Luces que traen invierno
Los días se acortan y las sombras se alargan, y no se sabe bien si es el invierno el que se anuncia en todo o son la oblicuidad creciente de la luz solar, el aire diferente de la noche por ventanas y parques, el frío que cruza las alturas o el breve detenerse de los cielos los que lo traen, empujándolo más cerca cada día.
Hay nuevos tonos de luz en las fachadas y los aires de un acordeón traen algo de calor a la mañana y algunas monedas al vaso del músico
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Quienes viven en los áticos no necesitan despertador, les basta con tener abiertas las cortinas en esos raros días en que la mañana del domingo es diáfana y anima a desayunar sobre un mantel soleado.
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No muy lejos, las cabinas de la noria fingen que se caldean.
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El tiempo ya no invita a sentarse en los bancos
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Con el avance del día, al cielo le han crecido celajes
¿o más bien brotan del agua?
¿o de los últimos restos del otoño?
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A medida que las horas pasan, la luz se va velando sin que algunos lo sientan, concentrados como están en un único gesto de interés laborioso
o de muda sorpresa
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Cuando ya todo es oscuro y un noche comienza, hasta que vuelva el día las ventanas recogen el testigo de la luz que se ha ido
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Junto a las veredas de los parques los bancos siguen solos y fríos
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Attendre que la Nuit, toujours reconnaissable
À sa grande altitude où n’atteint pas le vent,
Mais la malheur des hommes,
Vienne allumer ses feux intimes et tremblants
Et dépose sans bruit ses barques de pêcheurs,
Ses lanternes de bord que le ciel a bercées,
Ses filets étoilés dans notre âme élargie,
Attendre qu’elle trouve en nous sa confidente
Grâce à mille reflets et secrets mouvements
Et qu’elle nous attire à ses mains de fourrure,
Nous les enfants perdus maltraités par le jour
Et la grande lumière,
Ramassés par la Nuit poreuse et pénétrante,
Plus sûre qu’un lit sûr sous un toit familier,
C’est l’abri murmurant qui nous tient compagnie,
C‘est la couche où se poser la tête qui déjà
Commence à graviter,
À s’étoiler en nous, à trouver son chemin.
…………..
Aguardar a que la noche, siempre reconocible
Por su gran altitud donde el viento no llega
Mas sí el dolor de los hombres,
Venga a encender sus íntimos fuegos temblorosos
Y deposite silenciosa sus barcas de pesca,
Sus linternas de a bordo que el cielo ha mecido,
Sus redes estelares por nuestra alma extendida,
Esperar que nos tome para sus confidencias
Gracias a mil reflejos y a secretas mociones
Y que ella nos atraiga a sus manos de pieles,
A nosotros, los niños que el día ha maltratado
Con su luz excesiva,
La noche nos acoge, porosa y penetrante ,
Más segura que una cama bajo el techo familiar,
Ella es el abrigo susurrante que nos da compañía,
En el tálamo donde posar la cabeza que ya
Comienza a gravitar,
A llenarse de estrellas, a encontrar su camino.
(Jules Supervielle, Les Amis inconnus, «Visite de la Nuit», 1934 (1931). Los Amigos desconocidos, «Visita de la noche», 1934 (1932). Vivir y quehacer del poeta, Selección, traducción, prólogo y notas de Ramón Puig de la Bellacasa, Pre-Textos, colección Poéticas, Valencia, 2009, pp.194-195)
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