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La conseja del olivo triste

4 marzo, 2018
Olivos en andenería. Foto R.Puig

Olivos en andenería. Foto R.Puig

Sobre un huerto de olivos del Levante español sobrevuela y murmura una historia vieja. Hace tiempo, durante uno de mis paseos por esos valles secos, por donde el árbol de la aceituna, atesorando la escasa humedad que esos suelos brindan, lentamente crece, me detuve admirado ante un olivo añejo.

En la corteza de este olivo centenario me parecía ver el rostro doliente de un eccehomo.

El olivo triste. Foto R.Puig

El olivo triste. Foto R.Puig

Inquiriendo por las cercanías del lugar, he llegado a saber de una leyenda oral, tan ambigua e incierta como la piel labrada de esta planta antigua. Será que en los lugares tristes donde ocurren tragedias, en los parajes severos donde suceden crímenes y donde se fija la memoria de ajustes de cuentas y venganzas, no suele faltar algún árbol austero, tan pobre y tan sufrido como sus vecindades.

Erase una vez una guerra española, tan absurda y obstinada como lo son todos los conflictos civiles. Los regios causantes nunca llegaron a batirse entre ellos, pero lo hacían por el pueblo interpuesto. Y, ya se sabe, los pueblos -¡ay!- siempre incuban motivos, inconfesables pasiones, para invocar razones para matarse, tan estultas como las de quitar o poner reyes. Aquellas guerras enfrentaron a carlistas e isabelinos sobre una gran parte de la geografía española. Hay quien aún sueña con vengar los supuestos agravios de aquellas escabechinas sucesorias.

Según la conseja de este olivo triste, por aquellos tiempos de facciones y partidas armadas, cuando el árbol no era tan viejo como ahora, cuando su corteza era más tierna y sensible, a la vera de su aún escasa sombra, hombres sombríos perpetraron un crimen horrible, dejando al huerto huérfano de sus dueños. Desde entonces, se dice, si por ese olivar alguien se aventura y en el silencio de la noche escucha atento, puede que oiga un amargo lamento.

La queja del olivo. Foto R.Puig

La queja del olivo. Foto R.Puig

Dicen que los pájaros e incluso los insectos, año a año, siglo a siglo, labran la piel de los olivos. Si es cierto, si la leyenda no es mera imaginación de viejos lugareños, puede que algunas aves fuesen testigos del horror de aquel día y de generación en generación hayan seguido imitando los ayes de los moribundos, y que en algunas noches aúnen sus chillidos al quejido del árbol.

Esta conseja tendrá o no tendrá fundamento, pero los ancianos evitan que la caída de la tarde les pille cerca de ese huerto de olivos.

La amargura del olivo. Foto R.Puig

.

Para no dejarles en pena

No todos los olivos se lamentan, otros, frente a la adversidad, no pierden la sonrisa…

 

Sonreír con la alegre tristeza del olivo.

Esperar. No cansarse de esperar la alegría.

Sonriamos. Doremos la luz de cada día

en esta alegre y triste vanidad del ser vivo.

.

Me siento cada día más libre y más cautivo

en toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.

Cruzan las tempestades sobre tu boca fría

como sobre la mía que aún es un soplo estivo.

.

Una sonrisa se alza sobre el abismo: crece

como un abismo trémulo, pero valiente en alas.

Una sonrisa eleva calientemente el vuelo.

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Diurna, firme, arriba, no baja, no anochece.

Todo lo desafías, amor: todo lo escalas.

Con sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo.

.

Miguel Hernández

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