Breverías erasmianas (XXII ): Coloquio del abad y la mujer instruida (“Abbatis et eruditae”)
Desde el Mauritshuis en tierras de Erasmo y para las muchas mujeres sabias de mi familia
Todo empezó en Paris a finales del siglo XV. Erasmo daba clases de latín para ganarse la vida. Los coloquios estaban pensados como modelos de conversación para hablar la lengua de Cicerón en circunstancia comunes de la vida cotidiana. Cuando alguien los copió y los publicó sin su permiso en 1518 en Basilea, con un prólogo de su amigo Beatus Rhenanus, nuestro humanista reaccionó, por un lado irritado por la gran cantidad de erratas del texto y por no haberle pedido autorización, por otro sintió el gusto del éxito editorial. En 1519 los revisa y los publica en Lovaina, sin osar firmarlos, para tres años más tarde sacar una nueva edición, esta vez con su nombre.
Para entonces, ya no sólo son modelos pedagógicos, pues ha encontrado en ellos la vía para poner en boca de personajes de comedia (al modo que hizo en el Elogio de la locura) las variadas críticas a la sociedad y, sobre todo, a los teólogos, eclesiásticos y religiosos de la época.
Al morir, Erasmo dejó publicados más de setenta coloquios en catorce ediciones sucesivamente corregidas y aumentadas.
Como sabemos por tristes experiencias de nuestro tiempo y de muchos siglos de historia, la ironía, la caricatura y la comedia son las formas literarias que más irritan a los dogmáticos y fundamentalistas de toda laya. A esos, que,con gusto hubieran querido ver arder a Erasmo en la pira, les hubiera bastado con que su obra se hubiera limitado a los solos coloquios para sentirse afrentados y montar en cólera.
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La mujer en este coloquio
No sería fácil resumir aquí las ideas de y la postura de Erasmo en relación con las mujeres, así como los textos en los que habla de ellas, en ocasiones refiriéndose a las que conoció personalmente. Además hay autores más competentes que han tratado el tema y no seré yo quien pueda enmendarles la plana. Por eso me limitaré a lo que este coloquio, que ya aparece en la edición de 1524, me inspira.
Juan Luis Vives, admirador y émulo de Erasmo en diferentes materias, había publicado en 1522 un tratado sobre La educación de la mujer cristiana, que no podía ser revolucionario, pero que sí defendía ideas innovadoras, como por ejemplo la de que las jóvenes debían tener acceso a la enseñanza de forma parecida a los varones, aprendiendo las letras desde los siete años. Las niñas a la escuela igual que nos niños… lo que, aún hoy, en vastas regiones de nuestro planeta sigue siendo una meta sometida a dura prueba.
Es bien conocida la posición de militancia misógina de los predicadores y de los literatos de la época que media entre 1450 y 1650 en Europa, de las que El Corbacho es una muestra temprana en la península ibérica. En la época de Vives la mujer, considerada inferior en facultades, desataba no pocas prevenciones y temores entre los hombres.
No es pues extraño que, a pesar de estar a favor de la educación de las niñas, Juan Luis Vives, acorde con la moral de la Iglesia y la tradición judeocristiana, afirme que la mayor cualidad de la mujer deba ser la castidad, pues en ella «nadie busca la elocuencia, ni el talento, ni la prudencia, ni el arte de vivir, ni la administración de la República, ni la justicia, ni la benignidad, sino la castidad…» que rehabilita todo lo que le pueda faltar en belleza, saber, inteligencia. A la mujer, el cuerpo la somete a mayores servidumbres, viéndose su juicio «afectado casi siempre» por los trastornos de la menstruación. Por todo ello, ella es como el cuerpo (al que toca servir) y el hombre es como el alma (a quien toca mandar) (De institutione feminae Christianae, I,VI). Así que no es extraño que Erasmo instase por carta a Vives, poco después de que el exilado valenciano se casase en Brujas en 1524, a ser menos duro con ellas.
