Por los alrededores de La Vall d’Ebo
Si desde Pego subís por la empinada carretera que conduce al pueblo alicantino de La Vall d’Ebo y allí tomáis por el camino que sobrepasa, dejándolo a la derecha, el antiguo lavadero, llegaréis a unas alturas pobladas de olivos y almendros.
Por esos parajes caminé algo más de dos horas el domingo de Pascua. Son pistas de monte bordeadas de flores silvestres, bancales y barrancas. La vista es abierta, por todos lados cerros y montaña.
No me tropecé con nadie, sólo me saludó la caricia del viento y me bendijo un sol clemente de primavera.
Esta es una sencilla crónica fotográfica.
Hacia el noroeste asoma la espalda de La Foradada. Tras su vertiente se ocultan, como un rosario, los pueblos de la Vall de Gallinera.
Al oeste, unas cimas redondas, por donde nace el río Girona, nos separan de La Vall de Alcalá. Al este, la carretera por la que he llegado asciende zigzagueando, para ciento cuarenta metros más arriba descender, ya con el mar a la vista, hasta Pego.
Las mariposas revolotean en pareja, pero no se dejan fotografiar en reposo, mientras el caminante descubre la gran variedad de colores de las flores de estas sierras.
Esta es sólo una selección.
Completar los nombres que ignoro se lo dejo a botanistas y floristas.
En mi ignorancia las he apodado por sus colores, así que toda identificación será bienvenida e incluida.
La del olivo, en cambio, no tiene pérdida…
Paso junto a ruinas de corrales centenarios.
No muy lejos una casa de campo nueva, de arquitectura levantina, los reemplaza.
Los barrancos abundan y llevan nombres sugerentes: Cova Roja, Bassseta, Junquera, del Sastre…
Tras pasar el de la Junquera, en dirección a la Vall d’Alcalá, encuentro un corral que se tiene aún en pie.
Si siguiera caminando llegaría a La Vall de Alcalá, pero he salido sin bebida ni provisiones y ya tengo el desayuno en los talones. Así que emprendo la vuelta al pueblo desde el Pla del Figueralet.
Dejo a mi derecha las onduladas andenerías de los almendros.
Al otro lado del barranco dels Cocons ascienden otros andenes, de olivos.
¡Cuántos siglos acarreando y retirando piedras para formar sabiamente tanta tenaz andenería! Esta técnica emparentó, sin saberlo, a iberos (antes de la dominación romana) y moriscos hispanos con pobladores preincaicos e incaicos de las civilizaciones andinas.
En realidad los bancales retenidos por muros de piedra, parecen ser una constante entre las civilizaciones agrícolas:
El análisis de campos abancalados es de gran importancia para entender los orígenes del modo de vida de las gentes del Mediterráneo. Buena parte del paisaje rural del territorio valenciano se caracteriza por la existencia de bancales y terrazas de cultivo. Pese a ello, se desconoce prácticamente todo sobre el origen y desarrollo de estos campos construidos en vertical, tradicionalmente asociados a época medieval y sobre todo a la Edad Moderna, y que esta investigación ha detectado ya para la plena época ibérica, lo que supone una novedad científica de gran trascendencia en el ámbito mediterráneo.
Al acabar el paseo me repongo con una ración de ragú de magro en la barra del restaurante Foc i brassa. No hay mesa libre, así que la caldereta de cordero será para la próxima vez. También me apunto para otro día la visita de la Cova del Rull y el paseo por las pozas o Tolls del río Girona, que en su cauce alto se llama Ebo y discurre hacia el este procedente de las alturas del Pla d’Alcalá, para torcer no lejos del pueblo en un abrupto ángulo recto y precipitarse por empinadas estrechuras hacia el Barranco del Infierno camino de la Vall de Laguar.
Es ese río Girona el que se hincha periódicamente para causar desastres como la riada del 12 de octubre del 2007.En aquella triste ocasión arrasó cauce abajo varios pueblos de la Marina Alta, en particular Beniarbeig, el Verger y Els Poblets, antes de desaguar la riada por la Punta de la Almadraba.
Me imagino que unas horas antes de llegar la inundación a los pueblos cercanos al mar, los barrancos de la Vall d’Ebo bramaban ya y el agua tronaba por el cañón del barranco del Infierno, aunque fue a partir de Orba donde las lluvias de la gota fría colmaron y desbordaron los cauces mal entretenidos y produjeron el desastre.
Pero el pasado domingo, cuando pasé el puente, el río estaba casi seco. Son los contrastes de esta tierra: prolongadas sequías y, de repente, diluvios crueles que arrasan monte abajo. El episodio del 2007 en la Marina Alta me recordó otro que viví en Lima en 1965 cuando el Rímac se desbordó comiéndose riberas y demoliendo viviendas.
Eres un maestro!!
¡Gracias, Pere!
En realidad sólo soy un paseante jubilado, con una pequeña cámara al cinto.
Un abrazo
Ramón
Que buena caminata para repetir contigo. Podrá ser?
Abrazos
Marga
¡Indudablemente!
Hablamos
Abrazos
Moncho