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Umberto Eco ha soltado amarras

28 febrero, 2016

 

Umberto Eco. Foto  Il Messaggero

Umberto Eco. Foto Il Messaggero

 

Umberto Eco ha perdido su última disputatio con la Parca, esa que no respeta argumentos de eruditos, que no perdona ni a buenos ni a sabios.

A los 84 años mantenía el ímpetu necesario, se acababa de embarcar en una nueva casa editora, La nave di Teseo, en compañía de otros viejos aventureros de la literatura y el pensamiento, abandonando las cómodas aguas de la omnipresente industria cultural.

Justo cuando tan necesitados estamos en Europa de gentes como él, ha levado anclas, para ir a plantarle cara al Minotauro en esos mares de los que no se vuelve, hacia las tierras del mito.

Su obra me ha acompañado desde mi época de universitario, con sus escritos filosóficos y sus ensayos de arte, de filología, sus certeras crónicas periodísticas, continuando con la inmensa sorpresa de sus novelas, y lo ha seguido haciendo hasta hace bien poco, con El cementerio de Praga y Numero Cero.

El hombre àguila. Miniatura del Romance de Alejandro. 1338. Bodleian Library. Portada de Baudolino

El hombre águila. Miniatura del Romance de Alejandro. 1338. Bodleian Library. Oxford

Han sido muchos momentos de provechosa reflexión y de disfrute intelectual y literario. Hablé de él hace unos años en este blog, en relación con su Opera Aperta. Umberto Eco era una buena persona, un europeo universal, un humanista moderno, un contador de historias, un hombre y un pensador libre, un guía moral con quien sintonizamos muchos de nuestra generación.

Umberto Eco. Hacia 1965

Umberto Eco. Hacia 1965

Ahora que Europa se mira crudamente en su propio espejo, interpelada por millones de personas que la ven como su último refugio, he traducido dos textos suyos como la forma adecuada de rendirle tributo.

El primero lo publicó durante los debates (2003-2005) de una Constitución Europea (Tratado por el que se establece una Constitución para Europa), cuando la Iglesia Católica reclamaba una mención de las raíces cristianas de nuestro continente en el texto que se discutía. El Tratado no prosperó por el rechazo, tras sendos referéndums, de Francia y los Países Bajos. El segundo extracto procede de una breve serie de ensayos publicados bajo el título de Cinco escritos morales.

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Las raíces de Europa

Las crónicas veraniegas están animadas por la discusión sobre la oportunidad de citar, en una Constitución europea, los orígenes cristianos del continente. Quien exige la referencia se apoya sobre el hecho, ciertamente obvio, de que Europa ha nacido de una cultura cristiana, incluso antes de la caída del imperio romano, al menos desde el edicto de Constantino. Así como no se puede concebir el mundo oriental sin el budismo, no se puede concebir Europa sin tener en cuenta el papel de la iglesia, de los varios reyes cristianísimos, de la teología escolástica o de la acción y del ejemplo de sus grandes santos.

Quien se opone a la cita tiene en cuenta los principios laicos por los que se rigen las democracias modernas. Quien desea la referencia recuerda que el laicismo es una conquista europea recientísima, herencia de la Revolución Francesa: nada que ver con las raíces que se fundan en el monaquismo o en el franciscanismo. Quien se opone piensa sobre todo en la Europa del mañana, que se dirige a convertirse inexorablemente en un continente multiétnico, y donde una cita explícita de las raíces cristianas podría bloquear tanto el proceso de asimilación de los recién llegados, como reducir otras tradiciones y otras creencias (que sin embargo podrían llegar a tener una entidad conspicua) a culturas y cultos minoritarios que únicamente se toleran.

Por tanto, como se ve, esta no es solamente una guerra de religión, porque afecta a un proyecto político, a una visión antropológica y a la decisión de trazar la fisionomía de los pueblos europeos o en base a su pasado o en base a su futuro.

