Trashumancias 2015 (VII). Normandía: Lassy y la saga de los Lacy
Dedicado a Jean Turmel y en memoria de Carmen Lacy, mi abuela materna
En casa de mis abuelos había un libro en inglés que ni ellos ni mi madre sabían leer, pero que se guardaba como oro en paño. Las estampas eran numerosas y el texto hablaba de ilustres irlandeses que habían descollado en sucesivos acontecimientos, no sólo en la agitada historia de Inglaterra e Irlanda, sino sobre todo, que era lo en que la familia de mi abuela más se conocía, en las contiendas de la sucesión y en las guerras carlistas, así como en la guerra de la Independencia, ascendiendo hasta lo más alto del escalafón militar y destacando en tareas de gobierno y de la política.
Adónde habrá ido a parar aquel original, impreso en Baltimore en 1928, no lo sé, pero hace no mucho pude conseguir el último ejemplar del facsímil publicado por la Higginson Books Company de Salem (Massachusetts). Yo sí he podido leer las 409 páginas de aquella investigación histórica y genealógica, firmada por Edward De Lacy-Bellingari, publicada bajo el siguiente pomposo título (que traduzco): El registro de la Casa de Lacy: pedigríes, biografías militares e historia sinóptica de la antigua e ilustre familia De Lacy desde tiempos remotos, en todas sus ramas, hasta el día de hoy.
Las peripecias, los hechos de armas y notables servicios de los Lacy en distintas partes del mundo son explicados con detalle sin olvidar a ninguno de sus protagonistas y se recorren como quien lee una novela, apoyada por una descripción de sus fuentes y documentos probatorios, todo en un orden algo caótico pero apasionante. Hay esponsales, nacimientos, campañas, guerras de religión, batallas, fundación de castillos, demoliciones, expoliaciones, traiciones, destierros, recompensas, emigraciones, ejecuciones, sitios de ciudades, alianzas y contra-alianzas y un sinfín de episodios de los que se podrían extraer varias novelas y no pocas películas.
¿A qué viene esto?
Se estarán preguntando qué mosca me ha picado y qué tiene que ver la historia de la familia de mi abuela con mi viaje de este verano. La razón es que en las primeras páginas del libro aparece el mapa de una zona del departamento de Calvados, donde se localiza la pequeña aldea de Lassy, que se identifica como la cuna secular de los Lacy de Irlanda.
Algo escuché de todo esto a mi abuela, o quizás soñé que me lo contaba. De hecho, recuerdo de mi niñez en casa de mis abuelos un gran retrato al óleo de uno de aquellos antepasados militares del Regimiento Ultonia (la agrupación militar de los irlandeses en España) y las historias sobre los antepasados irlandeses, aquellos que entraron en la península ibérica por el país vasco y acabaron por afincarse en el país valenciano y de forma definitiva en la provincia de Alicante.
Los primeros llegaron a finales del siglo XVII, aunque aquel de quien, según el libro, descendía mi abuela materna en línea directa fue Patrick De Lacy, nacido en el Condado de Galway en 1706 y que, con su hermano David, arribó de Irlanda en 1755. Ambos iban provistos de un certificado, firmada por hasta tres obispos irlandeses, que no sólo corroboraban su limpieza de sangre y su catolicismo integérrimo, sino una genealogía de lucha secular contra la dominación inglesa, aliados de los O’Brien, los FitzGeralds, los Burghs, los Walles, los Butlers, los Boyle, los Browns, los Camas, los Liscarrol, etc. Por ello, se les declaraba aptos para el servicio de su Católica Majestad Fernando VI; lo que no impidió que más de un Lacy demostrara su flexibilidad, pasándose al bando carlista.
Hasta hubo un Luis de Lacy que, tras haberse batido en duelo con un superior por una historia de faldas y ser expulsado del ejército, combatió con las tropas de Napoleón en Alemania, para, más tarde, al tener noticia de la invasión de la península ibérica, pasarse a las españolas y ser acogido calurosamente por sus antiguos compañeros de armas. No acabó ahí todo, pues, siendo ya general, se sumó activamente al levantamiento de Riego y fue ejecutado por orden de Fernando VII, convirtiéndose en héroe defensor de la Constitución de Cádiz. Está enterrado en Barcelona, no sin haber sido rehabilitado post mortem por el mismo monarca que lo mandó al paredón. El libro de Baltimore le dedica siete apretadas páginas, que darían para el guión de una película.
En definitiva, que empleo no les faltó en España a los descendientes de aquellos normandos que conquistaron la Inglaterra sajona en el siglo XI, se afincaron allí y pasaron más tarde a Irlanda, de donde, andando el tiempo, empujados y confiscados por los nobles y terratenientes protestantes, primero en tiempos de Isabel I y, luego y sobre todo, de Oliver Cromwell, tuvieron que contentarse con las peores tierras y sufrir las leyes monopolísticas de los ingleses. Muchos irlandeses se vieron forzados a elegir entre trabajos subalternos en Inglaterra o emigrar a Norteamérica, Francia, Rusia y España.
