Mi travesía estival hacia Escandinavia. (II) De Marvejols a Montpeyroux
Tras salir de Marvejols enfilo de nuevo la A75, atravesando por un tiempo el departamento de Cantal y parando brevemente en el mirador del viaducto de Garabit, airosa obra de Eiffel, sobre el que aún circulan los trenes.
Si los obreros que fabricaron los bulones que aún sostienen firmemente esta hermosa estructura hubiesen elaborado también los del Titanic, quizás aquél no se hubiera ido a pique.
Continuando el viaje, me adentro en el departamento de Puy-de-Dôme y en la región de Auvernia.
Al avistar el torreón de Montpeyroux (el monte de la piedra o “pedregoso”), tomo la decisión de visitar el pueblo, en vez de pasar de largo como en ocasiones anteriores.
He acertado… El paseo por el pueblo me aporta una mágica sensación de vuelta al pasado.
Desde el aparcamiento umbrío junto al cementerio recorro la calle que asciende hacia la iglesia
y al arco del reloj.
Por esa puerta atravieso la muralla hacia el torreón
y hacia las hermosas casas de piedra que lo rodean.
Desde Montpeyroux se divisa el valle del Allier
Y el perfil inconfundible del Puy-de-Dôme.
Pero hay un detalle que no viene en las guías.
Bajando por la calle, que desciende desde la fachada de la iglesia hacia un mirador de amplias vistas, hay,en el primer chaflán a la izquierda, un modesto museo al aire libre.
Se trata de un sobrio homenaje a los diestros canteros que, durante siglos, trabajaron aquí, tallando la piedra que se extraía del propio monte sobre el que está asentado el pueblo.
Esculpir la piedra es una de esas acciones que me emocionan y me trasportan a otros tiempos. Los instrumentos de aquellos artesanos admirables, que se trasmitían el duro oficio de padres a hijos, están aquí expuestos en varias vitrinas bajo un soportal.
Como muestra de su trabajo, unas perfectas ruedas de molino, talladas con absoluto rigor geométrico.
Con este recuerdo, retorno al coche, aparcado junto al cementerio, donde converso agradablemente con una joven pareja inglesa que viene del condado de Norfolk.
Me despido de Montpeyroux, no sin reposar la vista sobre sus campos de trigo ya en sazón.














Es un pueblo y unos campos preciosos. Que bonito viaje, aunque lo hayas hecho solo.
Un beso
No hace falta irse a Tailandia para descubrir sitios estupendos…
A la vuelta no vendré solo 🙂
Un beso
Sigo con interes tu itinerario e interesantes observaciones y comentarios, gracias por compartir y animo en la continuacion del viaje
Muchas gracias Carmen.
Llegué ya hace más de una semana, lo que ocurre es que voy desgranando la crónica por capítulos.
Un saludo
Ramón
Hola Ramón, seguiremos atentos a la crónica de tu precioso viaje. Es increíble, cuántas cosas bonitas hay por el mundo, sobre todo si se sabe mirar y disfrutar, como tú.
Como quizá sepas, tego debilidad por las murallas…
y comparto la admiración por el trabajo de los canteros, ese museo debe ser una delicia, ¡gracias por contarlo!