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Entre Roma y Valencia

21 mayo, 2011

El niño jinete del museo de las Termas de Diocleciano

En las Termas de Diocleciano (una de las sedes del Museo Nacional Romano)

Unos días antes de volar a Valencia visité las Termas de Diocleciano, otro de esos museos de Roma donde se puede detener el tiempo con toda tranquilidad, pues apenas hay visitantes y las sorpresas parecen esperarte sólo a tí.

El orden ecuestre en la antigua Roma lo formaban gentes con alto nivel económico y buenos puestos en la administración. Mantener un caballo era bastante caro. El niño de la foto no solo disfrutó de un caballo sino a su vez del privilegio de ser inmortalizado cabalgándolo. El otro fanciullo representado en lo que pudo ser su monumento funerario debió de ser llorado también  por una familia pudiente. Ahí están ambos como testigos involuntarios de la sociedad romana de hace dos milenios.

Junto a ellos os traigo la imagen de otro rostro (Caracalla de niño) y de una figura infantiles en el mismo museo. Parece que la sudadera con capucha ya formaba parte de la moda de los pequeños.

 

Y de los caballos pasamos a otros cuadrúpedos más exóticos, sobre todo a fines del siglo XVI cuando el naturalismo y los artistas del grabado ya tenía ilustres representantes en Italia y debieron de servir de modelo a los escultores que nos dejaron estos «bustos» en mármol, capricho del cardenal Michelle Bonelli para su palacio, que junto a otros dos de época romana (un camello y un toro) mugen en el centro del claustro renacentista del museo.

Llama la atención cómo la  cabeza del rinoceronte evoca la de un grabado de Johannes Jonstonus (John Johnston) publicado en 1650. En realidad reutilizó el grabado de Ulises Aldrovandi publicado en 1621, quien a su vez copió seguramente el famoso grabado de Durero.  Se trata de un detalle de una imagen de los servicios fotográficos de la Biblioteca Vaticana.

  

Ya hablaremos de grabados naturalistas otro día.

En otro ámbito de la zoología,  la Ciudad de las Artes de Valencia (vista desde el avión que ayer me trajo) me pareció  un gran insecto que se está tomando un descanso en su bañera.

Hemos llegado al Reino de Valencia

Tras visitar las Termas de Diocleciano, cuyas bóvedas aún están en pie después de casi dos milenios, no puedo evitar preguntarme cómo serán los restos de este insecto ultramoderno de Valencia cuando hayan pasado veinte siglos.

Probablemente los arrozales seguirán siendo inundados como lo son en este tiempo del año, captados entre Sullana y Sueca, ayer mismo, desde mi tren «de lejanías».

Salvo, claro está,  que, cambio climático mediante, ambos, la Ciudad de las Artes y los arrozales, se encuentren para entonces inundados, no por mano humana, sino por las aguas del Mediterráneo.

En cualquier caso los atardeceres levantinos, como el de ayer, se mantendrán inalcanzables para las olas.

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