De modo que este verano decidí visitar Lassy, movido por la curiosidad de acercarme a los orígenes de esta larga saga.
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Lassy
Procedente de La Haya llegué a la minúscula aldea de Lassy en mi tercera etapa del viaje a España y me hospedé con mi furgoneta en un modesto camping, precisamente propiedad de un matrimonio irlandés en las colinas de la región de Calvados, muy frecuentado por turistas ingleses y escoceses.
Sabía ya que tenía que dirigirme en el pueblito a su alcalde, Jean Turmel, que los viernes, en el ayuntamiento, ejerce como tal sin retribución alguna.
Como no era viernes, averigüé por el cartero que, si el alcalde no estaba ocupado en la cosecha o con sus vacas normandas, le podría encontrar en casa, entrando por el patio posterior. Ahí me dirigí, rumiando el saludo con el que debería presentarme.
Tuve suerte, porque si hubiera llegado un día más tarde, Jean Turmel se habría ido a su oficina de París, pues es Secretario General Adjunto del Sindicato Nacional de Productores de Leche, muy activo no sólo en Francia sino también ante las instituciones europeas, en cuyos pasillos el alcalde de Lassy, que es un convencido europeo, conoce bien cómo manejarse.
- «Buenos días, Monsieur Turmel, me permito robarle algo de su tiempo. He parado en Lassy, en mi viaje de Suecia a Alicante, porque un viejo libro en que se habla de mi abuela y su familia, dice que de este pueblo salieron sus antepasados normandos. Mi abuela se llamaba Carmen Lacy”
Las más de tres horas que pasé charlando con el alcalde y visitando Lassy guiado por él se me hicieron cortas y son ya inolvidables.
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Lassy está situado entre el límite oriental del Bocage Normande y la llamada Suisse Normande, en el Departamento de Calvados, Distrito de Vire, en un territorio de suaves colinas que en su punto más alto alcanzan los 268 metros, de verdes prados, bosques y los característicos setos de espino albar que flanquean las propiedades (bocages) en que pastan las vacas normandas. El territorio comunal está surcado por varios riachuelos que desembocan en el Drouance, afluente del Orne.
En el libro de Edward De Lacy-Bellingari se describe Lassy y sus alrededores en términos parecidos, incidiendo en la antigua historia de este lugar del que tomaron su nombre dos señores feudales, Gautier e Ilbert de Lacy, quienes con los hijos del primero, Rogier y Gilbert, partieron a Inglaterra con el Duque Guillermo de Normandía, el Conquistador, para disputar el trono usurpado por Harold, a la muerte del rey Eduardo. Tomaron parte en la batalla de Hastings en 1066, para luego quedarse.
Los nombres de Gautier e Ilbert (o Ibert) están grabados en el bronce conmemorativo del Ayuntamiento de Falaise en el que figuran todos aquellos jefes y caballeros normandos que lucharon en Hastings
Los dos hermanos eran tributarios del obispo Odón de Bayeux, hermano menor de Guillermo, el duque de Normandía. Podemos imaginar cómo esos cerca de quinientos señores feudales y caballeros, que conformaban la caballería normanda, reclutarían a sus huestes entre sus vasallos, granjeros y campesinos, equipándoles con casco, cota de malla, rodela y espada, maza o lanza, hasta formar un ejército de alrededor de quince mil hombres, incluyendo un temible contingente de arqueros.
Como narran las célebres colgaduras del llamado tapiz de Bayeux (más de cincuenta metros de tela bordada que se colgaban en la catedral en las fiestas principales), toda esa tropa partió a luchar contra los sajones embarcada en numerosas naves, similares a las de sus tatarabuelos vikingos. No fracasaron como Felipe II, quien les imitaría siglos más tarde con su armada invencible, pero tuvieron que aguardar en una playa durante tres semanas a que se levantara un viento favorable.
Como describe el tapiz de Bayeux, los infantes sajones salieron a recibirles con hachas y la cosa no estuvo clara de ninguna forma, como solía suceder en estas masacres cuerpo a cuerpo del Medioevo, hasta que a los mejor organizados, o posiblemente a los más brutos y menos fatigados, les sonrió el triunfo.
A aquellos Lacy de Lassy en el siglo XI se les abrió un futuro de tierras, castillos, nuevas batallas, alianzas y contra alianzas, que en el siglo siguiente les llevó de Inglaterra a Irlanda, donde siguieron medrando todavía más. Pero esa historia me obligaría a contarles todo lo que he leído en mi libro de marras y en otras fuentes, a partir de Gautier e Ilbert…

Alcaldía de Falaise.Gautier de Lacy en la lista de los conquistadores de Inglaterra en 1066. Foto R.Puig

Alcaldía de Falaise. Ibert o Ilbert de Lacy en la lista de los conquistadores de Inglaterra en 1066. Foto R.Puig
No les infligiré tal tormento. El resumen es que, a finales del siglo XVII y primera mitad del XVIII, un cierto número de descendientes de aquellos normandos fueron llegando a España. Parece increíble, pero es cierto.
