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Homenaje a la morralla

8 agosto, 2021
Schopenhauer. Foto R. Puig

Si tienen por costumbre comprar los ingredientes para el caldo de pescado en su pescadería, sabrán de lo que hablo, aunque quizás nunca se hayan fijado en las fisionomías de lo que se suele llamar morralla, sobre todo si se arreglan con pastillas de concentrado o tetrabrik del supermercado

Después de elegir los lenguados y de que les hayan cortado los filetes de la cola del rape y pidan la cabeza para el caldo, el dependiente quizás les pregunte : «¿Le pongo algo de morralla?».

Preparando el rape. Foto R.Puig

La Real Academia Española define «morralla» como 1) conjunto o mezcla de cosas inútiles o despreciables; 2) multitud de gente de escaso valer; 3) pescado menudo; y añade que en México y Honduras también se entiende como «calderilla», es decir monedas de escaso valor, a lo que yo añadiría que también se entiende así en España.

Pero ¿se les ha ocurrido mirar a la cara a estas víctimas de la cacerola antes de que perezcan sacrificadas a nuestra gourmandise? (nota: me he permitido decirlo en francés porque suena más elegante que glotonería). Las hay de varia especie, aunque para ser breve se me ocurren dos tipos: a) pececillos que acaban como morralla, aunque podrían haber seguido creciendo, pero cayeron prematuramente en la red; b) otros que son siempre pequeños por naturaleza de su especie y terminan del mismo modo.

Algún lector puede que se sienta herido en su sensibilidad por lo que estoy diciendo y le pido disculpas por todas las veces que he confeccionado un caldo marinero. Esperando que nadie inicie una causa general contra los aficionados a la sopa de pescado (entre los que me incluyo). Pero es justo reconocer a estos ignorados héroes de la olla, así que me he propuesto rendirles homenaje. ¡Basta ya de sólo reconocer las virtudes del besugo, la merluza de pincho, el rodaballo, el salmón, las sardinas a la plancha… y tantos otros protagonistas de ilustres menús!

Hoy nos ocuparemos de esos parvulillos a los que se conoce como morralla. En mi ignorancia ictiológica me permitiré darles nombres y expresiones ficticios, esperando que algún biólogo marino me aporte la onomástica correcta. Por desgracia, este homenaje es también un obituario, pues los pececillos que van a ver ya fenecieron, una primera vez en la lonja del pescado y la segunda en la cazuela.

Pequeño malaspulgas. Foto R.Puig

He comenzado por uno que debió de tener aspiraciones para llegar a grande, a depredador de congéneres. No pudo crecer para comerse a los chicos, pero a juzgar por sus dientes debió causar estragos entre los demás candidatos a morralla.

A este otro se le quedó cara de decepción cuando fue secuestrado mientras su cardumen ejecutaba una armoniosa coreografía submarina. Ya en la red se dio cuenta de la heterogénea plebe que le rodeaba cuando ya los pescadores estaban por alzarla. Probablemente este aspirante de aristócrata tenía planes para el futuro.

To pa na. Foto R.Puig

Los dos siguientes me hacen pensar…

¿Se han dado cuenta mirando a los peces del acuario que algunos parecen reconocerse besándose? ¿Acaso no tienen un gesto similar cuando nos envían su ósculo a través del cristal?

En alguna de mis visitas a un acuario he tenido la impresión de que los peces, cuando moviendo sus aletas se cruzan en sus paseos subacuáticos, se reconocen por la boca. Si es así, esta forma de reconocimiento sería más refinada que la de los animales de género canino que se olfatean por el otro extremo cuando se encuentran con un congénere.

Ahí se lo dejo a los estudiosos de la evolución de las especies.

Romeo y Julieta. Foto R. Puig

Hay otro que tiene un gesto muy severo. Me recuerda la mirada de la que creo se llamaba Sor Dolores, severa custodia del orden en el parvulario de mi infancia, cuando, no sé por qué infracción, a mis seis o siete años me castigó de cara a la pared.

Gruñona. Foto R.Puig

El semblante de este otro denota un rol más elevado. De hecho se le ha quedado un gesto de asesor en trance de asesorar, como si, escamado ante la agitación extraña de las aguas, hubiera estado aconsejando un cambio de rumbo al jefe de su cardumen cuando la red del barco pesquero le atrapó.

Consejero. Foto R. Puig

Pero el más conmovedor de esta galería es un pececillo que parece, por rostro y dimensiones, pero sobre todo por su inocente mirada, ser de corta edad y estar descubriendo el mundo submarino como en un film de Cousteau.

Criaturita. Foto R. Puig

Parafraseando al filósofo, también en el mundo submarino las vidas de los humildes seres de la morralla se podrían resumir en voluntad y representación.

Puede que sea un espejismo, pero incluso en el ademán de alguno de ellos se atisba una pequeña promesa de pensamiento…

¿Pensativo? Foto R.Puig

Moraleja

La pescadería que ya no existe (*). Foto R. Puig

Cuando vayamos a comprar pescado, del mismo modo que examinamos con respeto al besugo o a la merluza no olvidemos mirar con cariño y gratitud a los pececillos de la morralla.


Notas:

(*) En la plaza del pescado (Fisktorget), frente a la “iglesia del pescado” (Feskekôrka en sueco dialectal) estaba hasta hace unos meses el mercado de pescado más antiguo de la ciudad de Gotemburgo. El edificio ya no albergará más las pescaderías más populares de la Costa Oeste. Decisiones urbanísticas vinculadas a las obras del Västlänken han concluido con su desaparición permanente del interior de este que ha sido «el templo del pescado» desde 1910.

2 comentarios leave one →
  1. Eva permalink
    8 agosto, 2021 09:57

    Me encanta esta entrada Ramón, qué grande eres.

  2. 8 agosto, 2021 10:13

    Gracias Eva, the small is beautiful 🙂

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