Días en blanco

Enero en el Slottsskogspark. Göteborg. Foto R.Puig.
“…me parece que aquí, durante el invierno,
los pensamientos de los hombres se congelan del mismo modo que las aguas”
Carta de René Descartes a Nicolas Flécelles de Brégy, Estocolmo 15 de enero de 1650
.
René Descartes (1596-1650) expresa esta sensación desapacible en el mes de enero del invierno más frío de todo el siglo XVII, recluido en una mansión de Estocolmo, cuando le quedan veintisiete días de vida.
Según se dijo oficialmente murió de neumonía, aunque los síntomas, como se descubrió hace algo más de treinta años, eran más bien los del envenenamiento por arsénico.
En la misma carta a Brégy se lamenta así:
aquí no estoy en mi elemento, y no deseo otra cosa que tranquilidad y reposo, esos bienes que los más poderosos Reyes de la tierra no pueden dar a quienes no sepan tomarlos por sí mismos
Por fortuna, nosotros tenemos mejor calefacción que aquel sabio a quien Cristina de Suecia (1626-1689) citaba cruelmente en su biblioteca de palacio, a las cinco de la mañana, para departir con él, supuestamente de filosofía pero, sobre todo, para encargarle caprichosas tareas. El buen hombre no tardó en arrepentirse de haber acudido a Suecia, sobre todo porque para llegar a la puerta de la demora real tenía que recorrer unos centenares de metros a muchos grados bajo cero. Como cuentan los cronistas, el protocolo real no le permitía cubrirse la cabeza durante las audiencias, lo que en cierto modo explica su reflexión sobre la congelación de los pensamientos.
Tras hacerse responsable de la muerte a los 53 años del filósofo, Cristina de Suecia, maldita sea la gracia, se mudó a climas mediterráneos, para lo que le convino abjurar de la fe luterana (mérito en gran parte de algunos ilustrados jesuitas) y ser recibida apoteósicamente en Roma, donde moriría a los 63 años, en primavera y en unos aposentos bastante más cálidos que los de Descartes en Estocolmo.
Al sabio le dejaron el magro consuelo de un pomposo monumento en una iglesia de Estocolmo.

Monumento a Descartes en la Adolf Fredriks Kyrka. 1770. Estocolmo. Foto Wikipedia.
Pobre Descartes a quien, según lo cita Giulia Belgioioso en la solapa de la edición crítica de su correspondencia completa (Milano, Bompiani, Col. il Pensiero Occidentale, 2009), lo que le gustaba de verás era pasar el tiempo en compañía de personas honestas que se muestren estima:
…el mundo es demasiado grande en proporción a las pocas personas honestas que lo pueblan; quisiera que estuviesen todas reunidas en una sola ciudad; y entonces sería feliz abandonando mi eremitorio, para irme a vivir con ellas, si me quisieran acoger en su compañía. Pues, aunque de hecho yo rehúya la multitud, por la cantidad de insolentes e importunos que en ella se encuentran, no paro de considerar que el bien mayor de esta vida es disfrutar de la conversación de las personas que entre sí se estiman
El bueno de Renato debería haber hecho caso a Erasmo cuando aconsejaba:
Parece agradable y glorioso pasearse cogidos del brazo de nobles cortesanos, mezclarse en asuntos de reyes; pero los ancianos, que por haberlo probado saben lo que es, prefieren abstenerse de esa dicha.
Erasmo de Rotterdam, en el comentario al adagio «Dulce bellum inexpertis»
.
Cosas que tiene el invierno…

Lindholmen. Göteborg. Foto R.Puig.
Pero, a lo que íbamos, durante más de una semana, hemos podido sentirnos a gusto a pesar del frío y la nieve, transitando por los parajes níveos de Gotemburgo, que no veíamos así desde hace años.

Venid patitos. Sannegårdshamnen. Göteborg. Foto R.Puig.JPG
Aunque, la verdad, no sé si mis neuronas a bajo cero alucinaron, pero me pareció que el autor de la Meditaciones filosóficas había dado un salto al futuro para acercarse a esta orilla, como si la compañía de los patos y, sobre todo, de los niños que les echan migas, le consolara algo del recuerdo de aquella hija suya, Francine, que murió aún niña, nueve años antes que su padre.
Para sorprenderle, esta vez bien abrigado y provisto de un buen gorro de piel, yo me lo llevé a comprar comida tailandesa, en el Take away no lejos de mi estudio.

Take away. Lindholmen. Göteborg. Foto R.Puig
En sus tiempos, la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales ya había traído especies de Asia a los Países Bajos, donde residió desde 1629 hasta su malhadado viaje a Suecia, pero dudo mucho que tuviese ocasión de degustar una sopa tailandesa bien calentita, como la que compartimos humeante en el balcón del taller.

