Elogio de la nimiedad (III): de flores y de estética
Hace ya casi un año comentaba yo en estas páginas que el término latino nimius (que significa excesivo) acabó significando lo contrario, es decir insignificante, sin importancia.
Así pues, como esta primavera me marea con sus amagos y ya no sé si hablar de la lluvia, el frío, el sol o los peces de colores, he decidido de nuevo ampararme en la relevancia de las cosas nimias para cumplir con mi precepto dominical.
Además, el pasado fin de semana, el mal tiempo nos impidió el picnic que teníamos planeado, con lo cual nos consolamos paseando entre plantas y árboles de otros climas bajo las bóvedas acristaladas de la Palmhuset en el parque de la Trädgårdsföreningen (Sociedad del Jardín), uno de los más hermosos de Gotemburgo.
Alguien, con toda razón, podría a estas alturas haberse dado cuenta de que, en realidad, estoy atacado de pereza. Para confirmarlo, no se me ha ocurrido otra cosa que remedar a Gustavo Adolfo Becquer, pues, al salir de esos magníficos invernaderos vi, erguida en su modesto tiesto a la salida de la Palmhuset, una flor, una sola y nimia flor.
.
Virtualmente impune, al abrigo de los huevos que los lectores del blog no pueden lanzarme, he perpetrado la siguiente estrofa:
De la pérgola en un ángulo modesto,
Del jardinero tal vez olvidada,
Solitaria y celando su fuego,
La camelia soñaba.
.
Para hacerme perdonar
Como quiero compensar el dislate de mis versos mediocres, nada mejor que algo de filosofía…
Hay una definición de la belleza en el ensayo clásico de Edmund Burke (1729-1797) acerca de lo bello y lo sublime que parecen escritas ex profeso para mi recatada camelia solitaria.
Así que he pensado que nadie mejor que el pensador irlandés para acudir en mi auxilio.
Burke afirmaba –en contraposición a la búsqueda de las proporciones ideales de la estética griega y renacentista- que la belleza no es un asunto del entendimiento, sino del sentimiento, del cual solamente, según él, surgen nuestros juicios del gusto. No se trata pues de definir la belleza en función de la proporción o de la adecuación (o conveniencia) de lo que estimamos bello, pues eso presupone una operación intelectual, sino en función de la “sensibilidad natural” que nos habita y genera una reacción de amor ante el objeto de nuestro aprecio sensible.
En conjunto, las cualidades de la belleza, como son cualidades meramente sensibles, son las siguientes: primero, ser comparativamente pequeño. Segundo, ser liso. Tercero, presentar una variedad en la dirección de las partes; pero, cuatro, no tener esas partes angulares, sino entrelazadas, por así decir unas contra otras. Quinto, tener un perfil delicado, sin ninguna apariencia destacable de fuerza. Sexto, ser de colores claros y brillantes, pero no muy fuertes y resplandecientes. Séptimo, o de ser su color resplandeciente, que se halle diversificado con otros. Estas son, creo, las propiedades de las que depende la belleza; propiedades que actúan por naturaleza, y que se hallan menos expuestas a ser alteradas por capricho, o confundidas por una diversidad de gustos, que ninguna otra
(III, XVIIII, pp. 152-153)
.
La gracia de las formas
En el Jardín Botánico, también en Gotemburgo, me tropecé de nuevo con Burke, pero esta vez con su idea de gracia, que él explica con dos ejemplos de la escultura griega (la Venus Medici) y romana (las efigies de Antinoo), y en nuestro parque se personifica en cierta manera también en una estatua
…tener gracia significa que exteriormente no hay rasgos de dificultad; se requiere una inflexión pequeña del cuerpo; y tal compostura de las partes como para no estorbarse unas a otras, ni para parecer divididas por ángulos cortantes y súbitos. Toda la magia de la gracia, y lo que llamamos su yo no sé qué, consiste en esta tranquilidad, redondez y delicadeza de actitud y movimiento…
(III, XXII, p.155)
.
De la belleza animal
Siguiendo con el ensayo de Burke, rescato algunas fotos de mi visita, en un frío final de invierno de hace algunos años, al parque Nordens Ark donde se protegen especies en peligro de extinción, como el tigre de Amur.
Dejo de nuevo la glosa al filósofo:
Que la proporción tiene escasa participación en la formación de la belleza, es totalmente evidente entre animales…
…entre sus cabezas y sus cuellos, entre aquellas y el cuerpo… (las proporciones) difieren en cada especie, aunque hay algunos ejemplares que destacan dentro de muchas especies, y poseen una belleza sorprendente. Ahora bien, si admitimos que formas y disposiciones diferentes e incluso opuestas son compatibles con la belleza, creo que estamos obligados a aceptar que determinadas medidas no la producen necesariamente, pese a operar según un principio natural; al menos hasta donde concierne a la especie animal
(III, III, pp. 126 y 127)
Fuente: Edmund Burke, De lo sublime y de lo bello. Alianza Editorial 2005, Estudio previo y traducción de Menene Gras Balaguer
La obra fue publicado en 1757, con el título original de A Philosophical Enquiry into the Origin of our Ideas of the Sublime and Beautiful, aunque su autor la había escrito, diez años antes, a los dieciocho años, poco antes de graduarse en el Trinity College de Dublin donde todavía estudiante había creado en 1747 la sociedad de debates Edmund Burke’s Club, considerada la más antigua sociedad estudiantil del mundo. En 1770 devino la College Historical Society, donde aún se conservan las actas de las reuniones del club fundado por el joven Edmund Burke
.
Epílogo
Podríamos seguir comentando las ideas de nuestro teórico de la belleza y de lo sublime. Pero será mejor que dejemos la idea de lo sublime para otro día.
Aunque no sin antes, aprovechando que llega el tiempo de hacerse a la mar, dejar el tema, colgado para otra ocasión,
con una pregunta