Donde el aire es transparente y la jara y los cerezos están en flor

«Cistus crispus» (jara rizada) en la Sierra de la Foradada. Foto R.Puig
El miércoles pasado, no se si sería un pálpito, pero sentí necesidad de salir durante unas horas a caminar por los montes. Hace ya años que no volvía por los caminos que ascienden hacia la cumbre de la «Peña Horadada», más conocida en valenciano como La Aforada o La Foradada (737 m.).
Unos días más y habría tenido que confinar mis planes (y confinarme) a causa de la pandemia en la que estamos.
Esta vez, en lugar de acometer el camino de otras veces, el que asciende desde la Val de Gallinera (indicado con un I romano en el plano) quise probar una ruta (II en el plano) por las crestas de esa Sierra de la Foradada que unen la cumbre del Misserà (752 m.) con la cima que da su nombre a la cadena, y continúan por los tossales de la Penya Roja o Pinyol Gros (854 m.), el de los Quartesos (856 m.) y el Malladar (820 m,) que enseñorean esos farallones claros y umbríos frente al pueblo de Alpatró (428 m.). Esas alturas de roca caliza se alzan vertiginosos sobre el valle, en la margen derecha del Río Gallinera que discurre en meandros 500 metros bajo las cumbres.
Comencé mi excursión en la carretera (CV-712) que desde la Val de Ebo lleva a la Val d’Alcalà.

Dos rutas a la Foradada. Mapa del Instituto Cartográfico de Valencia CV10. Foto R.Puig
Dejando el coche en la pista que va a Benitaia desde un desvío de la CV-712 y antes de que ésta atraviese la sierra, comencé mi ascensión con la vista puesta en la cima de la Foradada.

La cumbre de la Forarada desde su cresta oeste. Foto R.Puig
Comienzo a caminar por una senda que arranca de las ruinas de tres alquerías, que fueran parte de un poblado de moriscos hasta su expulsión a principios del siglo XVII. Estos y muchos otros núcleos abandonados los reciclaron más tarde los repobladores mallorquines como corrales agropecuarios y las casas mejor situadas como modestas viviendas de labradores.

Olivar de la Vall d’Alcalà y al fondo la Sierra de la Carrasca. Foto R.Puig
En este rincón duermen las ruinas frente a campos de olivos desde los que se avista hacia el sur la sierra de la Carrasca.

Ruinas de alquería de origen morisco a 600 metros de altura bajo las cimas de la Umbría. Foto R.Puig
Los muros de hábil mampostería han resistido cuatro siglos, así como los modestos arcos de medio punto

Arco morisco. Foto. R.Puig
y otros arcos carpaneles

Arco carpanel morisco. Foto. R.Puig
Los hay cegados con piedras para evitar su caída, mas todos rodeados de maleza

Arco y y muro de mampostería moriscos. Foto R.Puig
Eran viviendas andalusíes en que las que vivieron de forma austera y durante siglos los moriscos , sabiéndose adaptar a estos parajes hermosos pero ariscos.
Esta forma de vida diseminada, relegada, aislada sobre sí misma, era la única manera de subsistir a las presiones señoriales, la precariedad del medio y la pobreza de la tierra. La austeridad marcó una serie de penurias que tuvieron su continuidad en los colonos mallorquines que, cien años después, ocuparon estos valles…
La vivienda andalusí, lugar de encuentro consabido, arcos de medio punto, estrechas callejuelas enzarzadas con arcos cruzados, casas con techos de caña, madera y tejas, fueron el símbolo de una cultura milenaria, mediterránea, con un aire oriental que todavía se respira en el aire…
Fuente : el blog de José Manuel Almerich
…
El sendero se disuelve progresivamente y es necesario caminar con tiento por las estrechuras de un terreno de lapiaz alveolar con piedras calcáreas, resultantes de procesos kársticos, que se resisten al caminante con sus filos y oquedades que la vegetación nos cela.

Caminando sobre lapiaz alveolar. Foto R.Puig
Mirando pues donde pongo los pies y ayudado por los indispensables bastones nórdicos voy ascendiendo, tomando breves pausas para llenar la vista de perspectivas radiantes que dilatan la mente.
A mi izquierda se extiende la Val d’Alcalà.

