La Roma marcada
A Mussolini lo colgaron ya muerto, cabeza abajo, junto a su amante, Chiara Petacci, en una plaza de Milán. Otros déspotas acabaron también de forma violenta a lo largo de la historia italiana, aunque ahora no se les rememore como déspotas sino como emperadores de la Roma clásica. Sus desmanes no se recuerdan cuando el turista se extasía ante sus arcos de triunfo, sus anfiteatros y estadios y las inscripciones en piedra de sus epopeyas. Por sólo hablar del Imperio Romano, pues las ciudades estado del Renacimiento y los Estados Pontificios cuentan de igual modo con una ilustre ración de crueles tiranos y papas belicosos. Lo que ocurre que sobre ellos ha caído más abundante el polvo de los siglos y de las obras de arte que al viajero se le ofrecen no trasciende ya el dolor y la sangre de los oprimidos, sólo queda la terca presencia de las piedras, bronces y mosaicos que a costa de ellos se erigieron.
Por lo que respecta a Mussolini (él mismo, como las obras que hizo construir, una especie de pastiche de la Roma imperial), si se quisieran borrar las huellas del Duce de los muros, los puentes y otras obras romanas, habría que emprender una enorme tarea de demolición. No se trata sólo de las leyendas que relatan las “hazañas bélicas” del Fascio en el este de África, fruto de un cruel sueño enfermizo de imperio colonial o de las escenas en bajorrelieve exaltando la raza itálica en las monumentales construcciones olímpicas (con fornidos atletas cortados todos por el mismo patrón y ergonomicamente erróneos), sino de los mismos edificios de vecinos (obra por otro lado de muchos competentes arquitectos y escultores a quien les tocó trabajar en aquella época amarga) que siguen recordando al Dux en los mosaicos de sus fachadas, en inscripciones esculpidas en latín o en sus bajorrelieves idílicos.
En resumidas cuentas, se podría recorrer Roma simplemente estudiando cómo aquel dictador, racista, violento y rijoso (al respecto acaban de publicarse unos elocuentes diarios de Chiara Petacci) del que se burlaría Chaplin en su conocida parodia sobre Hitler, fue marcando con su nombre y su incontinente soberbia esta fascinante urbe. Ironías de la historia: cuando pocos recuerden a Charlot, muchos podrán seguir observando junto a los vestigios de la Roma clásica los otros restos, los que quiso ir deponiendo, como marcas en su territorio y para ser recordado, aquel remedo de emperador que pretendió ser il Duce.
No obstante, a pesar de la alarma que ello suscita en movimientos como «Il Fronte Romano Riscatto Popolare», los mosaicos que Mussolini dejó para que se le recordase en el Foro Itálico van desapareciendo bajo las pisadas de los tifosi que en los días de partido se dirigen hacia el estadio olímpico.
El agua, la intemperie y los espontáneos que arrancan las teselas, van poco a poco desmontando los gritos de Duce! Duce! Duce! que aún quedan en esa zona de Roma como muestra del mal gusto del fascismo.