Mi balcón. Sannegårdshamnen. Göteborg. Foto R.Puig.
Desde ahí pudo admirar los abedules nevados

Abedules en Sannegardshamnen. Göteborg. Foto R.Puig
que la semana pasada, frente a mi balcón, dialogaban quedamente con la luna

Conversación. Miraallén. Göteborg. Foto R.Puig
Luego ascendimos, con cuidado para no resbalar, a la «colina del fuerte», donde, de haber llamado a alguna puerta, habría encontrado gentes dignas de esas conversación entre personas que se estiman mutuamente, que, desilusionado por las experiencia de las inquisiciones y ataques que sufrió, pensaba que fuesen tan escasas en el mundo.

La colina nevada. Slottsberget. Göteborg. Foto R.Puig
Pero, para no arriegarnos a un patinazo, continuamos el paseo en llano por las faldas de la colina opuesta

Sörhallsberget. Göteborg. Foto R.Puig.
Puede que le motivase el frío reinante, el caso es que me improvisó un breve discurso con sus ideas sobre el calor en la fisiología animal, algo sobre lo que tanto había investigado.

Reparaciones en el embarcadero. Ría de Gotemburgo. Foto R.Puig
Tras pasar al otro lado de la ría, de vuelta al centro de la ciudad, observó con curiosidad el trabajo de los técnicos en plena faena de arreglos del nuevo embarcadero de Stenpiren. Curiosamente, hablando despacio en holandés, consiguió entenderse con el operario que le respondía en sueco.
Me dijo que los canales de Gotemburgo le recordaban los de Amsterdam. Ciertamente el Gran Canal del Puerto tiene parecido con los de su ciudad favorita, donde el pensamiento libre no estaba perseguido por teólogos orgánicos y jesuitas ultramontanos, como en su nativa Francia.

La Tyska Christinae Kyrka desde el puente sobre el Gran Canal. Göteborg. Foto R.Puig.
Lo mismo que el curso más recoleto que bordea el Parque del Rey siguiendo el trazado de las antiguas fortificaciones de la ciudad.

El Stora Teatern desde el puente de Kungspark. Göteborg. Foto R.Puig
Mientras tanto, y antes de que volviese al pasado, yo quería convencerle para que no se dejase engatusar por las ofertas de la voluble Cristina de Suecia. Quien sabe si así hubiésemos cambiado el curso de la historia de la Filosofía europea con alguna de las obras que ya estaba rumiando y que habría podido completar en la morada de Isabel de Bohemia, a la que adoraba y fue la musa que motivó su célebre carta sobre el Amor.
De cuántas pasiones hubiese sido capaz Descartes si, en vez de sólo escribir de ellas en teoría (por cierto, basándose ampliamente, en el De Anima et Vita de Juan Luis Vives), hubiese dedicado su edad madura a ponerlas en práctica.
A este propósito, se debería traducir al castellano la esquisita novela epistolar de Raffaele Simone (Milano, Garzanti, 2011, Le passioni dell’anima) en donde, entre textos originales y otros fabulados, narra los últimos meses de la vida de nuestro sabio.
Lo que si hubiera necesitado de una más larga conversación, cuando nos paseábamos por la Plaza de Olof Palme, frente a la Casa del Pueblo, habría sido la historia del movimiento obrero y socialdemócrata de la Suecia moderna

Genom arbete i arbete. Monumento a los sindicatos de trabajadores de Sam Westerholm. Plaza Olof Palme. Göteborg. Foto R.Puig.
La verdad es que a la trabajadora embarazada que arenga a las masas, mientras un compañero enarbola la bandera roja, se la ve no sólo cubierta de nieve estoicamente, sino que se presiente que los últimos escándalos protagonizados por los sindicatos socialistas en Suecia, de poder asomarse a nuestro tiempo, la hubieran dejado perpleja.
A Hjalmar Brantning lo que le hubiera dejado helado sería la bajada en picado de las expectativas de voto del partido socialista en el poder.

Hjalmar Branting con su casco de nieve. Plaza Olof Palme. Göteborg. Foto R.Puig
Por no hablar de padre del sindicalismo sueco y, más tarde diputado, Charles Lindley, que se ha cubierto con un pasamontañas blanco para no dejarse ver.