Panorama desde la Sierra de la Carrasca hasta el Penyol Gros y la Foradada. Foto R,Puig
Soledad y silencio con sólo el eco de algún ladrido que llega en sordina desde el Corral de Urbà cien metros más abajo.
Cuando alcanzo el borde de la cresta, bajo mis pies y frente a mí hacia el este se despliega el arranque de la Val de Gallinera

La Foradada, la cima lejana de la Albureca y Benissili. Foto R.Puig
Esta es pues la perspectiva occidental que se ve y se respira hacia mi izquierda y frente a mí…

La Foradada, Benissili y la Safor desde las alturas sobre el Corral de l’Urba. Foto R.Puig.
Y si vuelvo la mirada a la derecha, el paisaje del valle se abre y se encajona progresivamente hacia el oriente, cuando el río excava profundamente su lecho a los pies de Benirrama

Benirrama, su castillo enriscado y la costa de Oliva y la carretera de las Marinas. Foto R.Puig
Del castillo morisco de Benirrama he hablado hace años en estas páginas. Aquellos fueron (usando la expresión de Vargas Llosa) tiempos recios, cuando por estos valles de la Marina Alta se encastillaron las partidas de los moriscos y perdieron sus últimas batallas, antes de su ominosa deportación en 1609, tras siglos de vida en tierras ibéricas hacia lugares de los que ignoraban todo. Una gran multitud de 50.000 de ellos fue embarcada en el puerto de Denia, así como en otros puertos del Reino de Valencia.

El Castell de Benirrama. Foto R.Puig
Pero la historia se pierde en el pasado hacia las épocas remotas de la prehistoria de estos valles.

Benitaia, Benissivá y Benialí entre las sierras de la Safor y de la Foradada. Foto R.Puig
Observando las laderas del norte de la Val de Gallinera, las de las faldas de la sierra de la Safor, diviso varios abrigos levantinos, en algunos de los cuales se conservan pinturas rupestres esquemáticas, datadas entre 4000 y 7000 años antes de Cristo.

Abrigos levantinos en las faldas de la Safor. Foto R.Puig
…
Tras haberme aproximado a la cumbre de la Foradada y a sólo media hora de coronarla, sobre los farallones de este débil sendero me acomodo, rodeado de jara en flor, para comer y vaciar mi termo de café. Pero descubro que no puedo contar con la hora (entre ida y vuelta) que necesitaría para completar el recorrido.
Vuelta pues a bajar por donde he subido, esta vez con más precauciones, pues una sentada accidental sobre los filos del lapiaz no es deseable, me conformo con el tropezón que me hiere levemente la rodilla.
Apenas se perciben los tramos de sendero, el tiempo ha hecho su trabajo.

Lapiaz alveolar. Foto R.Puig
Retorno a la vecindad de las alquerías y de sus corrales despoblados

Camino de vuelta y las tres alquerías de partida. Foto R.Puig
Junto a ellos hay un pedregal que semeja restos de antiguas construcciones o piedras picadas por los canteros que quizás nunca fueron muros

Alquería, corral y cantera bajando de las laderas de la sierra de la Foradada a la Val d’Alcalà. Foto R.Puig
Atravieso, últimos pasos de mi exploración, el olivar por el que empecé el paseo.

El olivar ante la alquería al final del sendero. Foto R.Puig
He de estar en el coche antes de la puesta del sol, para conducir por el final del la Val de Alcalà y, girando por lo alto de la de Gallinera, descender hacia la costa, entre los cerezos que ya están en flor en la bajada desde Margarida, por Benissili, Llombai y Alpatró y hacia los otros «Benis» de este hermoso valle.

Cerezos en flor en la Val de Gallinera. Foto R.Puig

Los valles de la Marina Alta,Detalle. Agencia Velenciana de Turismo
Me detengo dos veces al borde de la CV-714 para admirar este teatro natural en su hora mágica.

Cerezos en flor y los Runals del Pinyol Gros. Foto R.Puig
El termómetro en el coche marca 26 grados cuando me acerco a Alpatrò

Cerezos y Alpatró; en la lejanía Benirrama y su castillo bajo el Miserat y el mar al fondo. Foto R.Puig
Hago el propósito de venir a partir de fines de mayo (si la cuarentena vírica se ha terminado) a comprar una caja de Cerezas de La Montaña de Alicante (denominación de origen).

