Mis vecinas las urracas: ¡expulsadas!

Cuando el 11 de abril detallaba en estas páginas la construcción del nido por una pareja de urracas, a las que apodé Urrico y Urrica, los rododendros sobre los que se situaba eran bien frondosos y apuntaba ya su floración. Pero apenas una semana después procedieron a una severa poda de los mismos. Dos o tres de ellos subsistieron, sin embargo los podadores contratados (profesionales) respetaron el nido.
Por mi parte me había propuesto seguir contando la saga familiar de la pareja, para alegrarnos con la eclosión de los polluelos y con sus primeros vuelos. Pero alguien no pensaba del mismo modo.
Hasta hoy me he resistido a contarles lo que finalmente ocurrió, es decir que, en el patio vecino, alguien decidió que el nido estorbaba, ¿sería por los prejuicios que comentábamos en aquella entrada de las urracas constructoras de que “se comen el pienso de los gatos”, “comen cualquier cosa que encuentran”, “colman la paciencia a cualquiera con sus cánticos vocingleros pedigüeños”, “son crueles”, “son desvergonzadas y descaradas”, en definitiva “son una pesadilla”?
¡ Lo que sí es cierto es que con verdadero ahínco se procedió a eliminar el nido !

Desde entonces las urracas han estado dando vueltas, buscando su nido en la copa del rododendro sobre el que tanto trabajaron para construirlo.
Se posan aún en ese espacio vacío,

andan desorientadas por el empedrado

o en lo alto de los patios pregonan sus quejas.
Para tristeza de esta pareja de aves, también para la nuestra y para desengaño de los lectores ya no podremos ver a sus polluelos despegando el vuelo.
Alguien ha decidido que Urrico y Urrica molestaban.
¡Ya no hay nido para las ingeniosas urracas en este patio de Gotemburgo!

Epílogo con ave
Escribo esta entrada desde otras latitudes, donde casualmente he tenido la oportunidad de salvar a una golondrina de una muerte lenta.
En la localidad de Vergel (El Verger en valenciano), en la provincia de Alicante, hay una torre medieval, la «Torre de los Duques de Medinaceli», remanente de lo que fue el palacio del Señor de Vergel, Baltasar Vives a principios del siglo XVI.

He visitado una muestra (a la que espero referirme más adelante) de un grupo de mujeres artistas de la Comunidad Valenciana en este lugar histórico. Con tal motivo he accedido a los distintos pisos de la torre, en los cuales se distribuyen algunas de las obras expuestas.
Las ventanas y los accesos a los matacanes están cubiertos con paneles de metacrilato transparente colocados durante la restauración del edificio por obvios motivos de seguridad. A modo de saeteras, pero de dimensiones menores, hay además una serie de orificios regulares que debieron tener función de vigilancia y quizás también de ventilación. Estos no han necesitado ser protegidos, pues es difícil hasta introducir el antebrazo.
Sin embargo, los pájaros sí que incursionan en la torre a través de ellos, en especial las inquietas golondrinas, con el resultado inevitable de no poder encontrar la vía de salida. Se dan repetidos e inútiles testarazos contra los paneles de metacrilato por los que se ve la luz y el entorno exterior, hasta que exhaustas se refugian en un rincón, como la que encontré atontada en el piso superior de la torre con la cabeza cubierta de polvo.
Al principio la creí muerta.
No obstante, al tratar de cerciorarme, abrió las alas y dio varias vueltas al recinto en otro intento de encontrar salida, para acabar postrada sobre el pavimento.

No sé si agotada o aceptando sin remedio su sino, estaba así extendida y como esperando a que el gigante, o sea yo, hiciera algo. Felizmente aquí sí pude resolver su problema. Logré sujetarla suavemente e introducirla en una de las saeteras, desde la que, para mi satisfacción, voló rauda en busca de la luz y del espacio exterior.
Creo que no le costaría mucho al Ayuntamiento de El Verger prevenir que haya aves que sigan quedando atrapadas de ese modo cruel en esta torre majestuosa. Por desgracia, pudimos observar algunos despojos de ave en la planta sótano de la torre.
Una simple tela metálica cerca del extremo más exterior de las saeteras eliminaría el riesgo.

