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Cuando Benjamin Franklin dio las gracias a Gustavo III de Suecia

1 marzo, 2025

El 3 de septiembre de 1783, los británicos firmaron el Tratado de París tras ser derrotados por los revolucionarios de su colonia norteamericana y se vieron obligados a ceder a los Estados Unidos casi todo el territorio al este del río Mississippi y al sur de los Grandes Lagos. Con su victoria en la Revolución Americana los Estados Unidos se convirtieron en la primera república constitucional de la historia basada en el consentimiento de los gobernados y el Estado de Derecho.

Uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, Benjamin Franklin (1706-1790), le expresaba ya así en abril del 1782 al embajador de Gustavo III Suecia (1746-1792), el reconocimiento de los incipientes Estados Unidos a «la primera potencia que no estando en guerra con Inglaterra había buscado nuestra alianza». Lo que inicialmente fue un proceso de acuerdos comerciales con la nación que se estaba independizando de Gran Bretaña se trasformó más tarde en un reconocimiento y un apoyo político decididos de Gustavo III a los Estados Unidos.

Llama la atención que una monarquía europea que no había contribuido militarmente (como sí hicieron Francia y España) a la guerra de independencia de los revolucionarios (apenas 200 o 300 voluntarios suecos que se sumaron por su cuenta) fuese la primera en manifestarse a favor de la nueva república que se escindía del Imperio Británico cuyo monarca George III (1738-1820) cometió todos los errores posibles con que contribuyó a incendiar aún más la revolución de sus colonias en Norteamérica.

Suecia fue el primer país, neutral durante el conflicto apenas terminado, que reconoció, por iniciativa propia, a los Estados Unidos negociando un tratado de amistad y comercio

Adolph B. Benson, Sweden and the American Revolution (New Haven: The Tuttle, Morehouse & Taylor Company, 1927), p.12. (*)

No parece que el presidente estadounidense actual, haciendo gala de su animadversión (a pesar de ser descendiente de inmigrantes europeos) hacia las naciones que integran la Unión Europea, tenga ni la más mínima idea de como la nación que él presume de «hacer grande de nuevo» fue apoyada en sus duros orígenes por Suecia, a la que ha caricaturizado en uno de sus ejemplos ramplones.

A Donald Trump, que acusa a los inmigrantes de ser criminales, le vendría bien saber que en 1923, seis años antes de que su madre escocesa llegase a los EE.UU, un grupo de ciudadanos estadounidenses erigió un monumento a la memoria de Gustavo III en la orilla del Näckrosdammen («estanque de los nenúfares») de Gotemburgo con la siguiente inscripción:

«En memoria de Gustavus III, el primer monarca que extendió la mano de la amistad a los Estados Unidos de América al final de de la Guerra de Independencia»

Se trata de una columna de granito coronada por el busto de aquel rey ilustrado

En el frontispicio del monumento figura también la simbólica corona sueca y el símbolo del águila de la revolución americana.

Esa unidad de muchos estados lograda y proclamada por los padres fundadores de la nación estadounidense, no es la única unión que está siendo socavada por el actual presidente de unos Estados Unidos, que se empeña en dividir, sino también la unión y solidaridad entre las democracias occidentales, denigrada y gravemente amenazada por este vocinglero que no sólo se pone de parte de un criminal de guerra, agresor de un país europeo, sino que se ha permitido ayer mismo tender una emboscada indigna a Volodimir Zelenski, presidente del país agredido, renegando así de los principios de la Carta de las Naciones Unidas y de los valores proclamados en la Constitución de su país, así como de la más elemental hospitalidad.

¿Se despertarán los estadounidenses dignos?


Notas

(*) Reedición por Southern Historical Press, 2023.

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