Saltar al contenido

De un viaje a Irlanda (IV): Galway (1)

5 agosto, 2023

Llegamos a Galway el 18 de junio y partimos de allá el 21 hacia Connemara, no sin haber visitado Portumna, lugar de nacimiento de mi antepasado por línea materna Patrick De Lacy O’Carroll (Portumna, Galway, 1706 – Valencia 1758) que emigró a España con su hermano menor David, tras el Tratado de Limerick que penalizaba y expropiaba a los católicos irlandeses por el hecho de serlo. Ambos hermanos formaron parte de la llamada fuga de los Wild Geese.

Patrick murió en Valencia a los cincuenta y dos años siendo regidor de San Felipe de Játiva -la Xátiva actual- contribuyendo a la reconstrucción de la ciudad que había sufrido incendios y demoliciones en junio de 1707 por las tropas del Duque de Berwick tras la victoria de Almansa en abril del mismo año durante la Guerra de sucesión, según dicen las crónicas como represalia de Felipe V por la adhesión de la villa a la causa de la Casa de Austria. Los vencedores le habían añadido lo de San Felipe al nombre de la villa como homenaje al rey. En 1820 la ciudad recobró su nombre original.

Su hermano David fallecería más de veinte años después de su hermano como gobernador de frontera en Alcántara (Cáceres).

Ambos habían llegado a España, jóvenes y con experiencia militar en Irlanda, con cartas de recomendación de obispos católicos irlandeses para entrar en el ejército español en uno de los tres regimientos irlandeses (probablemente en el Ultonia), donde prestaron sus servicios en los conflictos que no faltaban en la península ibérica tras la Guerra de Sucesión.

En camino hacia Galway

En ruta desde Dublín paramos en Ballymore, donde aún subsiste la torre del castillo construido por la familia Lacy en 1309, destruido varias veces, la última cuando fue asaltado en 1691 por las tropas williamitas tras la batalla de Limerick (a la que siguieron varias emigraciones de oficiales y soldados jacobitas a Europa). Además de una guerra dinástica fue una guerra de sustrato religioso entre dos pretendientes al trono de Inglaterra, Guillermo protestante y Jacobo católico.

Lo que queda del castillo de Ballymore. Foto R. Puig

Para acceder al prado donde está la torre tuvimos que hacer caso omiso de una advertencia…

¡Cuidado con el toro! Ballymore. Foto R. Puig

Las fotos las tomé sin dejar de mirar al toro, que a unos trescientos metros nos observaba cerca de su vaca. Como estaba pastando, y aunque nos observaba, no hizo ademán de acometer. Menos mal, pues hasta la barrera de salida había al menos ciento cincuenta metros herbosos.

Y no se crean que bromeo, porque desde abril del 2017 a marzo del 2022 las vacas irlandesas han matado a 32 personas y dejado heridos a otros 31 incautos que se confiaron.

Ya lejos de los bóvidos sospechosos y de la torre en ruinas del castillo del s.XIV, nos acercamos a un viejo cementerio, unido a las ruinas de una abadía y de la iglesia neogótica de Saint Owen, donde entre las 211 antiguas lápidas no falta una de un tal Rooney Lacy. En Ballymore como en otras muchos localidades de Irlanda hay emplazamientos como este.

Cementerio medieval y la iglesia del s.XIX en Ballymore. Foto R. Puig

No pudimos entrar, pues el lugar esta clausurado por las restauraciones en curso, aunque se divisa la abadía medieval en ruinas desde el exterior de la valla, a la derecha de mi foto.

Cementerio y capilla en ruinas de la abadía medievales. Ballymore. Foto R. Puig
Las ruinas de la capilla de la abadía medieval de Ballymore. Foto del panel informativo.

Cuando nos aprestábamos a dejar el pueblo, entramos en el pub y restaurante local con ánimo de comer algo. Lo único que tuvimos que pagar fueron las cervezas de la barra, pues una señora muy amable se acercó sin nosotros decir nada a nuestra mesa, para invitarnos al plato de arroz con pollo al curry del menú de una fiesta de aniversario o cumpleaños que se estaba celebrando en esos momentos. Puedo afirmar que de esta cordialidad y amabilidad hacia el forastero hemos encontrado muchas muestras espontáneas en las tres semanas de nuestro viaje por Irlanda, que habría querido hacer mi abuela materna Carmen Lacy.

Cunningham’s pub y casa de comidas en Ballymore. Foto R.Puig

En Galway

De nuestra estancia en Galway tendría que resaltar muchas cosas, aunque habré de sintetizar para no aburrir al lector, empezando por el arco al que se refiere el grabado que abre esta entrada.

El «Arco Español», el Spanish Arch de Galway (originalmente en gaélico Ceann an Bhalla o sea Cabeza del Muro) es uno de los monumentos señeros de la historia de Galway, que ha sido materia de ilustraciones desde su construcción en 1584, como parte de un muro que entonces contaba con cuatro arcos, para la defensa del puerto. De ahí partían y llegaban naves del resto de Europa. Después del terremoto de Lisboa en 1755, se produjo un gran tsunami que impactó en sus muros de seis metros y modificó sus estructuras. De aquel fortín del puerto de Galway hoy subsiste un solo arco.

El «arco español» de Galway. Foto R. Puig
Entorno del Spanish Arch en 1890. Del panel informativo en el sitio

El paso del tiempo no ha disminuido el arribo de vinos españoles a Galway. A juzgar por lo que hemos encontrado en comercios y restaurantes la llegada de nuestros caldos ha debido de aumentar exponencialmente, aunque el whisky irlandés fluye igualmente hacia España.

Estuario del River Corrib desde el Spanish Arch en marea baja. Foto R. Puig

En el camino hacia el este arco, emblemático de una larga relación comercial así como de una cooperación, que también ha dejado en España instituciones y hasta calles con apellidos irlandeses, recorrimos las orillas placenteras del Corrib

A la vera del River Corrib. Foto R. Puig

observando edificios con aspecto de fortaleza

Contrafuertes junto al río. Foto R. Puig

y alguna huella de la Bauhaus.

Casa modernista cerca del río, Foto R. Puig

El paseo nos lleva a la catedral, una obra de estilo neogótico inaugurada en 1831

Aspecto lateral de la catedral de Galway. Foto R. Puig

cuyas pesadas líneas y piedras grises contrastan con la placidez del parque infantil al frente de la mole.

Los oscuros muros del interior del templo imponen respeto e invitan al silencio, pero no mucho a sentarse a refrescar el alma.

Interior de la catedral de Galway. Foto R. Puig

Todo lo contrario de la visita a la oficina luminosa del archivo episcopal, en el mismo edificio catedralicio, donde la Señora Darina, su amable archivista, nos recibe para responder a las búsquedas relacionadas con mi antepasado y nos anima a viajar a Portumna, lugar de su nacimiento y posiblemente de su bautismo, para lo cual nos facilita la advocación de la iglesia parroquial de esa villa y el nombre de su párroco. Podemos ir de su parte.

Tras un garbeo por los alrededores y una comida vegana, bastante pesada, pero servida con gran amabilidad, en la tranquila terraza de un restaurante de orientación asiática

En el restaurante verde cerca del río Corrib. Foto R. Puig

seguimos nuestro largo paseo al hotel, desde el que se divisa la bahía, donde planeamos para el día siguiente el recorrido a Portumna.

La bahía de Galway vista desde el hotel. Foto R. Puig

Así que ¡hasta el próximo domingo!

Deja un comentario