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Elogio de la nimiedad (VII): Reproches y rebeldías (de los comestibles)

14 enero, 2018
El ojo airado. Foto R.Puig

El ojo acusador. Foto R.Puig

 

Reproches

No sé si a ustedes les pasa, pero descabezar un pescado cuando te mira fijo puede dejar una regusto de culpa. Se pasa pronto, pero, en todo caso, hay quienes preferimos no tener que guillotinar a un bicho antes de comerlo. No sé si está relacionado con una experiencia infantil.

En los años de la posguerra en España comer pollo, algo tan corriente ahora, era para las ocasiones especiales. Alguien, creo que era por Navidad, había obsequiado a mis abuelos el volátil vivo. Había que sacrificarlo para luego desplumarlo. Al niño que yo era no se le dejó asistir a la decapitación, pero sí que pude ver horrorizado como salía corriendo hacia mí el animal sin cabeza por el pasillo en penumbra que llevaba a la cocina.

Los niños de hoy están acostumbrados a las escenas de horror de la TV, el cine y los videojuegos, pero que un ser vivo sin cabeza, sangrando por el pescuezo seccionado, se te acerque dando saltos era demasiado para un infante de los tempranos años cincuenta del siglo pasado.

Por lo cual no tuvo nada de extraño que hace ya mucho, en una marisquería de Galicia, al observar a un pinche de cocina que sacaba un bogavante vivo del acuario para llevárselo hacia el perolo en ebullición, de sopetón le preguntase si no sentía remordimientos cada vez que ejecutaba a los crustáceos de una forma tan cruel. No debía yo ser el primero que le planteaba este interrogante moral, pues, también sin pensárselo, me replicó poniendo ante mi el animal con sus espectaculares tenazas embridadas (como un criminal esposado) y diciendo: «No señor, yo sólo ejecuto a un asesino del fondo de los mares que ha devorado a muchos pececillos inofensivos, cocerlo vivo no me quita el sueño».

Langosta de mar

Langosta norteamericana (en España bogavante)

A pesar de esta explicación, no puedo olvidar los ojillos cegatones del bogavante y sigo pensando que si tuviese el oficio de hervidor de crustáceos vivos, al acabar la jornada de trabajo no conseguiría dormir tranquilo.

.

Rebeldías

En todo caso, les pido comprensión, pues voy a intentar esclarecer con algunos ripios una especie de visiones, que no sé si a ustedes se les presentarán o son sólo los efectos de mis traumas infantiles que se habrían agravado con la edad.

En cualquier caso no se tomen a la ligera mis advertencias

Despierten almas dormidas

estén alerta y aprendan

cosas que no han de hacerse

y si se hacen adviertan

qué podría sucederles.

Ira de hortaliza. Foto R.Puig

Ira de hortaliza. Foto R.Puig

Un pimiento es un pimiento

hasta que se le acuchilla,

y a sus barbas se ofende

despertando en consecuencia

su agresividad latente.

El pimiento colérico. Foto R.Puig

El pimiento colérico. Foto R.Puig

En el alma de los huevos

pollos frustrados se esconden

así que si los freímos

arrojando chiribitas

los dedos quizá nos quemen.

 

Ova furiosa. Foto R.Puig

Ova furiosa. Foto R.Puig

Hemos de tener presente

que por las cocinas

vagan espíritus durmientes,

puede que a quien les maltrate

su colera persiga siempre.

Ova furiosa. Foto R.Puig

Ova furiosa. Foto R.Puig

Pimientos, calabacines,

repollos, huevos y habas,

puerros, ajos y tomates,

cebollas y calabazas

un respeto se merecen.

El orgullo de la huerta. Foto R.Puig

El orgullo de la huerta. Foto R.Puig

Humildes frutas, hortalizas

y las modestas legumbres

de honor un rescoldo encierran,

 que con arte se les trate

ya nos lo enseñó Arcimboldo.

Arcimboldo. El otoño. 1573

Arcimboldo. El otoño. 1573

No hay queso ni salchichón

que no tenga corazón,

ni ostras que no palpiten,

ni huevos sin condición,

como ya mostró Colón.

Colón y el huevo. Orquesta Mondragón

Colón y el huevo. Orquesta Mondragón 1992

Nos prescribía Gautama,

que antes de hervir una gamba

con reverente humildad

su permiso le pidamos

para preservar su karma.

.

Hervidas sin permiso. Foto R.Puig

¡Hervidas sin permiso! Foto R.Puig

Como Plotino enseñaba,

los granos de la granada

sueñan la unidad perdida

y que al fin de su pesadilla

espera su forma divina.

La granada en la rama. Foto R.Puig

La granada en su rama. Foto R.Puig

***********

Y si no ha sido suficiente para aclararnos, recordaremos lo que escribía Georges Poulet analizando el neoplatonismo en la obra de Marcel Raymond. Aquel influyente crítico literario rechazaba la dualidad sujeto-objeto, al poner de relieve en sus estudios de poetas modernos que somos nosotros quienes prestamos a las cosas la consciencia que no tienen, que es en nosotros donde las cosas se piensan a sí mismas, se sienten, se perciben y hasta se emocionan en

…una especie de universo interior donde el pensamiento no sería diferente de sus objetos, donde ser consciente de alguna cosa sería ver como adquiere su forma en el espíritu, como si se soñase a sí misma.

