos y muy cercanos siglos. ¡Y a estas alturas del partido parece acertado como nunca el clásico enfoque marxista…del que bien se pueden aferrar los paradójicamente creyentes antieuropeos , no sé hasta qué punto también antiimperialistas, anticapitalistas…!
Hay tanto perdido en la espesura de los siglos, en las nieblas de los archivos o, más aún, en las fosas mudas que fue dejando la violencia, que a un modesto escribiente de blog sólo le queda añadir «etcétera»…
Felicidades, Ramón, por esta nueva entrada de tu blog, tan buena como las anteriores.. Parece increíble que los líderes occidentales no vean las cosas con la misma claridad con las que las ve un pequeño ignorante como yo: el presidente francés ha llegado a decir que Francia está en guerra con el «Estado Islámico» y otros líderes quieren apoyarle. Tal guerra ni sería moral ni tendría ningún éxito. Lo que hay que hacer es pedir perdón a los líderes islámicos, cualesquiera que sean, por tanto insulto y tanto bombardeo y luego conversar con ellos, razonar, llegar a acuerdos, educar y ayudarles a contener a sus pueblos.
Por otra parte, a los que quieren refugiarse hay que darles asilo y permitirles pagar por él mediante el trabajo bien diseñado (aunque no cumpla las corrientes exigencias sindicales), y al mismo tiempo darles protección social completa y educación dentro de su lógica de pensar. Tareas todas no fáciles pero preferibles a las injusticias, a la revolución y a la guerra.
Fernando Cardenal
Gracias, Fernando.
La razón anda dormida y sustituida por monstruos y miedos, como en el grabado de Goya, pero la verdad es que nada de esto es nuevo. Las personas, sí, esas en su individualidad, en sus representaciones y conceptos, en su voluntad, pueden renovarse. Aquí llegan por centenares de miles buscando reconstruirse tras tanto horror y destrucción. Dar asilo es ayudar a que las personas puedan revivir y, ojalá, cuando se acabe con la insania asesina que les ha expulsado, muchos de ellos podrán volver a levantar el entorno donde nacieron. Otros seguirán en Europa, no serán ni mejores ni peores que nosotros, pero serán parte del futuro que necesitamos.
Un abrazo
Ramón