El presente coloquio es un ejemplo de cómo Erasmo, con su ironía, pone en cuestión el lugar sumiso y secundario que la Iglesia, con el recurso del modelo de la Virgen María y el pretendido ejemplo de Cristo, le ha asignado a las mujeres en su sistema.
Contrapone a un abad con una mujer. Ella, cosa inaudita en su tiempo, tiene una biblioteca en latín y lee obras de filosofía y teología que se suponía sólo podían entender los varones eruditos.
Frente a ella, el Abad, suprema autoridad de un monasterio, es decir del supuesto reducto de la ciencia de aquel tiempo, que gobierna sobre sesenta y dos monjes y se jacta de no tener un solo libro en su celda.
El monacato era una de las dianas de los dardos de Erasmo. La teatralización de la inferioridad intelectual y moral de un padre abad, ante una mujer cultivada y asidua lectora, es una forma de elogiar a las mujeres instruidas y, de pasada, ajustar cuentas con la incultura y la venalidad de los monjes, que el joven estudioso había experimentado durante seis años, antes de obtener la dispensa y exclaustrarse en 1493.
Pero vayamos a nuestra selección de extractos de la conversación entre Antronio y Magdalia. El nombre del primero alude a la ciudad de Antrón, en Tesalia, famosa por sus asnos de gran tamaño.
Así comienza:
Antronio. ¡Qué son estos muebles que aquí veo!
Magdalia. ¿Acaso no son elegantes?
Antronio. De eso no puedo opinar, pero en cualquier caso no convienen nada ni una joven ni a una madre de familia.
Magdalia. ¿Por qué motivo?
Antronio. Porque están atiborrados de libros
Se abre una discusión sobre lo que conviene a las mujeres nobles según el monje y…
Antronio. Te equivocas asociando la sabiduría y el agrado: la sabiduría no es femenina (“non est muliebre sapere”), mientras que lo propio de una mujer noble es vivir placenteramente.
Magdalia. ¿Acaso no ha de vivir todo el mundo de acuerdo con el bien?
Antronio. Sin duda.
Magdalia. Pero ¿cómo es posible vivir agradablemente sin vivir según el bien?
Antronio. Más bien lo contrario: ¿cómo se puede vivir a gusto viviendo según el bien?
Magdalia. ¿Así que alabas a quienes viven mal, con tal de que vivan con placer?
Antronio. Yo creo que vivir bien es vivir a gusto. (“Arbitror illos bene vivere, qui vivunt suaviter”)
Entramos en materia y, un poco más adelante, la mujer le interpela…
Magdalia. ¡Oh, abad sutil! ¡Como filósofo eres tosco! (“O subtilem abbatem, sed crassum Philosophum!”). Dime en qué estriba el placer para ti.
Antronio. En el dormir, en los festines, en hacer libremente lo que quiero, en el dinero y los honores.
Y como Magdalia le señale que en su lista falta la sabiduría, el abad replica con una pregunta…
Antronio. ¿A qué llamas sabiduría?
Magdalia. Es comprender que no hay felicidad humana fuera de los bienes del espíritu y que la fortuna, las dignidades y el nacimiento no sirven para hacernos ni más felices ni mejores.
…..
Antronio. No quisiera que mis monjes se dedicasen demasiado a la lectura (“Ego nolim meos monachos frequentes esse in libris”) … Constato que se vuelven menos dóciles: me discuten los decretos, las decretales, san Pedro y san Pablo… No me gusta que un monje responda (“non amo monachum responsatorem”), y me molestaría que uno de mis subordinados sea más sabio que yo.
A continuación sigue Antronio opinando sobre las actividades que son propias de la mujer y sobre aquellas que son nocivas para su virtud, como la lectura del latín, la lengua docta de la época. “Al límite soportaría que leas pero no en latín”, le espeta a Magdalia, “pues esa lengua no conviene a las mujeres”. ¿La razón? “Porque no ayuda a proteger su pudor”.