(La conscience critique, Paris, José Corti, 1971, p. 128)

Bueno, pues lo dicho, eso puede referirse tanto a la fusión del espíritu del crítico literario (el sujeto) con la poesía de Baudelaire (el objeto), como a los pimientos (los objetos) que se piensan en nuestra conciencia (de sujetos) cuando los cortamos en rodajas. Parafraseando a Santa Teresa podríamos decir que entre los pucheros también aletea el soplo de la conciencia.

Prueben y vean que, concentrándose un poco, percibirán lo que sienten los ajos cuando los añaden al sofrito.

¡Que aproveche!

2 comentarios leave one →
  1. 14 enero, 2018 18:46

    A veces me tiras de la lengua más de lo que querría… en especial, cuando alguna vivencia tuya. El sacrificio del cerdo en casa de la abuela suponía, no que mi padre nos tapara los ojos y los oídos, nos llevaba fuera del pueblo. No pudo evitar, en cambio, que nos topáramos con la carrera de un pollo descabezado, debía de ser muy frecuente.

    Con el pescado y el marisco era distinto. Y no hace más de siete u ocho años, me iba a las rocas de Arousa a limpiar el pescado que les compraba a los de las barcas, descalza, en bañador y armada de un buen cuchillo. Cierto que me impresionaba su rigor mortis -aunque mi madre apenas habría dicho: Da gusto verlos tan ‘fresquitos’, ¿verdad?-, pero no había que arrebatarles la vida, la faena me la daban hecha. ¡Ah!, pero el marisco, su cocción! Las nécoras se salían de la enorme olla en la que las hervía mi madre cuando mi padre volvía de la ría, y pelear con patas, antenas y pinzas de otros bichos más grandotes… ¡buffff! ¡Qué nerviosa me ponía. Y no vayas a olvidarlo o dejar de advertírselo al pinche que sea: si muertas, en agua caliente, si vivas, en fría.

    Y por cierto, «eso» de la fotografía no es una langosta, es un lubrigante (bogavante para vos). Las dos patas delanteras de la langosta terminan en pinzas pequeñas y tiene dos largas antenas en la cabeza (quizá esas estén partidas). En el bogavante, por contra, las dos patas delanteras terminan en pinzas grandes y fuertes, y si te fijas muy, muy bien, son distintas entre sí. ¿Sabes por qué? Fácil: una es para desgarrar, la otra para triturar.

    Ya, pero, gallega, no has entendido una palabra de mis líneas. ¿No tienes sensibilidad, ni capacidad de reflexión? ¿No tienes alma? Pequeñita, de mujer, nos la nacisteis ayer, recuerda, poeta. Así que esa «…especie de universo interior donde el pensamiento no sería diferente de sus objetos, donde ser consciente de alguna cosa sería ver como adquiere su forma en el espíritu, como si se soñase a sí misma» me es totalmente ajeno 🙂

    ¡Qué bien haces estas cositas del querer ver y del jugar con tus visiones, Ramón!

  2. 14 enero, 2018 20:57

    ¡Ahí si que me has pillado! ¡lo que me mostró el pinche tuvo que ser un bogavante y la foto (de Google) que he sacado a relucir es la de una langosta de Norteamérica! que es, como tú bien dices, en nuestra tierra de garbanzos, un bogavante. ¡Pero cómo osaría yo en cuestión de mariscos y pescados competir contigo, Luisa, una gallega que viene por toda la orilla! (Así que he introducido las enmiendas oportunas).

    Y eso que hoy, tras pasar ayer por una pescadería de las de aquí, que no son mancas, me traje unas buenas porciones de rape fresco (las cabezas no las tuve que cortar, qué alivio) y unas gambas rojas de esta costa oeste de Suecia, a las que no tuve que pedir permiso de cocción (menos mal) pues ya venían hervidas desde el barco.

    Con azafrán, eneldo, ajo y perejil el arroz con rape me ha quedado requetebién. Yo he sido el sujeto, el pescado el objeto y el verbo ‘cocinar’ el nexo entre los dos que le ha dado forma, esa que el rape no hubiera podido imaginar sin mi ayuda.

    ¡Puro idealismo kantiano! Aunque mi profesor de filosofía decía que Kant se inspiró en Aristóteles y los intelectuales franceses siempre consiguen que todo lo que ya inventaron otros parezca que lo hayan concebido ellos. ¡Para eso escriben endiabladamente bien! Y yo que me aprovecho de los franceses para que los ripios se adornen de filosofía.

    En cualquier caso, el reproche será aparentemente una exclusiva humana, pero que algunas hortalizas y otras cosas de comer me miran mal de vez en cuando, no sabría decir si ellas lo habrán soñado, pero yo no -¡lo juro!- yo no lo he soñado.

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