Ocupémonos del pasado. ¿Se ha desarrollado Europa exclusivamente sobre la base de la cultura cristiana? No me refiero aquí a los aportes enriquecedores de los que se ha beneficiado la cultura europea en el curso de los siglos, comenzando por la matemática india, la medicina árabe o incluso los contactos con el Oriente más remoto, no sólo desde los tiempos de Marco Polo, sino desde aquellos de Alejandro Magno. Toda cultura asimila elementos de culturas vecinas o lejanas, pero después se caracteriza por la forma de apropiárselos. No basta con decir que debemos el cero a los indios o a los árabes, si después ha sido en Europa donde se ha afirmado por primera vez que la naturaleza se escribe en caracteres matemáticos. Y no olvidemos la cultura grecorromana.

Europa ha asimilado la cultura grecorromana tanto en el plano del derecho como en el del pensamiento filosófico, e incluso en el plano de las creencias populares. El cristianismo ha englobado, a menudo con mucha desenvoltura, ritos y mitos paganos y formas de politeísmo que sobreviven en la religiosidad popular. No es sólo el mundo del Renacimiento el que se pobló de venus y de apolos y se dedicó a redescubrir el mundo clásico, sus ruinas y sus manuscritos. El Medioevo cristiano construyó su teología sobre el pensamiento de Aristóteles, redescubierto a través de los árabes, y aunque ignoró en gran parte a Platón, no ignoraba el neoplatonismo, que influyó mucho en los Padres de la iglesia. No se podría concebir a Agustín, el mayor de los pensadores cristianos, sin la absorción de la filosofía platónica. La noción misma de imperio, sobre la cual se desarrolló el choque entre los estados europeos, y entre los estados y la iglesia, es de origen romano. La Europa cristiana optó por el latín de Roma como lengua de los ritos sagrados, del pensamiento religioso, del derecho, de las disputas universitarias.

Por otro lado, no es concebible una tradición cristiana sin el monoteísmo judaico. El texto sobre el que se fundó la cultura europea, el primer texto que el primer impresor decidió imprimir, el texto con cuya traducción Lutero cimentó prácticamente la lengua alemana, el texto príncipe del mundo protestante, es la Biblia. La Europa cristiana ha nacido y crecido cantando los salmos, recitando a los profetas, meditando sobre Job y sobre Adán. Más aún, el monoteísmo hebreo ha sido el único aglutinante que ha permitido un diálogo entre el monoteísmo cristiano y el monoteísmo musulmán.

Pero no se acaba aquí. De hecho la cultura griega, al menos desde los tiempos de Pitágoras, no se podría concebir sin tener en cuenta a la cultura egipcia, y en el magisterio de los egipcios y los caldeos se inspiró el más típico de los fenómenos culturales europeos, o sea el Renacimiento, mientras que el imaginario europeo, desde los primeros obeliscos descifrados y hasta Champollion, desde el estilo imperio a las fantasmagorías de la new age, modernísimas y muy occidentales, se ha nutrido de Nefertiti, de los misterios de las pirámides, de las maldiciones de los faraones y de los escarabajos de oro.

No vería yo como algo inoportuno, en una Constitución, una referencia a las raíces grecorromanas y judeocristianas de nuestro continente, unida a la afirmación de que, precisamente en virtud de esas raíces, del mismo modo que Roma abrió su propio panteón a dioses de toda raza y elevó al trono imperial a hombres de piel negra (sin olvidar que San Agustín era africano), nuestro continente está abierto a cualquier otro aporte cultural y étnico, considerando esta apertura precisamente como una de sus características culturales más profundas.

Fuente:

Umberto Eco, A passo di gambero («A paso de cangrejo»), Bompiani, 2006, Le radici de l’Europa, pp. 245-247. Crónica publicada en Le bustine di Minerva (“Las papelinas de Minerva”), Diario L’espresso, setiembre 2003

Umberto Eco. Portada de L'isola del giorno prima, 1994

Umberto Eco. Portada de L’isola del giorno prima, 1994

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Las migraciones del Tercer Milenio

…los racistas deberían ser (en teoría) una raza en vías de extinción. ¿Existió un patricio romano que no conseguía soportar que también llegasen a ser cives romani los galos, los sármatas, o los hebreos como San Pablo, y que pudiese subir al trono imperial un africano, como finalmente aconteció? De este patricio nos hemos olvidado y ha sido derrotado por la historia. La civilización romana era una civilización de mestizos. Dirán los racistas que fue esa la causa de su disolución, pero hicieron falta quinientos años – y me parece un espacio de tiempo que también a nosotros nos permite hacer proyectos para el futuro

