La casa museo de Goethe en Roma… y sus alrededores ayer mismo.
¿Qué estudiante de Bellas Artes no ha tenido que vérselas con su concepto de Belleza en Las afinidades electivas o con la teoría de los colores de Goethe?
La «rueda de los colores» diseñada por Goethe se puede ver en su Casa Museo de Roma.
Desde noviembre de 1786 a abril de 1788 Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) vive en el piso de su amigo el pintor Heinrich Wilhem Tischbein en via del Corso 18, muy cerca de la Porta del Popolo, por entonces una de las entradas a la ciudad. La Piazza del Popolo había sido representada pocas décadas antes por Piranesi en uno de sus elocuentes grabados.
En la misma plaza, hace menos de veinticuatro horas, otro Piranesi podría haberse inspirado en algo parecido a la erupción del Vesubio. Con ocasión de las protestas por la reforma universitaria y las manifestaciones contra los chanchullos de Berlusconi para mantener el poder y su impunidad se auto-convocaron también los habituales partidarios del sistema de la capucha y la barra de hierro (foto La Repubblica).
Pero volvamos al romanticismo apolíneo de nuestro poeta. De modo natural, teniendo la campiña romana a dos pasos, el amigo pintor y anfitrión de Goethe le retrata sentado sobre un obelisco: “apareceré de tamaño natural con ropaje de viajero, envuelto en una capa blanca, sentado al aire libre sobre un obelisco caído, en trance de contemplar las ruinas de la campiña romana en la lejanía” (Viaje por Italia, 29 diciembre de 1786), la imagen corresponde al detalle de una copia de este cuadro en la casa museo que estamos visitando.
El poeta, famoso ya a sus 37 años, dice sentirse viejo: “soy demasiado viejo para todo, salvo para la verdad” (6 de enero de 1787). Pero la estancia en Roma es para él un segundo nacimiento: “en este lugar se resume la entera historia del mundo, y siento que he nacido por segunda vez, que he resucitado de veras el día en que he puesto el pie en Roma” (3 de diciembre de 1786).
Entre otras cosas a las que se presta la evocadora visita a este museo, podemos imaginar lo que Goethe veía cuando se asomaba a la ventana de su habitación. En esa pose lo dibuja Tischbein.
No obstante puede ser que antes de salir mirase a su alrededor, pues en su diario comentó también los peligros de las calles romanas después del anochecer (un artista alemán conocido de Goethe murió apuñalado por entonces en plena calle). Dando un salto en el tiempo, si el poeta hubiera salido ayer a dar un paseo por los alrededores de su casa, habría necesitado un casco (foto La Repubblica).
En cualquier caso no todo eran peligros en las noches romanas. Entre los numerosos dibujos y acuarelas que produjo el escritor, que tenía buena mano no sólo para la pluma, se exhibe una escena nocturna, donde plasma en cierto modo su concepto romántico de la belleza del paisaje como transfiguración interior del sentimiento.
El piso de Goethe en Roma encierra muchas otras sorpresas, como sus exposiciones temporales, en este momento la que versa sobre otro poeta y dramaturgo romántico alemán, Heinrich von Kleist (1877-1811), famoso, además de por sus dramas, por sus dimes y diretes con Goethe y por su «romántico» suicidio en pareja (hoy habría dado lugar a una investigación para verificar si su amada estaba de acuerdo o le precedió sin ganas). Hay incluso dos esculturas de nuestro artista valenciano Andreu Alfaro, de quien no sabía que era admirador de Goethe. La biblioteca es acogedora y de fácil consulta para todo el que desee leer a Goethe y sobre Goethe.
El diario de Goethe es una excelente lectura para vivir Roma de forma inspirada, más allá de los caminos trillados de las guías. Entre otros pasajes, el 6 de enero de 1787 expresa su admiración hacia la Juno Ludovisi, de la que hemos hablado en la entrada anterior de este blog. Goethe encarga un calco, hoy en su museo en Weimar, del que hay copia menor en esta casa de Roma: “Ha sido mi primera pasión romana, y ahora me pertenece. No hay palabras para hacerse idea. Es como un canto de Homero”.
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