Cuando los muertos posan
Este año, el centenario que más va a comentarse e ilustrarse será, en realidad ya lo es, el del arranque de la guerra de 1914- 1918. Habrá y hay nuevas publicaciones, como “Los sonámbulos” de Christopher Clark, en el que el autor trata de explicarse las raíces y los engranajes de aquella locura, de los que el atentado de Sarajevo fue sólo una anécdota, un pretexto que las naciones buscaban para desencadenar el horror. Pero también se nos servirán en abundancia (ya ha comenzado la lluvia visual) imágenes de muerte y de muertos.
Hace unos días fue un soldado belga fotografiado tras su fusilamiento, ejecutado por haber matado a su cabo (es de los archivos de Flandes y la publicó EL PAIS). Era en 1918, ese joven no pudo acabar la guerra vivo. Tampoco murió heroicamente en el campo de batalla. Pienso que tras toda una campaña sufriendo las órdenes de sus superiores, los nervios ya no le obedecieron y disparó contra su superior inmediato.
Lo fusilaron atado a un poste, cuando probablemente su familia ya le esperaba anhelante en casa en vísperas del cese de hostilidades. En aquella guerra hubo generales con mostacho que ejecutaron también a muchos soldados, por rebelarse contra unos mandos inhumanos, y que, como quien juega al ajedrez, mandaban a miles de jóvenes a la muerte en ofensivas insensatas, mirándolos caer como moscas a través de sus binoculares.
Es la inacabable recurrencia de los testimonios de las masacres. Pero en la mayoría de aquellas imágenes los muertos, como los de los grabados de Goya, no posaban, nadie los había acicalado para un velorio, nadie los había preparado, como en el caso de ciertas fotos de violencia, guerra y dolor, que parecen hechas (e incluso retocadas con photoshop) con la esperanza de un premio Pulitzer.
Dicen que Robert Capa puso en escena aquella famosa muerte de un miliciano, captado en el momento de ser abatido. Al parecer hubo dos clichés en los que la hierba, el ángulo, la luz, el lugar fueron los mismos. Se afirma que el combatiente posó y que en realidad fueron dos fotos sucesivas con ‘actores’ diferentes. De hecho, durante la Guerra Civil española se produjeron documentales, construidos para la propaganda por ambos bandos, en los que los combatientes asaltaban posiciones con entusiasmo y disparaban en encuadres perfectos, sin que la cámara temblase. Sea como fuese, aquella instantánea se convirtió en el icono de una lucha contra la opresión de un pueblo.
Pero, aquí me refiero a dos imágenes de otro tipo. Probablemente no las traería aquí si la más reciente no me hubiese recordado la otra, la antigua.
2014: Awad al-Saidi
La primera ha sido hecha por algún fotógrafo para Associated Press. EL PAIS la ha publicado hace pocos días. Es un muerto, y también es un muerto por causa de la guerra, no la de 1914 sino la de 2014, en Siria, pero no de bala, sino de hambre. Y le dan un nombre: Awad al-Saidi.
Mientras tanto están en marcha unas enésimas conversaciones con el objeto, se dice, de parar esa guerra y salvar a la población civil. Habrá cámaras, habrá retórica, habrá escenografía, cada uno tirando de los muertos de un lado y de otro.
Puede que se consiga algo y hasta puede que el muerto de la foto no haya sido puesto en escena y la foto sea natural, que la guirnalda de fondo no la haya puesto el fotógrafo, que no lo hayan usado como parte de la representación de esta guerra, que todo sea obra de la familia que quería velarlo así.
En cualquier caso, este muerto posa y no es por su propia voluntad.
1521: el ahogado del Rin
La segunda es un cuadro de Hans Holbein. Dicen que un ahogado, repescado del Rin a su paso por Basilea, posó involuntariamente para este cuadro del pintor. Sea como fuese, aquel muerto anónimo pasó a la historia representando a Cristo encerrado en su sepulcro. Sobre el pintor planeó para siempre la sombra de la incredulidad, pues esa obra maestra del joven Holbein, en su realismo casi obsceno, no habla de muerte y resurrección, sólo habla de muerte sin más.
Como el muerto de hambre de Siria, como los muertos que, sin quererlo, desfilarán por nuestros periódicos, pantallas y revistas durante este centenario, y los otros, los de Siria o la República Centroafricana, Irak o Afganistán.
Hubo un muerto que posó para Hans Holbein hace ya casi cinco siglos. Muchos miles han seguido y siguen transformándose en materia estética, en iconos.
Así nos duelen menos.
Los humanos somos los únicos mamíferos que matamos sin necesidad. Somos probablemente un error de la evolución.
Sí, Pancho. Y además lo celebramos con monumentos.
Lo paradójico es que también amamos y hacemos el bien sin necesidad.
Puede que los neurocientíficos y los genetistas le encuentren explicación, pero, como tú comentas, ¡somos todo un lío evolutivo!
Un abrazo
Moncho