Un fuerte abrazo, Ramón, y ojalá de cumpla lo que me decías acerca de levantar ánimos, aunque me parece que va para largo.
Algún modo de levantar el ánimo, aunque estemos atrapados en alguna torre, habremos de encontrar, siempre nos quedan las luces y los aires del conocimiento. ¿No son esas nuestras troneras?
Por cierto, fue en su torre de piedras donde Montaigne escribió sus ensayos…
Un fuerte abrazo, Manolo.
Se llama jaramago lo que asoma por entre el empedrado de la foto de tu maltratada urraca, ¿verdad, Ramón? Porque tiró de Rodrigo Caro y tiró de Fdez. de Andrada (ambos nacieron y murieron con una simultaneidad pasmosa y ambos invocaron a Fabio, creo recordar, y además recordar bien). «Estos, Fabio, ¡ay, dolor! que ves ahora campos de soledad», dice Caro, y dice Andrada: «Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere». Pero son estos versos concretos de Rodrido Caro los que volaron desde olvido:
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!
Con todo, estos versos son solo pálido recuerdo de mi bachiller a caballo entre Galicia y Asturies. Quien me impresionó de verdad, muchos años después, fue Sánchez Ferlosio haciendo responder a Fabio:
«(Fabio a Rodrigo Caro) Rodrigo, la hermosura de las ruinas que me cantas no está en el siempre odioso recuerdo de un imperio, sino en el gozo de ver reflorecido, sobre el cadáver de la bestia misma, el amarillo jaramago» ¿A que es una preciosidad?
Lo siento, Ramón, el fárrago gratuito, pero la culpa, conste, es toda tuya 🙂 Un beso agradecido por haber arrancado de una muerte segura a la (para siempre) oscura golondrina, así como por la reivindicación al Consistorio de una tela metálica que proteja de esos peligrosos orificios a las aves en general.
Veo que tu memoria almacena más que la mía. Aunque quizás sea que eres mejor en extraer las estrofas que de mi «oubliese memoire» (como la llamaba Jules Supervielle) no sería yo capaz de hacer volver. Sólo sé quedarme en el comienzo : «Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas…» ¡Sapiencia siempre actual y verificable!
Por desgracia, ese silvestre jaramago en nuestro patio pugna por crecer en la zona por donde entran y salen los vecinos. Sólo en algún rincón alcanza a tener un tallo que ofrezca su flor amarilla. Ahora que estoy en la «terreta», voy a mantenerme avizor a ver si lo encuentro en floración.
En cuanto a lo de la tela metálica, lo mejor sería que venga yo mismo a la alcaldía y les regalé un par de metros… Lo mismo hasta tengo que poner los alicates y concebir el sistema para fijarla…
Yo he apoyado a Rosi para que nuestro jardinero no mueva y remueva los arbustos de nuestro patio. Viene cada quince días y más se preocupa de las plantas que los nidos que se ocultan por ahí y por allá. Aparte de esto estamos lamentando que por alguna razón vienen muy pocos pajaritos a visitarnos: un colibrí , un cucarachero chato y gordito, un gorrión, tal vez alguna cría de alguno que no hemos identificado bien. Vienen poco y yo trato de ver who is who con el principal telón de fondo que es una hermosa planta de gardenias que son nuestro camote….!
Bueno el relato sobre la urraca y muy sentido el de la golondrina. Dicho sea de paso, buscaré en Google si hay entre nosotros «rododendros».
Un abrazo previo a las elecciones del domingo. En los Tertulianos hablan y analizan con tanta pasión que mejor no estropeo esta correspondencia primaveral (para nosotros invernal…).
Espero que tu jardinero no tenga instintos limpiador de nidos y que puedas tener el placer de seguir observando y escuchando a las ves que sigan visitando tu jardín. En cuanto al «jardín electoral», confío y deseo para mi querido Perú que, sea cual sea el resultado, se consiga garantizar la convivencia y la recuperación del impulso positivo en que estaba la sociedad peruana, antes de que la perniciosa pandemia viniese a entrometerse.