Fisionomías (X): Museo Nacional del Romanticismo en Madrid (y II). Los retratos de los caballeros
Por las salas del Museo Romántico he encontrado más retratos femeninos que por su calidad me han llamado la atención, que masculinos. A pesar de que fueron los varones los más dados a suicidarse en actitud romántica (por lo que consta).
De todas formas, algunos sí que he recogido. Principalmente de escritores y hombres de letras que, en varios casos, también se implicaron en la agitada política española del siglo XIX.
No me falta tampoco un rostro del poder y otro del mundo del dinero.
Literatos
La verdad es que es inevitable comenzar por Gustavo Adolfo Becquer (1836 -1870) dignamente retratado en su lecho de muerte por Vicente Palmaroli (1834-1896), el pintor madrileño de padre italiano que fue director del Museo del Prado.

Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte. Vicente Palmaroli. 1870 a 1871. Museo Romántico. Madrid. Foto R.Puig
Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
¿quién se sentará?
Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
¿quién la estrechará?
Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
¿quién los cerrará?
Cuando la campana suene
(si suena, en mi funeral),
una oración al oírla,
¿quién murmurará?
Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?
¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
¿quién se acordará?
Gustavo Adolfo Becquer, Rima LXI
El poeta no lo supo, pero los amantes de la poesía seguirán acordándose de él.
—-
Otro de quien también nos acordamos es Mariano José de Larra (1809-1837) que se definía como “el pobrecito hablador” y que dijo y sintió aquello de “escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta”, pero a quien no lo mató Madrid, sino, según dicen, un amor no correspondido.
No hay retrato suyo yacente tras el suicidio, pero el museo conserva su camisa ensangrentada. Es mejor recordar al joven escritor en este gran retrato pintado por José Gutiérrez de la Vega (1791-1865) del cual he preferido dejar aquí el detalle de su mirada de soslayo.
—-
Menos dramática fue la vida de Manuel José Quintana (1772-1857), poeta oficial de la época de Isabel II, de quien fue preceptor. Neoclásico y pre-romántico en sus versos, sus poemas puede que nos suenen hoy cursis y revenidos o pomposos y rimbombantes, pero tuvo fama de buena persona entre quienes le conocieron y fue políticamente activo durante la Guerra de la Independencia.
El retrato del taller de Vicente López creo que ha logrado captar la benignidad de su temperamento.
Cuando sus amistades le pedían un poema, no sabía resistirse:
Tarde este libro a tus manos
Se vuelve, niña gentil,
Con el tributo de versos
Que me piden para ti
Bien quisiera yo que fueran
Dignos de tu verde Abril,
Tan frescos como la rosa,
Tan puros como el jazmín;
Y que volando atrevido
A modo de aura sutil,
Las alas de los amores
Te pareciera sentir.
A haber gozado un momento
De tu amable trato, al fin,
Fueran más bellos, sin duda,
Como inspirados por ti.
Una vez sola al pasar
Cual relámpago te vi,
Y no es más dulce la aurora
Cuando comienza a reír.
Y al ver la gracia y la gala
Con que brillabas allí,
Entre las danzas festivas
De las bellas de Madrid,
¡Bien dichoso es quien la adora!
Sin poder más, prorrumpí,
¡Y el que la deba un suspiro
Mil y mil veces feliz!
Ni pienses tú que desdice
Este acento juvenil
De los años que severos
Ya se agolpan sobre mí,
Pues aunque Do deba amar,
¿Por qué no podré aplaudir
En el tributo de versos
Que me piden para ti?
Para el álbum de la Señorita doña María Encarnación Fernández de Córdoba, hija de los marqueses de Malpica, a ruego de su tía la marquesa de Cerralbo. Manuel José Quintana, 10 de Junio de 1835
Pero dicen que el poema que le dio a conocer fue uno dedicado al fragoroso mar.
He aquí un extracto:
Calma un momento tus soberbias ondas,
Océano inmortal, y no a mi acento
con eco turbulento
desde tu seno líquido respondas.
Cálmate, y sufre que la vista mía
por tu inquieta llanura
se tienda a su placer.