Cerezas de la montaña de Alicante. Fuente frutasdelasarga.com
Recorro sin prisas las curvas de la carretera y paso por los último pueblos de la Vall de Gallinera, donde la gente disfruta del cálido atardecer que más que de invierno parece del final de la primavera. Un grupo de señoras seniores me saluda desde los bancos de un parquecillo y me hago la ilusión de que me han confundido con alguno de los gallardos viejos del lugar.
¡Hasta más ver!
Bibliografía:
Morera, Vicent y Ortolà, Juanjo, «La Vall de Gallinera, per camins de moriscos i mallorquins», Institut d’Estudis Comarcals de la Marina Alta, 2011, 239 pp.
Pellicer, Joan, «Meravelles de Diània, Picanya, 2002, 187 pp.
¡Qué de recuerdos! En el huerto de mi casa teníamos un cerezo que murió de viejo. Lo recuerdo enorme, imponente… ¡La de horas que habré pasado bajo él! Tal vez por eso, las cerezas son mi fruta preferida.
Un abrazo (virtual, que de los otros ni se puede ni se debe) y, más que nunca, ¡salud!
¡Sí, Manolo!
A mí también me traen muchos recuerdos de infancia; pero sin el árbol, pues yo crecí como niño de piso. Hacia los siete años, cuando empezó la epidemia de polio nos mudamos a casa de mis abuelos donde teníamos siete balcones. En el otro lado de la calle (de Serrano) había un enorme jardín, del palacio de Anglada (caído bajo la piqueta pocos años más tarde), pero ni un cerezo.
Sin embargo, las cerezas me recuerdan aquella casa y a mi abuelo que era alicantino y las traía del mercado. Cuando llegaba la temporada nos encantaba tirar de ellas. Ahora que lo pienso, creo que sí, que también eran mi fruta favorita. Como somos una gran familia siempre llenaban un gran frutero. Y nos advertían de comerlas con cuidado para no atragantarnos con los huesos. Ya de adolescente, iba a «la cla» del Teatro María Guerrero en Madrid. Allí asistí y aplaudí el drama del «El jardín de los cerezos» de Chejov. Debía de tener yo quince o dieciséis años.
Cuando llegue la recolección, te vienes a los valles de la Marina Alta y nos compramos unas cajas, directamente de las cooperativas de la comarca. Se lo puedo proponer a Pere.
Cuídate que ya vamos entrando en años y los virus lo tienen más fácil con nosotros.
Un fuerte abrazo.
Ramón
Ramón. Acá el encierro y los temores, camino montañas de los Farallones de Cali y evoco tus paisajes, también el libro «El corto tiempo de las Cerezas» de nuestro amigo Manuel Cerdá, porque ancestros de la diáspora que colonizó esta cordillera y estos valles donde habito, armaron paisajes semejantes en Boyacá y Santander de Colombia, las cerezas me recuerdan lecturas y apellidos de los rebeldes que acá pudieron reinventar su vida.
Guillermo.
A veces imagino que podríamos caminar juntos por esos senderos de tus valles y sus riscos, tan parecido a los míos. ¡Ojalá fuese posible ir, yo por allá y tú por acá, para caminar comentando sus semejanzas y sus particularidades! ¿Cuándo florecen los cerezos donde ustedes?
¡Y descifrar las historias de rebeldes que guardan nuestros paisajes! Esas de quienes llegaron, cabalgando su rebeldía, a afincarse por tus tierras; o las de quienes, doblegados, tuvieron que abandonar las nuestras, que otros, dejando su Mallorca entonces pobre y sobrepoblada (algunos redimiendo penas) poblaron, para faenar por su futuro.
En mi actual confinamiento, desde la terraza que mira al mar, viajo con la imaginación más allá de su horizonte; y desde el terrado de arriba vuelo, más allá de las crestas del Segaria, hacia los valles y las sierras penibéticas del interior.
Cuando esto acabe creo que ya no habrá flores en las ramas sino incipientes frutos, pero espero caminar sobre otros farallones y, en su momento, regresar de esos valles a la playa con una caja colmada de cerezas.