De Roma a Gotemburgo amparados por Neptuno
En Navidad dejo Roma por Gotemburgo. El miércoles 22, tras un vistazo más a Santa María del Popolo, alguna foto del Neptuno que desde su fuente preside el lado oeste de la plaza que da su nombre a la iglesia. Esta solemne versión del dios de los mares se erigió durante la ocupación napoleónica. Conviene recordar que las tropas ocupantes se llevaban a París numerosas obras de arte clásicas o renacentistas mientras la administración francesa dejaba imitaciones neoclásicas de aquello que se llevaba.
Se puede recorrer Europa bajo la protección de Neptuno, el Poseidón de los griegos, que esgrime su tridente, domina a la serpiente marina o cabalga las olas sobre una enorme caracola tirada por tritones o caballos marinos. No sé si además de ser la deidad de los mares, este hermano de Zeús, es también el dios del cambio climático (aunque desde luego en estos días no ha sido el protector de los aeropuertos), pero no deja de ser una coincidencia que el viernes 24 mis primeras fotos del gélido Gotemburgo navideño sean también las de otro Poseidón, el musculoso dios de Götaplatsen.
Y de nuevo se establece la french connection, pues, si a principios del siglo XIX lo que se recomendaba a un artista en ciernes era todavía, como durante siglos, viajar a Italia (al tiempo que algunas colecciones galas acogían con gusto los suministros de obras maestras que la tropas napoleónicas se llevaban de España o de Italia), a finales de ese siglo los artistas nórdicos se marchaban a París para completar su formación. De hecho, el Poseidón de Gotemburgo es obra de un artista sueco que estuvo algunos años aprendiendo con Rodin, el escultor Carl Milles.
No puede decirse que Milles (escultor de inspiración expresionista y medieval) deje traslucir demasiado en esta obra las enseñanzas de Rodin. Pero lo que resulta patente es que entre el Neptuno barbudo de Valadier en la Piazza del Popolo (una obra que pretende emular sin conseguirlo los neptunos de la Plaza de la Señoría en Florencia o de Plaza Navona en Roma) y el barbilampiño atleta de Milles en Gotemburgo media la misma distancia que existe entre el imperio napoleónico y la socialdemocracia sueca: del dios tocado con su cabellera griega de imitación pasamos a un fornido marinero escandinavo con su gorro de faena, que nos ofrece un salmón todavía sin ahumar y se apresta a brindar con una concha, seguramente llena de acquavitae, nada más necesario en estos días de frío, cuando sólo los níveos cisnes se deslizan impertérritos entre los témpanos de la costa de Bohuslan.