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Así que la historia empezó por una aldea normanda y continuó siglos más tarde en el pueblo de mi abuela, Muro de Alcoy, provincia de Alicante, en España. Ella nos hablaba de sus tatarabuelos irlandeses, mientras hacía unas estupendas mermeladas de tomate o purgaba en una tinaja los caracoles de la huerta, en San Juan de Alicante, en cuyas playas casi no había más que dunas.
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Puede que algún día, Jean Turmel, el alcalde de Lassy, me nombre su secretario de relaciones internacionales para ayudarle a organizar una reunión de los Lacy de todo el mundo en esas tierras de Normandía.
Algunos Lacy de Norteamérica ya le han escrito, deseosos de que así sea. Si para entonces no les he cansado con mis historias y el encuentro se celebra, no les quepa la menor duda de que los lectores de este blog estarán entre los primeros en saberlo.
A modo de resumen
Cuando en algunas regiones de la península ibérica y de Europa hay tantos que se apasionan por decidir si somos galgos o podencos y crear nuevas fronteras, no puedo evitar acabar mi crónica con una reflexión. Quienes me conocen saben que si he traído aquí esta saga no es por prurito de pedigríes.
En momentos en que cientos de miles que huyen de la guerra o la miseria quieren ser europeos, tan sólo desde una aldea de Normandía la historia nos transporta a unos tiempos en que los vikingos querían ser normandos, los normandos decidían ser ingleses, unos ingleses irlandeses y numerosos irlandeses devenían españoles.
Para redondearlo, hoy en día los estudios genéticos se suman a los históricos para enseñar que, además de nacer en un lugar que no hemos elegido y mal que les pese a los entusiastas de intransferibles idiosincrasias, todos somos cultural y genéticamente mestizos.
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¡Ah! Y el próximo domingo seguiremos contando algo sobre la iconografía de la Falaise medieval, la ciudad natal de Guillermo el Conquistador, a sólo 46 kilómetros de Lassy
Querido Moncho Lacy Puig
No he tenido tiempo de leerlo en detalle, mas tarde lo hare. Me parece muy interesante lo que cuentas de tus ancestros irlandeses y normandos. Y los Normandos eran hombres del Norte (Nord – Man) al fin y al cabo escandinavos …. descendientes de lis grandes Vikingos. Descubrieron america anres que Colon. En Götenburg entonces estas en la tierra de tus ancestros. Lo leeré. Un abrazo y gracias. Pancho
Gracias Pancho.
Sí, la verdad es que se cierra una especie de bucle, más bien largo, sólo que en Gotemburgo no me han ofrecido ningún ducado :-). Todo lo contrario de lo que consiguió el vikingo Rollon, que fue el primer duque de Normandía (911-932) por concesión muy diplomática de Carlos el Simple de Francia. En 912 se bautiza Rollon con el nombre de Robert y los vikingos normandos se asientan en el territorio que les ha concedido el monarca, se «integran» y se dejan de pillajes. Incluso reconstruyen los monasterios que habían destruido y hacen prosperar el ducado.
Un abrazo
Moncho
Mmmm… ¡Qué historia, Ramón, qué pasada histórica, aún tengo la boca abierta de pasmo! Y un curiosidad enorme que me acompañó desde las primeras líneas. Dime, si gustas y puedes, ¿los viajes los proyectas con detalle, cada parada y fonda, o te dejas ir un poco por lo que te pide el cuerpo y el alma? Es que… :-), no sé cómo explicártelo, deben de quedar pocos amigos de viajar tan a tu manera, y qué envidia y qué sensación de que yo no sabría o podría, quién diantre será este Ramón Ulises que no deja de sorprendernos cada domingo… Pero que siga siendo por muchos años, Ramón, no te rindas ni permitas que nos rindamos, ya sabes que viajamos contigo. Un abrazo.
Ya sabes que si me han de atribuir algo de Ulises, ese poco que del griego navegante tenga rima con iluso, y que mientras el cuerpo resista y la curiosidad acompañe (y mi furgoneta dure) seguiré. Planeando sí, pues si tienes que improvisar más de la cuenta, se pierde tiempo en los dimes y diretes, un tiempo que está mejor empleado en disfrutar de lo que el viaje ofrece y de lo que del periplo se espera. Además, mientras la vista, las manos y las neuronas rijan, habrá que escribirlo y compartirlo, para no olvidar y para, al hilo de las narraciones, hacer amigos. La prueba, tú.
Pero también creo que hay algo de eso que dice, mejor que yo, Alberto Caffaratto, poeta que me has dado a conocer, en unos versos que dicen:
Del brazo del pasar, del transcurrir, del concluyendo,
del poco y del moler certezas duras
resisto en mi sañuda compañía
al socavar del calendario que da y quita,
a la destitución de los ensueños
y a un tiempo flaco, obvio y siempre menos…
(de «Como merezco»)
Un abrazo