De una orilla a otra
En unas horas he pasado hace tres días de las orillas de la ría de Gotemburgo, que enlaza la ciudad con el Kattegat, estrecho que lleva al Skagerrak y de ahí al Mar del Norte, a las orillas del Mediterráneo.
Las últimas imágenes de mi cámara antes de viajar tuvieron como protagonistas a Urrica y Urrico, vecinas mías a las que en mayo de 2021 destruyó el nido, frustrando su crianza, el propietario del inmueble de enfrente.
Habían estado construyéndolo con una habilidad instintiva admirable a comienzos de la primavera de aquel año, cortando con sus afilados picos ramitas de árboles y arbustos, hasta que ocurrió aquello.
Ya me había resignado a no verlas volver, cuando a fines de febrero vi desde la ventana de la cocina que habían empezado de nuevo a construir su nido para esta temporada, en el árbol del patio de un hotel vecino.
No buscan ramas caídas, que pueden estar podridas, ser frágiles, rígidas o con humedades y microrganismos que podrían contaminar el nido. Desgajan con el pico y sujetándolas con las patas ramitas frescas de un árbol o un arbusto, para luego llevarlas al lugar destinado a convertirse en nido y entrelazarlas para construirlo
buscando el ajuste al lugar y a la forma del nido.
En este proceso la pareja revisa en equipo la adecuación de la construcción a su finalidad.
Las dos urracas, hembra y macho, se conjuntan en sus tareas para seguir ampliando el volumen del nido hasta que este listo para su función de reproducción y crianza. Cuando ya esté concluido, las hojas del árbol que habrán brotado y crecido lo ocultarán contra posibles depredadores.
Por mi parte, espero que a mi vuelta a Gotemburgo los polluelos estén listos para iniciar su vuelo.
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Tras llegar a las orillas del mar en Els Poblets predominan las palmeras. Durante mi primer paseo por el barrio cercano a la playa de la Almadraba he encontrado a otro especialista en el trabajo de cortar ramas, pero no como constructor de nidos, sino como podador. Con ello evita que la copa de la palmera crezca demasiado y así, en caso de fuertes vientos, impedir que caiga sobre la cabeza desprevenida de algún vecino, además de mantener su esbelta figura.
Nuestro amable podador ha aceptado posar para el fotógrafo que casualmente pasaba por ahí. Mientras, a pocos cientos de metros, había también quien demostraba su equilibrio, pero en este caso sobre las olas.

Una joven competía con dos mozos, exhibiendo su equilibrio sobre tabla de surf en la punta de levante de la playa de la Almadrava.
Más sosegado era, sobre la playa de poniente, el deporte de un jubilado que aguardaba con optimismo a que los peces le ofreciesen la cena.

Al otro lado del espigón, una madre animosa juega al fútbol con sus hijos y disfruta, soy testigo, corriendo tras la pelota, quizás recordando la hazaña reciente del equipo de su patria de origen.
A pocos metros, una señora sentada sobre las rocas del espigón, acompañada por su perro, aprovecha el último sol de una tarde fresca.
En mi vuelta a casa descubro una luna en creciente que nos preside a todos por igual.