Bruselas: microrrelato de un viajero
Pasados casi tres años he pisado de nuevo esas alfombras mecánicas del aeropuerto de Bruselas que han seguido rodando sin descanso para mí. Me he dirigido a un hotel, por delante del que yo pasaba a menudo al ir o venir del trabajo.
Tras saludar al recepcionista, le he comentado:
– Es curioso, tantos años pasando por delante de ustedes y nunca tuve ocasión de entrar.
Con amable impasibilidad, pero como quien le habla a un niño, me ha respondido:
– En realidad, monsieur, hemos abierto hace tan sólo dos meses, y con bastante éxito para ser una zona donde no había ningún hotel.
En ese momento he tenido la sensación de que, desde algún rincón de su cielo de ideas, Immanuel Kant se reía de mí. No debería hacerlo, porque me debe su existencia.
Me quejaré a Magritte cuando le vea.