Fuente:

Umberto Eco. Cinque scritti morali. Bompiani, 1997, Le migrazioni del Terzo Millenio. p.100

Umberto Eco. Foto de Sergio Siano. Il Messaggero

Umberto Eco en Nápoles. Foto de Sergio Siano. Il Messaggero

6 comentarios leave one →
  1. 28 febrero, 2016 17:50

    Gracias por la traducción, Ramón. Por quedarme con algo concreto, me quedo con esa lúcida, exacta y preciosa síntesis del sabio: «No vería yo como algo inoportuno, en una Constitución, una referencia a las raíces grecorromanas y judeocristianas de nuestro continente, unida a la afirmación de que, precisamente en virtud de esas raíces, del mismo modo que Roma abrió su propio panteón a dioses de toda raza y elevó al trono imperial a hombres de piel negra (sin olvidar que San Agustín era africano), nuestro continente está abierto a cualquier otro aporte cultural y étnico, considerando esta apertura precisamente como una de sus características culturales más profundas». No porque considere que debiera atenderse nada de lo que reclame la Iglesia Católica -se lo hemos dado todo con más que dudosos resultados-, porque tampoco debiera aceptarse de buen grado la exigencia de ciertos países de obligar a hincarse de rodillas toda su ciudadanía ante esa otra religión, el laicismo, impuesta tan sin matiz ni distinción, tan a a cristazo limpio, como aquellas a las que aspirar a combatir.

    Beso de Mediterráneo excepcionalmente nublado… Tiene que ser que el cielo responde a mi rogativa puntual de cada año cuando se acerca amenazadora la dictadura fiestera de quince días de excesos falleros sin límite de ningún tipo. De esto no sabía Eco… 🙂

  2. 28 febrero, 2016 21:37

    A propósito de la Iglesia Católica, Umberto Eco declaró a Time en 2005 que Santo Tomás de Aquino le había milagrosamente curado de la fe católica y de creer en Dios, a él que de joven fue activo en el movimiento de jóvenes de Acción Católica. Como sabes, su tesis doctoral en Filosofía versó sobre «el problema estético en Santo Tomás» (1956).

    Que te sean leves las Fallas, claro que las mascletàs ya no serán lo mismo sin Rita en el balcón del ayuntamiento 😦

  3. Luis Bernardo José Regal Alberti permalink
    2 marzo, 2016 00:50

    Aprovecho tu blog, Ramón, para rendir un sencillo homenaje a Umberto Eco. Yo tuve que buscar trabajo en los años setenta y durante unos pocos años me aceptaron como profesor de lenguaje para el ciclo de Estudios Generales, por aquello de que tenía un bachillerato en humanidades, sin mayor título ni estudios propiamente lingüísticos. Pero entrando en los ochenta llegaron propiamente los graduados en filología y lingüística, especialmente un par de licenciados de la Católica que venían nada menos que de un doctorado en Bologna, discípulos y amigos de Eco. Hice con ellos hasta la fecha una linda amistad, incluso algunos años fuimos colegas en la misma universidad, yo ya no tanto como profesor de lenguaje sino más bien de filosofía.

    El segundo contacto con Eco fue para mí muy profundo, tanto como profesor de filosofía moral, cuanto sobre todo, por las clases llamadas propedéuticas, de orientación al estudiante en la metodología de la investigación científica. Justo revisando bibliografía dí con un pequeño libro de Eco, romántico socialista e intelectual de ideas claras, que defendía la posibilidad de que un estudiante de pocos recursos y necesitado urgentemente de una investigación para obtener el cartón y abrirse camino en el mercado laboral capitalista, buscase sencillamente en una universidad de provincias una tesis de grado, la sacase por el servicio de biblioteca y la presentase como suya en la universidad de una ciudad importante. Alucinante tema para un debate moral sociopolítico realmente «práctico». Eco asegura que ningún jurado soberbio y exclusivista va a darse cuenta de que la tesis no la ha hecho el estudiante provinciano y pobretón.

    Mi tercer encuentro con Umberto Eco es, naturalmente, el Nombre de la Rosa, el descubrimiento luminoso y puro del novicio que se encuentra con la única forma de vivir de veras el amor de Dios en brazos de una mujer, aunque se convierta en un amor imposible…tema que desde otras perspectivas dará que pensar a Sartre.

