Breverías erasmianas (X) “Ira omnium tardissime senescit” (El rencor es lo último que se extingue)
Hay en estos días un viento que barre las hojas caídas y recuerda la caducidad de las cosas. Símbolos inmemoriales del otoño y del ritmo natural de las estaciones.
No obstante, el mundo vegetal, aunque decline, encierra siempre la promesa de su renovación, de una especie de borrón y cuenta nueva. Aquello que brotó en primavera desaparece ahora, pero tenemos la certeza de que algo nuevo surgirá con la siguiente.
No es así en el mundo de lo humano. Caen los hombres y quedan los rencores. Con trágica frecuencia, nuestros otoños no anuncian casi nunca primaveras. La sangre sigue corriendo bajo el pretexto de agravios ancestrales y el afán de venganza se trasmite entre generaciones.
Lo vemos en las noticias de cada día. El odio se enquista, se trasmite y se mantiene. Las arboledas se renuevan cada año pero el alma colectiva de los hombres es de hoja perenne. Ninguna expiación parece suficiente y hasta hay lugares donde subsiste la convicción brutal de que los hijos de los homicidas han contraído una deuda de sangre.
Ira postremum senescit
De nuevo volvemos a Erasmo y a uno de sus comentarios de los viejos adagios grecolatinos. En este caso aquel que constata lo que acabamos de constatar:
“El rencor es lo último en caducar”. Así lo expresa de otro modo un apotegma de Aristóteles, quien, según Laercio, a la pregunta de ¿qué es lo que más rápido envejece? respondió: un beneficio.
Cicerón junta las dos cosas: “Quien tuvo placer lo olvida; quien experimentó un dolor guarda memoria (cui placet obliviscur, cui dolet meminit). En general, los mortales suelen recordar con gran tenacidad la injuria y se olvidan con mucha facilidad de los favores”
Este adagio parece venir de Sófocles, quien en su Edipo en Colona dice:
Nada hay que a la cólera haga vieja si no es la muerte,
pues a los que ya están sepultados el dolor no llega
Erasmo comenta que esa longevidad del resquemor y del odio es lo que simboliza Homero en su alegoría de la contienda entre las Súplicas (Litas) y la Ofensa (Ate). Esta diosa tiene la mirada viva y es rápida en causar desgracias. Las Súplicas en cambio son lentas y estrábicas. Quiere decir con ello que las ofensas son ágiles y perduran y las reconciliaciones son lentas (reconciliationes esse tardas), porque los hombres suelen recordar durante largo tiempo los agravios.
Concluye recordando que La Iliada narra también que Júpiter arrastró de los pelos y sacó del Olimpo a Ate, que había contagiado de su perfidia a Juno, y la lanzó a la tierra. Erasmo añade que hay quien opina que la historia de Lucifer, arrojado del paraíso, es similar.
(Fuente del texto latino: Adagio I, VII, 13 (613), pp 561-563, Les Adages, Belles Lettres et le GRAC (UMR 5037), Lyon, 2010)
Atavismos
Símbolo de la persistencia del afán de venganza es lo que ocurre en algunas regiones de Europa, donde (como documentaba un reportaje de la cadena ARTE), los hijos de un asesino deben pasar con su madre a la clandestinidad, para no ser a su vez asesinados por los familiares de aquél a quien mató su padre (que en la cárcel o muerto ya no puede ser objeto de venganza).
Esa deuda de sangre condena a los niños a no frecuentar la escuela para no ser localizados, hasta el punto de que sólo con maestros itinerantes pueden conseguir un mínimo de escolarización. Según el documental, en Albania hay así decenas de niños que estudian ocultos en su nuevo domicilio.
De modo que el rencor resiste, a las reconciliaciones no se las espera y las masacres se amontonan sobre la tierra. Para el odio y el rencor no llegan ni los otoños ni las primaveras.
Y sin embargo, a veces…. http://politica.elpais.com/politica/2013/10/24/actualidad/1382641750_283159.html
Moncho:
Muy interesante, como siempre. Lo novedoso para mi son las no conocidas fundamentaciones en los clásicos y en el gran Erasmo, de la persistencia insalvable del rencor en los humanos. Y la reflexión que haces de ellos.
Sabia que la envidia puede ser un sentimiento básico y en extremo destructivo. Es común que la envidia sea inconsciente, no nos demos cuenta de ella; los demás sí nos ven el plumero de la envidia con facilidad. Pero es cierto, el rencor es muy difícil de superar individual y de manera colectiva. Quizá porque constituye una injuria a nuestro narcisismo, es decir a la base de nuestro ser. Si esa base esta dañada desde muy temprano, es peor. El perdón Implica una elaboración costosa y a veces imposible si no se hace con la ayuda de un otro. Y solo si la predisposición innata en cada humano al rencor no es excesiva. La resistencia en algunos pueblos a reconocer los daños infligidos a sus hermanos: a las comisiones de la verdad después de guerras fratricidas, por ejemplo. Los anglosajones son mas prácticos que los latinos, en esto, creo yo.
Reflexiones que merecen un estudio mas detallado y por que no. Su publicacion.
Un abrazo y gracias
P
Querido Pancho,
Muchas gracias por tu acertado comentario. Lo comparto, aunque no sé si lo que dices de los anglosajones se puede verificar. En Irlanda del Norte los rencores y las líneas divisorias siguen terriblemente vivos. Desde luego, a nivel global, por desgracia, los ejemplos son masivos.
Tanto Albert Camus (que había vivido una época de crímenes y rencores generalizados con un grado de lucidez inigualado por sus coetáneos), como Jankélévitch (otro filósofo de limpia trayectoria), opinan que el perdón supone que el ofensor lo solicite de su víctima. Para Jankélévitch, si el ofendido ha muerto, ya no hay perdón posible. Camus acaba aceptando que un familiar de la víctima muerta, en nombre del familiar desaparecido, podría conceder el perdón solicitado por el responsable de esa muerte. (En este caso se podría situar el artículo de El País si la viuda llegase a perdonar). Pero no se puede conceder perdón a quien no lo solicita, a quien no se arrepiente de lo hecho.
La caridad trascendente (el amor cristiano) no puede otorgar perdón sustituyéndose a la víctima (y poniéndose además abusivamente en el lugar de Dios).
Como le dice Camus a Mauriac (Combat, 11 enero 1945) : «Yo perdonaré abiertamente con François Mauriac cuando los parientes de Velin, cuando la mujer de Leynaud, me digan que puedo». Camus se refería a dos amigos de la resistencia torturados y asesinados salvajemente por los alemanes.
«Mauriac legitima el perdón recurriendo a la trascendencia; Camus no puede seguirle, ya que quiere una justicia construida desde una total inmanencia»
(Michel Onfray en «L’ordre libertaire. La vie philosophique d’Albert Camus», Flammarion 2012, p.397).
Un fuerte abrazo
Moncho