Magdalia. ¿Opinas que es indecente que yo aprenda latín para así conversar cada día con tantos y tan elocuentes autores, tan doctos, tan sabios y de tan buen consejo?
Antronio. Los libros arrebatan gran parte del cerebro a las mujeres, cuando además les queda poco
Y, más adelante:
Antronio. La frecuentación de los libros es causa de locura (“Librorum familiaritas parit insaniam”)
Magdalia. ¿No te parece que las charlas de borrachos, de payasos y de bufones producen el mismo efecto?
Antronio se permite decirle a Magdalia que a él no le gustaría estar casado con una mujer instruida. A lo que Magdalia replica que por suerte su marido no se parece a él, pues en su vida de pareja la cultura que comparten refuerza el afecto mutuo (“Nam et illum mihi, et me illi cariorem reddit eruditio”).
Cuando Magdalia le pregunta al abad si, en caso de morir mañana, preferiría morir más estulto que sabio, Antronio responde que preferiría morirse sabio, pero a condición de que la sabiduría se pueda conseguir sin esfuerzo.
Luego:
Antronio. He escuchado a menudo un dicho que afirma que mujer instruida es tonta por partida doble.
Magdalia. Ciertamente se oye, pero en boca de imbéciles, pues una mujer de verdad culta no se lo cree, mientras que una ignorante piensa que lo sabe todo, y demuestra así ser doblemente estúpida.
….
Magdalia. En épocas pasadas, era rara avis un abad ignorante, y ahora no hay cosa más corriente… Por el contrario, hoy todavía se pueden encontrar, y más de lo que tú crees, mujeres de nobleza eximia, en especial en España y en Italia, capaces de medirse con no importa qué erudito… Como os descuidéis, acabaremos por dirigir en lugar vuestro las escuelas de teología, pronunciaremos los sermones en vuestras iglesias y nos pondremos vuestras mitras.
Antronio. ¡Dios nos libre de tal peligro!
Magdalia. Bien ves que el teatro del mundo está cambiando; ¡que cada cual asuma su papel o que se retire de la escena!
Antronio. (¿Pero ¡cómo he podido tropezar con esta mujer?).
Si alguna vez vienes a verme, te recibiré con más amabilidad
Magdalia. ¿Cómo será eso?
Antronio. Bailaremos, beberemos en abundancia, cazaremos, jugaremos, reiremos.
Magdalia. Por el momento, ya me has hecho reír bastante
Cae el telón
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— NOTAS —
Texto latino: para mi traducción he utilizado la edición publicada en Leiden en 1664 (“ex oficina hackiana”) reproduciendo la edición completa de Froben en Basilea en 1533 (conseguida en una librería de viejo de Estocolmo hace ya muchos años).
No hay traducción completa de los Coloquios de Erasmo en español, a pesar que ya en 1527 empezaron a aparecer versiones sueltas al castellano, antes que en ninguna otra lengua vulgar, y en 1528 aparece la primera recopilación en castellano en Valladolid, de nuevo antes de que se hiciese en otras lenguas. ¡Y eso que en España ya empezaba a ser peligroso ser tildado de erasmista!
Pedro R.Santidrián editó para la colección Austral en el año 2001 dieciocho coloquios, 12 son una versión del siglo XVI publicada por Menéndez y Pelayo y revisada por Santidrián, que además ha añadido seis traducidos por él mismo. El lector encuentra en esa edición una introducción y una bibliografía.
¡Qué delicia Erasmo, sus palabras y tú! Grātiās tibi agō, Ramón 🙂
Gracias, Luisa,
Lo vi escenificado en Bruselas hace años en un pequeño teatro y el efecto era sencillamente actual. ¡Y eso que Erasmo no tuvo una juventud de las que ayudan a pensar «en feminista» y la epoca no ayudaba precisamente a ello!
Sacare otros coloquios en el blog…
(escribo con una «tableta» que no tiene los acentos castellanos, en un camping de Normandia)
Saludos
Ramon