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Más poesía

23 mayo, 2021
Palmeras de la Costa Blanca. Foto R.Puig

En memoria de Francisco Brines

.

En 1959 el Premio Adonáis de Poesía se le otorgó a Francisco Brines, «el poeta de Elca», por su libro Las brasas, cuya muerte hace poco más de dos días nos ha entristecido.

En ese mismo año 1959, el cuatro de agosto, nació Blanca Andreu, que fue galardonada con ese mismo Premio Adonáis en 1980.

Un poeta se consagraba y una poeta, o poetisa si prefieren (que rima con brisa), nacía.

Ambos crecieron frente al Mediterráneo de la Costa Blanca y de ambos hemos publicado extractos de su obra hace tan sólo una semana. Vuelvo pues a celebrar la poesía con sus poemas, extraídos de los libros que les valieron el Premio Adonáis. Veintiún años transcurrieron entre ambos galardones.

El Premio Adonáis de Poesía es probablemente el premio de poesía joven (sólo se pueden presentar poetas de menos de 35 años) más antiguo de Europa, si no del mundo; al mismo desde 1943 a 2020 se presentaron a concurso más de 7500 poemarios. Su colección de los publicados, más de seiscientos cincuenta hasta la fecha, presenta además una envidiable equilibrio de eso que se denomina hoy «igualdad de género», en inglés gender equality.

Así que hoy, recordando a Francisco Brines y celebrando a Blanca Andreu, hijos de la tierra levantina, traemos un poema de cada uno de ellos.

En primer lugar, un poema de Las brasas (*) de Brines que, a mi modo de ver, evoca un espacio de la finca familiar de Elca.

Texto teñido de un sentimiento romántico contenido:

Ladridos jadeantes en el césped

le hacen mirar, con el calor el día

va rodando a su fin y de las rosas

sube un olor, y una inquietud constantes.

En el silencio rueda la alegría

súbita de los perros. Y él entiende

esa felicidad, el desvarío

que ellos muestran. Hermosa fue la vida

cuando el cuerpo era joven, y el deseo

la costumbre inicial de cada hora.

.

Un aire corto llega desde el mar

y ha alargado la sombra de los montes.

Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo

delante de otro cuerpo, y unos ojos

le buscan y él los busca.

En el amor era veloz el tiempo,

iba pronto a morir, y en vano el joven

pensaba detenerlo, se soñaba

vencido en la vejez y desamado.

Entonces su victoria

era querer aún más, con mayor fuerza.

.

Mira, desde su frente, con los ojos

fijos la línea de los montes, áspero

muro de plata que en el mar se hiela.

Ya no lucha la tarde y se hace rosa

la luz en su cabeza pensativa.

Llegan, desde el camino, frescas voces

llamándose. La casa, oscurecida,

se ha perdido en los árboles, y él oye

el dulce nacimiento del amor,

escucha su secreto. Ya de nuevo

vive su corazón, y el hombre tiembla,

siente cargado el pecho, y apresura

un llanto fervoroso.

Francisco Brines, Antología poética editada por Ángel Rupérez, Austral, 2006, pág.78
Ya no lucha la tarde… Foto R.Puig (el Montdúver y el mar)

Y a continuación, de Blanca Andreu, un poema De una niña de provincias que se vino a vivir a un Chagall (**) el libro por el que la poet(is)a fue galardonada a los 21 años.

En la entrada del pasado domingo hablaba yo de mi extravío de su poemario, pero, tras rebuscar en mi biblioteca (los tomitos de la colección Adonáis son pequeños y delgados) ¡he hallado mi ejemplar!

La clasificaron como poeta surrealista algunos críticos que no entendieron que su río de imágenes no emanaba de ningún automatismo subconsciente. En realidad la corriente de sus metáforas circula entre ella y el mundo con un sentir en el que bulle la herencia revisitada de la mejor poesía del Romanticismo:

El día tiene el don de la alta seda,

pétalos desandados por el pie de la noche,

monedas en corolas, eso dije.

Pero se izó la nube de magnolia hasta llegar al núcleo ahogado,

estambre eléctrico y pistilo triturado de amor,

monedas deshojadas por el terrible cheque templario,

o bien las brujas vírgenes prudentes

y la plomiza nada milenaria.

.

El día tuvo el don de la alta seda,

amor mío, amor mío, y por eso aún escúchame,

por eso te repito el pesado poema,

amor mío, amor mío, tu voz que amé y que cruza

las pupilas moradas de los puentes.

y tu olor habitado, azul, y todo

lo que ahora abandono y abandonas,

este perfume fijo,

y Albinoni,

no sé con qué propósito,

ni sé de qué manera clandestina,

ahora, mientras yo rompo

la idea de tu rostro

y continúo ignorando

qué invierno,

qué arteria barroca del diciembre aquél,

qué orden despierto es el tuyo

mientras yo vivo sola, y duermo, y te detesto.

Blanca Andreu, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, Col. Adonáis, Madrid, Rialp, 1980, pp. 26-27
El libro extraviado y hallado…. Foto R.Puig (tomada frente al mar alicantino, 21/05/2021)

Con aquel librillo he encontrado otros, también de poet(is)as, de cuyos poemarios se merece que extraigamos más adelante algún poema. Todos ellos estaban entre gruesos tomos de antologías :

Pureza Canelo Lugar común, colección Adonáis, nº 279 (premio 1970), Madrid, Rialp, 1971

Paloma Palao, El gato junto al agua, colección Adonáis, nº 282 (accésit al premio 1970), Madrid, Rialp, 1971

Julia Escobar, Tiempo a través, Valencia, Pre-Textos / Poesía, 1994

(continuará)

.

NOTAS:

(*) Francisco Brines, Las brasas, colección Adonáis (premio 1959), nº 173, Madrid, Editorial Rialp, 1959

(**) Blanca Andreu, De una niña de provincias que se vino a vivir a un Chagall, colección Adonáis, nº 379 (premio 1980), Madrid, Editorial Rialp, 1980

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