Charles Lindley enmascarado de nieve. Plaza Olof Palme. Göteborg. Foto R.Puig.
¡Si Olof Palme levantase la cabeza!
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Pero, lo siento, ahora debo atender a René que, no sé si motivado por los más de tres siglos de filosofía política y movimientos sociales que he tratado mal que bien de resumir a petición suya (eso sí, delante de una jarra de cerveza artesanal sueca en el pub irlandés cercano), me está friendo a preguntas sobre la razón de esos monumentos que le he mostrado.
Mientras caminamos en dirección a la Biblioteca de Gotemburgo, donde pretendo mostrarle las numerosas versiones de sus obras, he alzado la vista y mi índice para señalarle unos pináculos del siglo XIX cubiertos de nieve…

Pináculos. Västra Hamngatan. Göteborg. Foto R.Puig.
…y -¡zas!- cuando me he vuelto, ¡Monsieur Des Cartes se había esfumado de vuelta al pasado! mientras las campanas de la catedral de Gotemburgo tañían convocando a los fieles

La catedral de Gotemburgo. Foto R.Puig
Por culpa de mi imperdonable distracción no pude convencerle de que no acudiese a la llamada de la Reina de Suecia, quien, como todos los soberanos de su época, al fin y al cabo, aunque ilustrada y políglota, fue también despótica.
Lo que ocurrió, a mi pesar, es historia irreversible.
Querido Moncho,
este relato no es común. Has logrado hacernos vivir ese tiempo. Hasta frío me ha dado (Lima está a 27 grados con un bochorno insoportable) . Nos hemos sentido Rene, yo y tus lectores acompañándote por esos lugares tan fríos ahora y sobre todo conversando con él, que (no lo sabía) era un amante de la tertulia, como nosotros.
Lamentando su mortal decisión de hacerle caso a la sádica reina Cristina, que nos lo robó tan pronto. Tenía tanto aun que decirnos, como afirmas Moncho, si se hubiese quedado en la no tan fría ciudad de los canales, Amsterdam, que tanto amaba, acompañado de gente tan libre como los acogedores holandeses. (Sé que eso no lo afirmarían los Tercios de Flandes del duque de Alva que defendían con valor, las tierras heredadas por Carlos V) Es verdad también que algunos de esos holandeses eran bribones piratas que asaltaron y saquearon el puerto del Callao y la Lima aún sin murallas de 1600. Uno de ellos llamado L’Heremite está enterrado (1626) en la isla San Lorenzo, con alguno de sus secuaces. Pero Amsterdam desde antes de 1600 y su gente eran tolerantes y abiertos al conocimiento y a los nuevos descubrimientos. Fue la tolerancia de esos ricos comerciantes que financiaron a Rembrandt. Sin ellos no hubiese podido descubrir las genialidades del claroscuro. La libertad y curiosidad por lo nuevo le abrieron el mundo a él a Vermeer. Es verdad que Rembrandt fue influido por su maestro Caravaggio, pero su genialidad es única. Por qué no se quedó René en ese Amsterdam pleno de gente de pensamiento libre. Cuánto más hubiese podido escribir, y descubrir, como dices Moncho. Claro tenemos también la triste historia del gran sabio Baruch Spinoza, perseguido y expulsado de su sinagoga en Amsterdam. Pero quienes lo hicieron no fueron los holandeses sino los rabinos conservadores, fanáticos, aterrados de lo que se atrevía a pensar y aún peor, escribir! Pensamiento que que iba a influir tanto en la filosofía moderna: Kant discutirá con René y Baruch en su primera Crítica de la razón Pura, en Arthur Schopenhauer que lo llamaba el sabio de Linden, hasta Sigmund lo cita con admiración varias veces.
Moncho, gracias por permitirnos este pequeña tertulia con René y pasearnos al lado de él por las bibliotecas, monumentos y canales de tu querida Götemburg. Ha sido una experiencia atemporal.
Gracias, Pancho. La verdad es que, aunque yo también recuerde la Lima del bochorno veraniego, al mismo tiempo tengo gratos recuerdos de la nieve de los volcanes de Arequipa, en particular la del Chachani, aunque hubiera que ascender a más de cuatro mil metros para tocarla, así como la de los nevados del macizo del Ausangate por el lado del Cusco.
La de Gotemburgo ha empezado hoy a derretirse y transformarse en hielo. Veremos si vuelve otra nevada como esta que nos ha regalado el dios Invierno.
Hoy la niebla ha acariciado los témpanos flotantes de la ría y los transbordadores parecían navios fantasmas.