  4. 2 marzo, 2016 08:59

    Es raro encontrar a alguien que haya trabajado en el ámbito académico de la estética, de la comunicación, de la filosofía, de la ética, de la lingüística, de la semiótica, de la historia del libro, de la historia del medioevo, de la teoría narrativa, de la novela y algunos campos más que olvido, que no haya entrado en contacto con las obras de Umberto Eco durante los últimos cincuenta años.

    El libro al que te refieres, sobre el recurso a una tesis de ocasión, no lo conozco y no sería raro que fuese uno de esos textos, en que la ironía se unía con la rebeldía, de su época en el grupo de «los corsarios». En todo caso, tiene también, como sabes, una obra muy útil para el doctorando, «Cómo hacer una tesis de doctorado». Un manual que ayudaría a muchos a no cometer los errores que suelen cometer los que quieren doctorarse.

    El último libro, que acaba de salir en Italia es «Cómo viajar con un salmón». Supongo que debe de ser uno de esos guiños suyos que daba gusto leer.

    • Bernardo Regal Alberti permalink
      3 marzo, 2016 05:24

      Los dos teníamos razón. En 1.2 de «Cómo se hace una tesis» (1977?) pinta Eco el panorama sociologico del estudiante escaso en recursos económicos, etc. tal como lo resumí en mi comentario. Pero tú tienes razon: la rebeldía, la cólera contra el sistema, le hacen reconocer hasta qué extremos ilegales podría llegar el estudiante aplastado por dicho sistema. Pero este libro, dice Eco, no es para esos estudiantes sobrevivientes de la masacre del sistema. Es para los que tienen un mínimo de recursos, tiempo, etc., para ayudarles a presentar coherentemente un documento de investigación-graduación. Vale la pena leerlo.

      • 6 marzo, 2016 10:19

        En efecto, «Come si fa una tesi di laurea» es de 1977 (en italiano). En español no salió hasta 1983. Pero discrepo, aunque lo diga Eco, en lo de que este libro sea sólo para quien dispone de medios, pues las orientaciones de lógica de la investigación y de la forma de acertar en la elección del tema y en la ordenación de sus partes, por ejemplo, están destinadas a cualquiera que haya trabajado con rigor durante sus estudios universitarios.

        En cualquier caso, la obsesión por coronarse doctor ya vemos a lo que ha llevado en los últimos tiempos, entre otros, a algunos políticos alemanes (entre los casos más sonados). Y ahora, con Internet, es cada vez más viable que, incluso sin tiempo y sin recursos, se puede fabricar una tesis doctoral que dé el pego, a base, valga la redundancia, de recorta y pega. Por no hablar del género menor de la tesina (o tesis de licenciatura). El plagio ha existido siempre, pero nunca fue tan fácil como hoy.

        A menudo, para la tesis, son más importantes el tiempo y el cerebro que los recursos económicos. Por suerte, la inteligencia no es patrimonio exclusivo de los favorecidos por la fortuna. Te podría contar mi caso, en el que las horas robadas al sueño fueron tan importantes como la ayuda de una fundación.

        Volviendo a este libro de Eco, no supe del mismo hasta después de haberme doctorado. Pero el libro del que sí me serví fue el de Javier Lasso de la Vega (1892-1990) «Cómo se hace una tesis doctoral» (Madrid,Fundación Universitaria Española, 1976), orientado a la documentación rigurosa de la investigación.

        Lasso fue un ilustre archivero, bibliotecario, documentalista, experto en edición y en la lógica del trabajo intelectual (e.g.: «El trabajo intelectual», Madrid, Paraninfo, 1975). Fue catedrático de Biblioteconomía en Madrid, asesor de la UNESCO en la materia (viajó por América Latina, asesorando en la materia). Su bibliografía personal es enorme. Publicó hasta casi los noventa años y ayudó al desarrollo de las bibliotecas en numerosos países (publicó un libro, entre muchos, titulado «La biblioteca y el niño»). Lo conocí a través de mi padre. Era una bellísima persona, no fue un autor de «best seller» globales, pero hizo mucho bien.

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