Imágenes y leyendas navideñas
Las calles, plazas y canales de Gotemburgo están engalanadas. Los funcionarios y técnicos del ayuntamiento (mayoría socialdemócrata desde hace décadas ahora amenazada por varios escándalos) han respondido a la cita de la Navidad, tratando de añadir alguna nota original que distinga estos días de los del año pasado.
Las luces que iluminan el Gran Teatro son este año de color lila. La luna acudió hace unos días para el toque final de mi postal.
Los parvulitos se instruyen, guiados por sus cuidadoras.
Son los pimpollos de esos turistas que viajarán mañana por el mundo. No saben nada de Carlos IX (1550-1611), que, a caballo, domina la Plaza del Rey (Kungstorget), pero seguro que se darán un paseo por los puestos del mercado (Saluhallen) que se ve al fondo, en la misma plaza. Mejor interesarse por las zanahorias o por las patatas de Skåne que por la saga de un tipo autoritario que, primero como regente (baño de sangre en Kalmar), y luego en sólo siete años de reinado, esquilmó las arcas de los suecos y les metió en todas las guerras que pudo.
Como parte del derroche de decorados de estas fiestas, Gustaf Adolf II (1594-1632), sucesor del anterior y fundador de la ciudad, bucea frente a la plaza que lleva su nombre, ante la sede comunal.
A mí me parece un símbolo de lo que ocurre con los reyes y los gobernantes cuando se entusiasman con la guerra y las conquistas. Este belicoso monarca sueco fue a morir en una batalla en Alemania, una más de aquellas masacres entre protestantes y católicos que jalonaron una guerra, la de los treinta años, que llenó los bolsillos de los navieros y fabricantes de pólvora, cañones, arcabuces, mosquetones y otros artilugios.
En el embarcadero, las gaviotas no se enteran de nada, pero sí que mantienen la distancia entre generaciones. ¡Un respeto!
Pero ¿de la tradición qué se hizo?
Entre tantas luces y prisas, en estas calles, la leyenda fundacional de la Navidad no aparece por ninguna parte. Sin embargo, si hemos de ser imparciales, pervive, sí, pero en el interior de las iglesias.
Como no me resigno y para rescatarla de su reclusión, en recuerdo del mito y de la cuna de estas fiestas, me vuelvo hacia los artistas y a la literatura popular.
Un dibujo del piamontés Giuseppe Caccia, más conocido como il Moncalvo (1565/68-1635), reproduce sobriamente lo que la leyenda narra: el ángel, maría, el niño y las parteras.
La mayoría de las escenas que el arte nos ha legado sobre la noche occidental por excelencia, la Nochebuena, se han inspirado en los evangelios que la tradición canónica de la Iglesia ha desechado, los llamados apócrifos.
A mí me siguen pareciendo deliciosos.
…mandó el ángel parar la caballería, porque el tiempo de dar a luz se había echado ya encima. Después mandó a María que bajara de la cabalgadura y se metiera en una cueva subterránea, donde siempre reinó la oscuridad, sin que nunca entrara un rayo de luz, porque el sol no podía penetrar hasta allí. Mas, en el momento mismo en el que entró María, el recinto se inundó de resplandores y quedo todo refulgente como si el sol estuviera allí dentro. Aquella luz divina dejó la cueva como si fuera el mediodía. Y, mientras estuvo allí María, el resplandor no faltó ni de día ni de noche. Finalmente, dio a luz un niño, a quien en el momento de nacer rodearon los ángeles.
…
Hacía un rato que José se había marchado en busca de comadrona. Mas, cuando llegó a la cueva, ya había alumbrado María al infante. Y dijo a ésta: “Aquí te traigo a dos parteras: Zelomi y Salomé»
…
Entró Zelomi y dijo a María: “Permíteme que te palpe”. Y cuando lo hubo permitido María, exclamó diciendo a grandes voces: “¡Señor, Señor, misericordia! Jamás se ha oído ni ha podido caber en cabeza humana que estén henchidos los pechos de leche y que haya nacido un infante dejando virgen a su madre. Ninguna polución de sangre en el nacido. Ningún dolor en la parturienta. Virgen concibió, virgen dio a luz y virgen quedó después”.
Fuente: Evangelio del Pseudo Mateo, 2-3. «Los evangelios apócrifos», versión y edición de Aurelio Santos Otero, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2006 (1956), decimotercera impresión, pp. 201-202.
No sigo con lo que le pasó a la otra partera, a quien, por hacer algo parecido a lo que, años más tarde y en distinta oquedad, quiso hacer el apóstol Tomás, la mano se le quedó seca.
Según otro apócrifo (Protoevangelio de Santiago) por «introducir el dedo en la naturaleza» (así dice la versión del griego) la mano se le cayó carbonizada. Pero si queréis conocer más detalles sobre las consecuencias de la incredulidad y de cómo termina la historia, tendréis que comprar el libro.
Sola lejos del bullicio
Como me da un poco de pena ver a la chica de la flor, olvidada en su esquina del parque, sin que nadie se acuerde de ella en estos días de fiesta, la recuerdo aquí, la haré viajar hoy por el éter.
Con su rostro reflexivo acabo esta crónica dominical. Os deseo que paséis bien estos días y que, abandonado este año rugoso que se mantuvo en sus trece, el que llega, nuevo y lleno de incógnitas, os traiga soluciones y algunas respuestas, aunque sean modestas.
Hola Ramón, a pesar de los pesares, las ciudades lucen preciosas estos días, y alegran… tus fotos de Gotemburgo son preciosas. En fin, me sumo a tus deseos, que el año próximo traiga soluciones y sobre todo me gusta tu petición de que traiga respuestas.
¡ Feliz Navidad ! espero que lo pases muy bien con tu familia allá donde estés
Un abrazo
Gracias Mercedes,
Tienes razón. Al menos una vez al año hay un esfuerzo colectivo por responder con luz a los días más oscuros. En eso no se cambia, ha sido siempre así: con las antorchas del pasado o con los diodos de hoy, hacer luz y quitar máscaras (pues, a menudo, tenemos la sensación de que vivimos en un baile de disfraces).
Ojalá que «las ciudades que lucen» sean una metáfora de lo que, una y otra vez, nos hace falta: frente al vicio de ignorarse la virtud de reconocerse.
¡ Feliz Navidad ! ¡ que vosotros también lo paséis muy bien !
Un abrazo
Ramón