Cuando enseñaba los aportes de Descartes subrayaba su velado o diplomático ateísmo: si se trata de Dios tienes que hacer toda una discusión y una demostración; pero si se trata de decir que toda la verdad está aquí entre tú yo, la cosa es distinta. Pienso, luego existo, vale decir que la verdad es lo que aquí decidimos, no hay una instancia por encima de nosotros, los humanos, no hay un juez que sabe lo que nosotros no sabemos. Kant lo entendió perfectamente y Sartre lo dijo explícitamente: si hubiese Dios nosotros seríamos unos miserables esclavos, no unos seres libres. Sospecho que yo decía tonteras pero el Descartes que yo les regalaba a mis alumnos era un playboy espadachín, buen matemático y por tanto un ser superior y consecuentemente un líder moral que no se refugia en el aval de la Iglesia…más bien les ofrece a los obispos un lenguaje para hablar de Dios a los pueblos paganos…No sabía que apreciara tánto la charla amena con gente adulta y madura. Lo hacía en realidad más escondido en sí mismo preocupado en auscultarse. Nunca le dí importancia a su relación con Suecia y su reina. En realidad lo que quise fue demostrar contra viento y marea la secuencia Descartes-Kant-Sartre en función de una toma de decisiones morales auténtica.
En estos asuntos estamos tan cerca de Gotemburgo como cualquier otro pueblo. En lo de la nieve…sencillamente hablamos lenguajes recíprocamente incomprensibles. Hablo de los habitantes de los desiertos de la costa peruana. La nieve es algo absolutamente falso, no existe. La verdad es la arena, el desierto.
Me gustaría interactuar contigo y tu blog introduciendo fotos como lo haces con tanto acierto. Lo intentaré poco a poco. Aprovecho para contarte que pasé las fiestas de año nuevo con Rosi malita de salud. Ya está bien.
Un abrazo.
Saludos a Pancho y a Luisa.
Bernardo, estoy muy de acuerdo en todo lo que comentas sobre Descartes, aunque la lectura de su enorme correspondencia, que apenas he iniciado, nos traiga, como siempre que añadimos a los hallazgos que nos aguardan en las obras formales de un pensador, un literato o un sabio, las facetas del hombre en su salsa cotidiana. Aunque las cartas de Descartes sean el caldo en el que debate y precocina las ideas de sus obras, también revelan los deseos del hombre normal en busca de una vida apacible, de la que su vida oficial le va alejando inexorablemente, hasta el extremo de ser la causa de su muerte prematura.
¡La verdad de la arena, eso si que daría tema para una novela! Si la nieve cubre y amortigua, las pampas interminables de la arena bajo el cielo azul evidencian una verdad de la que no hay escape. ¡Recuerdo las de la Panamericana Sur y también las que teníamos que recorrer subiendo a Arequipa desde la costa!
Dile a Rosi que me alegra mucho saber que superó el bache.
Un abrazo.
Recuerdo con casi total lucidez qué impresión me produjo la primera lectura de El discurso del método, a los catorce años, 6º de bachillerato. Creo que me dije algo tan… adolescente (adolesco, pero más que en el sentido final español de ‘tener o padecer un defecto’, en el latino de ‘crecer’ y aun de ‘arder’) como ¡esto es un monumento a lo que significa Francia y los franceses para mí! Es decir, y observa cuánto y cómo crecemos, Ramón, lo que viene a ser el actual ¡guaaau!, a modo de crítica más in y ad hoc al tiempo, de nuestros escolares actuales. Me hice adulta -quizá- pero, en mis clases de filosofía a alumnos de bachillerato y COU, creo que más les trasmitía aquel fuego de entonces que lo que realmente debiera. Miserere mihi, Ramón… digo, Dómine.
Adoro tus fotografías, tus paisajes, los que nos muestras y los que nos sugieres, y me gusta, te lo he dicho, pasear contigo porque conoces muy bien los caminos por los que nos llevas y los personajes con los que te cruzas, y también, a veces, me hacen sonreír ciertos rasgos tuyos más de chiquillo que del señor sabio, obstinado e increíblemente trabajador que eres.
Gracias, Luisa, porque siempre me animas.
Comparto ese sentimiento de culpa que nos queda a los que hemos sido enseñantes de colegio o instituto (aunque yo muchos menos años que tú) por no haberlo hecho siempre como, ahora, ya de viejos, quisiéramos haberlo hecho. Sin embargo, cuando nos cruzamos con alguno de nuestros antiguos alumnos y descubrimos que la antorcha hubo quienes la recogieron e incluso la hicieron brillar mejor de lo que nosotros supimos, entonces se aligera un poco nuestro resquemor y sentimos que, al fin y al cabo, no siempre les dimos gato por liebre.
Así que ¡nada de golpes de pecho!
En cuanto a tu segundo párrafo, sí, el deambular tiene eso: a menudo te comportas en saltarín. Pero, al fin y al cabo, no dijo Cristo aquello de «dejad que los niños se acerquen a mí, pues ellos asaltarán los cielos»… Bueno, puede que se me hayan cruzado los cables y la frase del famoso Rabí no fuese exactamente esa…