Sin pena y con glorias
Han tocado mis ojos el esplendor del mundo (Francisco Brines)
La semana se ha ido en un suspiro y, entre unas cosas y otras, sin escribir nada de serio, he llegado sin pena a hoy domingo, aunque transitoriamente cojitranco. En definitiva, que he estado poco andarín. No por ello he dejado de recoger algunas modestas glorias que al observador atento se regalan. Son esas nimiedades las que de nuevo me permiten el cumplimiento del precepto dominical que me he marcado; como esas flores de la imagen que inicia esta crónica, que se alzan curiosas sobre sus tallos a modo de avestruces vegetales, observándome tras las vallas de un jardín de la Partida de La Almadraba.
Y la floración de los naranjos es una gloria para los ojos y los aires.
El perfume de la flor azahar se cuela por las ventanillas abiertas del coche e invita a detenerse a la vera de los bancales.
Pero los limoneros me tienen despistado. Cuando ya los botones rojizos de sus flores se preparan a abrirse para competir con las del naranjo, de las ramas de un solo árbol cuelgan sus frutos maduros junto a otros verdes.
Cerca del mar, sobre la arena, se extiende espontáneo el Carpobrotus edulis con sus flores moradas que, cuando abren, muestran unos pistilos de un pálido amarillo anaranjado. Es una planta humilde, que se arrastra a baja altura y persiste en sus colores de Viernes Santo, cuando hace ya días que las campanas tocaron a Gloria.
Junto al paseo que separa la partida de Las Rotes en Denia de las orillas rocosas del Parque Natural del Cabo San Antonio, unas discretas flores silvestres resisten frente al mar.
El panel explicativo me habla de la fauna marina, pero no de la escasa flora de roca que adorna sin pretensiones el paseo. Como no soy submarinista no podré bajar a observar los peces en directo, así que me contento con sus imágenes.
Entre las fotos del panel me llama la atención la del mero (Cephalopholis argus)
y la del dentón o dentol (Dentex dentex),
ya que de ordinario sólo los veo en las pescaderías sobre un lecho de hielo.
Termino este breve recorrido con otra de las imágenes que he capturado esta semana, transcurrida sin pena… pero con glorias. Es una más de mi montaña mítica, alzándose sobre la playa de Jávea.
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Nota bene: El verso de Francisco Brines que preside esta crónica procede de La última costa (1995), en concreto de su poesía “Los espacios de la infancia”.
Semana Santa contemplativa de la naturaleza en un entorno de floración primaveral y seguramente de tranquilidad para las especies marinas por la ausencia de submarinistas dada la frialdad de las aguas.
De todas formas las especies marinas no necesitan de los submarinistas para entretenerse entre ellas mismas, pues, como es sabido, el pez grande se come al chico, no sin antes darle un buen susto.
Por otro lado ¿por qué será que en las floraciones de comienzo de la primavera predominan los tonos morados? Como, por ejemplo, ese primer color de la flor del limonero, que luego, cuando se abra del todo, cambiará al blanco.
Que bonita entrada. Me encanta ver el despertar primaveral por esas tierras. A lo mejor Landwoman tiene respuestas a la emergencia del morado.
Seguro que pronto despertará también la primavera por las tierras de Ricardo III, por el Abbey Park y en vuestro jardín victoriano, para recibir a los chiquetetes que llegan del otro lado del océano. Espero que el buen tiempo ayude a que todos lo paséis muy bien.