Caminando por Roma (II)
No hablemos por hoy de papas o cardenales, aunque es imposible dar un paseo por Roma sin que todo nos remita a ellos.
El sábado por la tarde, tras la sesión de “técnicas de pintura” en la Accademia (otro día hablaré de esta indispensable materia de los estudios de bellas artes), me concedí un paseo, callejeando en dirección de la Galería Barberini (¡perdón! dije que hoy no mencionaría ni a cardenales ni a papas).
S. Andrea delle Fratte
No me atrevo a decir cuántas cientos de iglesias hay en Roma, por temor a quedarme corto. Además las podéis contar en el siguiente sitio web, donde se explica historia y contenidos de todas ellas.
http://avirel.unitus.it/bd/autori/angeli/chiese_roma/prima_parte.html
El caso es que no se puede callejear sin sentir la curiosidad de entrar en alguna de ellas. En la iglesia de S.Andrea delle Fratte, conviene recorrer su claustro en decadencia, donde no faltan lápidas con el símbolo de los piratas bajo lo que aún queda de unos frescos sobre la vida de San Francisco de Paula.
Es un viejo claustro que, a fuerza de arrugas ha adquirido un aire romántico que habría inspirado al mismísimo Gustavo Adolfo Becquer.
Pero no faltan los peces de colores en su estanque central.
Desde dentro, desde el claustro, así como desde la calle, se puede admirar la el original tambor de Borromini que sustenta la cúpula.
En esta iglesia hay varias cosas que me llamaron la atención, entre ellas dos tumbas -de las diversas de artistas y sabios que contiene- la del escultor Rodolfo Shadow, con un relieve donde el artista aparece con martillo y escoplo…
… y la de la pintora Angelica Kauffman (1807), sobre cuya lápida, además de los lamentos de sus deudos, resalta el detalle de la paleta y los pinceles.
Así como los dos soberbios ángeles que Bernini esculpió para el exterior del Castel Sant’Angelo, pero que, con objeto de evitar su deterioro, fueron sustituidos allí por copias y los originales trasladados a este pequeño templo.
Uno de ellos sostiene la corona de espinas y el otro el título de la cruz.
Y hablando de cruz, admirad lo complicado que resultó subir a San Andrés a la suya en uno de los tres soberbios lienzos barrocos que presiden el altar mayor, este de Gian Battista Leonardi.
La vía del Tritone
Si nos abstraemos del tráfico y miramos hacia las fachadas de la vía del Tritone bajo el sol del atardecer todos nuestros cansancios de paseantes se aliviarán.
Enseguida llegamos a la famosa fuente de Bernini con sus caricaturescos delfines que sustentan al tritón, en el centro de la plaza Barberini.De ella arranca la famosa calle de Vittorio Véneto, inmortalizada (¡han pasado siglos!) por la Dolce Vita de Fellini.
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En el cine Barberini
Hoy pasaré por alto mi visita a la Galleria Barberini, aunque como anticipo, ved como crecía la luna esa tarde sobre los aleros del palacio que la alberga.
Después de admirar lo que esa formidable pinacoteca nos ofrece, incluida la enérgica pero horrorizada Judith de Caravaggio…
…se me ocurrió entrar en una de las salas del cercano y viejo cine Barberini, para ver al santo Job, recreado por Iñárritu y encarnado por Javier Bardem, en Biutiful.
La sesión no podía empezar con peores presagios, pues no fue la espada de Judith lo que se me clavó en los riñones nada más sentarme en un asiento de los tiempos del neorrealismo – cuyo respaldo se desplomó hacia atrás sobre las rodillas de la señora de la fila posterior- sino los hierros de la armazón del chisme. El comentario del espectador junto a mí, por cierto encapuchado, fue: “a este cine es mejor no venir”.
Como la película no había comenzado fui a protestar, pero no quedaban más ‘butacas’ libres. En la admisión me querían devolver el precio del billete para que me fuera con viento fresco, pero -adoptando un aire a lo Traviata– conseguí in extremis la aparición del gerente, quien resultó ser un bricolero. No sé de dónde se agenció otro respaldo que, desmontando el mío, colocó en mi asiento. Mis riñones lo agradecieron pero tuve que ver el film más recto que una escoba.
Si cuento todo esto es porque debería haber presentido que lo que me pasaba a mí era sólo un amable anticipo de todo lo que le iba a caer encima al pobre Bardem durante esta película que -catálogo de males- acumula sobre un solo individuo -bastante gafe- todas las desgracias que pueden acaecer en Barcelona, que sabemos que no son pocas.
Hay que reconocer que, ya que sin final ‘joliwudense’ no puede haber óscar, en la última secuencia las cosas se ponen un poco más dulces… en el otro mundo. No os digo cómo, por si no la habéis visto, pero -eso sí- en vez de palomitas llevaros al cine regaliz salado.
¡Ah! Olvidé decir que el doblaje en italiano le va como un guante.
Acabaré con otra parábola, aunque esta vez no será de Iñárritu (por cierto que ese apellido produce algo así como un presentimiento onomatopéyico de que los protagonistas de sus películas estarán abocados a todo tipo de muertes, de que acumularán males sobre males y de que sólo merced a místicas piruetas obtendrán algo bueno de su paso por el celuloide).
Parábola de hoy mismo
En las calles de Roma he encontrado algún perro ecologista, como este que, en vez de viajar a lomos de un diesel 4×4, viaja en bicicleta.
No así los protagonistas de la parábola, real como la vida misma, que se ha desarrollado ante mis ojos hoy en una calle de Roma.
Señora elegante con perrito chic se acerca a su monumental cuatro por cuatro. Cuando ya ha desconectado la alarma y va a abrir la puerta del auto descubre que su pequinés hace el gesto de alzar la pata sobre la rueda trasera de su refulgente máquina. Con rapidísimos reflejos tira de la correa –“¡vieni!” le dice al cane- y se lleva al chucho a conveniente distancia. Relajada la tensión, el perrito elige la rueda de otro coche y se alivia convenientemente bajo la mirada complacida de su dueña. Acto seguido, retornan a su vehículo, la señora le abre a su cuadrupedín la puerta de atrás, se sube al volante y parte.
Como en las fotos sin pie os invito a concluirla, por ejemplo con un aforismo, proverbio o frase que sirva de moraleja de esta parábola evangélica. Si tenemos éxito y nos llueven las glosas hasta podemos votar por la mejor.
¡Pasear por Roma da para mucho!