Ayer tarde llegamos a Lima…

Hacia Lima. Foto R. Puig
Para Manolo y Amelia
Llevo algunas horas en el Perú. Hemos venido a un reencuentro con muchos de mis viejos compañeros y amigos de toda una vida. A Lima llegué muchacho y de Lima me fui hombre.
La costa peruana nos ha recibido y frente al Pacífico va a discurrir nuestra estancia. Pero no me voy a poner nostálgico. El aire de este océano, el calor de su verano y la exquisita cortesía y sincera alegría de quienes nos esperan son energía para el anciano que ahora vuelve a estas orillas.
Este primer día lo voy a celebrar con dos poesías de poetas peruanos, en primer lugar los versos de Blanca Varela (dentro de unos días se cumplen diez años de su muerte) en los que habla de esta costa de contrastes que ayer vimos desde el cielo antes de aterrizar:
«Puerto Supe»
Está mi infancia en esta costa,
bajo el cielo tan alto,
cielo como ninguno, cielo, sombra veloz,
nubes de espanto, oscuro torbellino de alas,
azules casas en el horizonte.
Junto a la gran morada sin ventanas,
junto a las vacas ciegas,
junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.
¡Oh, mar de todos los días,
mar montaña,
boca lluviosa de la costa fría!
Allí destruyo con brillantes piedras
la casa de mis padres,
allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,
destapo las botellas y un humo negro escapa
y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.
Están mis horas junto al río seco,
entre el polvo y sus hojas palpitantes,
en los ojos ardientes de esta tierra
adonde lanza el mar su blanco dardo.
Una sola estación, un mismo tiempo
de chorreantes dedos y aliento de pescado.
Toda una larga noche entre la arena.
Amo la costa, ese espejo muerto
en donde el aire gira como loco,
esa ola de fuego que arrasa corredores,
círculos de sombra y cristales perfectos.
Aquí en la costa escalo un negro pozo,
voy de la noche hacia la noche honda,
voy hacia el viento que recorre ciego
pupilas luminosas y vacías,
o habito el interior de un fruto muerto,
esa asfixiante seda, ese pesado espacio
poblado de agua y pálidas corolas.
En esa costa soy el que despierta
entre el follaje de alas pardas,
el que ocupa esa rama vacía,
el que no quiere ver la noche.
Aquí en la costa tengo raíces,
manos imperfectas,
un lecho ardiente en donde lloro a solas.
Blanca Varela (1926 – 2009) de «Ese puerto existe», 1959
Y para acabar un poema emocionante, escrito en años muy duros en París, por Cesar Vallejo, poeta con el que me inicié en la poesía cuando acababa de estrenar mis primeros pantalones largos :
Me viene, hay días…
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador? cosa terrible?
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.
César Vallejo (1892 – 1938) de «Poemas humanos», 1931-1937

Llegando a Lima. Foto R.Puig
Hermosos versos, hermosas fotos y , por supuesto, hermoso texto. ¡Bienvenido a Lima, Moncho, aunque por el calentamiento global este rincón andino se olvide de la humedad fría y engreidora de la Lima realmente virreinal! Bernardo.
Gracias Bernardo.
Ya te llamo para vernos a la vuelta de esta ruta Moche, en la que estamos descubriendo un norte costeño «fascinans et tremendum» que nos llega del espesor de los siglos.
Hasta dentro de pocos días.
Moncho y Marie