Sonó en mi mente
tu inmenso poderío,
y a las playas remotas de occidente
corrí desde el humilde Manzanares
por contemplar tu gloria,
y adorarte también, Dios de los mares.
Oda al Mar – Manuel José Quintana
Así como su poema a la rebelión contra la invasión napoleónica.
Sólo unos versos como muestra:
¿Qué era, decidme, la nación que un día
reina del mundo proclamó el destino,
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?
….
Ora en el cieno del oprobio hundida,
abandonada a la insolencia ajena,
como esclava en mercado, ya aguardaba
la ruda argolla y la servil cadena
….
Estremecióse España
del indigno rumor que cerca oía,
y al grande impulso de su justa saña
rompió el volcán que en su interior hervía.
…
La heroica España
de entre el estrago universal y horrores
levanta la cabeza ensangrentada,
y, vencedora de su mal destino,
vuelve a dar a la tierra amedrentada
su cetro de oro y su blasón divino
A España, después de la Revolución de marzo. Manuel José Quintana, Abril 1808
Si alguien se extraña de que cite tanto a este poeta, le daré una explicación: sus versos le gustaban a mi abuelo materno, que también fue romántico a su modo. A su memoria los brindo.
—–
Pero el retrato de verdad romántico es uno del guipuzcoano Eugenio de Ochoa y Montel (1815-1872), un humanista abierto y europeo.
Filólogo, tradujo y editó autores franceses (V. Hugo, J. Sand, F. Soulié, A. Dumas), escribió teatro, novela y poesía, fue un buen crítico literario y fundador de la revista “El Artista”, además de pintor y político. Este lienzo anónimo es estupendo. Hay en él algo que me llama la atención, es ese botón o flor roja de su ojal que añade misterio al aire garibaldino y seguro de sí mismo del retratado.
Con su esposa, la hermana de Federico de Madrazo (1815-1894), fueron padres de una familia numerosa de diez hijos.
De la literatura pasamos a dos mundos y dos rostros que están en el Museo Romántico por mor de la cronología. Uno representa a las milicias de entonces y el último, el del banquero, a la parentela del fundador del museo.
Altivos
En el detalle de mi foto no se ven las condecoraciones en este magnífico trabajo de Federico de Madrazo que le costó al retratado 3000 reales.
Fernando Álvarez Martínez (1814-1883) fue ministro de Gracia y Justicia y presidió el Congreso de los Diputados. Alcanzó el grado de capitán militando en las guerras carlistas. Fue miembro fundador de la Real Academia de Ciencias Políticas y presidente del Tribunal de Cuentas. ¿Quién da más?
—–
Y, hablando de cuentas, también es altiva la fisionomía del banquero Jaime Ceriola enarcando las cejas, retratado en 1835 por el pintor Bernardo López Piquer (1799-1874) hijo de Vicente López.
Ceriola era un emigrante leridano. Se enriqueció en La Mancha comprando propiedades eclesiásticas durante la desamortización de Mendizábal y Madoz. Emparentó a través de sus hijos con otros banqueros y con la nobleza. Fue diputado a Cortes y senador vitalicio. Su primogénito, José Ceriola, llegó a ser uno de los hombres más ricos de la provincia de Ciudad Real. En una generación los Ceriola pasaron del mundo de los negocios en torno a la Ciudad Condal a convertirse en terratenientes de Ciudad Real
(Fuente: Tesis Doctoral de Ángel Ramón del Valle Calzado, La desamortización eclesiástica de la provincia de Ciudad Real, 1836-1854, Cuenca, Universidad de Castilla la Mancha, 1995)
En estos tiempos de alambicadas disputas históricas no hay que olvidar que mucha de la especulación capitalista española en el siglo XIX tenía su origen en el nordeste peninsular. Se dio entonces una especie de emigración (pudiente) desde los polos de la industria catalana hacia los sabrosos negocios del centro del país. Todavía no se podía imaginar que un siglo más tarde serían los charnegos (pobres) los que viajarían con lo puesto en la otra dirección.
Pero esa es otra historia y en eso no soy autoridad, hoy sólo reseño una modesta muestra del repertorio romántico de nuestro patrimonio nacional.