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Fin de curso: y me examiné de Técnicas para la Pintura…

28 junio, 2011


Detalles de mi cuadro para el examen de Tecniche per la Pittura  

El turista que visita Roma no se irá de la ciudad eterna sin que se le hinchen los pies y sin encontrarse con al menos dos docenas de pontífices del Renacimiento y siglos sucesivos esculpidos en mármoles de gran tamaño en todo el esplendor de sus vestiduras y sus mitras, en basílicas, iglesias, museos y palacios. Ese número aumenta a varios centenares si tenemos en cuenta la pintura en frescos y lienzos: Julio II, Clemente XII, Urbano VIII, Inocencio X, Benedicto XIV, León XIII, Pío XI, etc., etc.

Y por poner mitras en la cabeza de alguien que no quede, como en los putti de la basílica de San Juan de Letrán.

 

  

  

Toda esta prosopopeya e imaginería  raya con una metamorfosis surreal de los Evangelios.  Aunque uno, desde una visión laicista del mundo,  no simpatice con el fundamentalismo del joven fraile Lutero cuando, visitando Roma, sintió que aquello era la Babilonia bíblica, digna de una lluvia de fuego como Sodoma y Gomorra, no es difícil estar de acuerdo con un humanista cristiano como Erasmo de Rotterdam, cuando al presenciar la entrada del papa Julio II en Bolonia, al frente de sus huestes en el mejor estilo de un señor de la guerra, se sentía como un extraterrestre que, habiendo leído los Evangelios, llegase de la luna con ánimo de encontrarse con los líderes que administraban el mensaje de aquel Jesús de Nazareth y le dijesen que ese generalísimo a caballo era su representante supremo.

Del empacho de imágenes pontificales al que te somete Roma ha nacido mi último cuadro para la asignatura de Técnicas para la Pintura con el profesor Moreno Bondi ( http://morenobondi.weebly.com/ )

Sólo doy detalles para no arriesgarme a tropezar con una interpretación rigorista de las normas que he aceptado al abrir este blog. Si a alguien le interesa, que me lo comente y le enviaré la foto completa del cuadro.

El cuadro se titula Ad efesios 4, 22… aunque podría llamarse  Broadband, y, como soy un falso modesto, no diré la nota que me ha dado el profesor Bondi.

Para glosarlo os cuento una parábola:

Érase una vez un pontífice romano, de aquellos de los buenos viejos tiempos, que se encontró con Erasmo de Rotterdam en la basílica de Santa Maria Maggiore. El humanista traía en sus manos las pruebas de imprenta de una de sus ediciones del Nuevo Testamento. Aguantando las ganas de llamar a la guardia vaticana para que llevase a Erasmo a la hoguera, el Papa, no se sabe por qué impulso de tolerancia, bajando de su carroza de media gala, se puso a dialogar con el de Rotterdam.

Erasmo abrió las páginas que tenía entre manos y por azar la mirada del Papa cayó sobre la carta Ad efesios (a los habitantes de Éfeso) que se atribuye a San Pablo, en la cual, además de poner a las mujeres en su sitio (ya se sabe que el de Tarso era feminista), en el pasaje 4,22 exhorta a los cristianos a que se desnuden, («desnudaos» dice), vamos, a que se quiten de encima todas las malas costumbres y sus ropajes. Por cierto que del título de esa carta viene la palabra ‘adefesio’, pero en esta parábola no tratamos de eso.

Nuestro pontífice, que iba recubierto de todas sus pompas vestimentarias, adornado con orlas bordadas en oro y plata, colgado de su cuello un pectoral de oro y gemas,  y coronado con una mitra de varios niveles que no se puede describir con palabras, se quedo bastante preocupado. Por allí dentro se le agitaron algunos recuerdillos del Evangelio, cuyas páginas, de tanto leer el Código de Derecho Canónico y de tanto promulgar bulas y proclamar indulgencias (pues le hacían falta los óbolos de la Cristiandad para construir palacios y basílicas,  y financiar su mausoleo), no abría desde hace años.

Así que, después de dar permiso a Erasmo para que se retirase de su presencia, vuelto a su palacio y presa de gran contrición decidió desnudarse de todo aquello para seguir el consejo paolino. Se iba pues quedando como había venido al mundo (hasta el anillo pontificio se quitó), pero al llegar a la mitra, símbolo máximo del poder papal, se sentía tan apegado a ella que no era capaz de quitársela. Ya estaba completamente desnudo, pero penaba a la idea de despojarse de su mitra.

Con esfuerzo sobrehumano lo intentó ¡y lo logró!  Pero ¿sabéis lo que ocurrió?  (…) Pues que se interrumpió la conexión ADSL ¡se desconectó de la broadband del Espíritu Santo¡ ¡Menuda tragedia para la Cristiandad!

Esta es en última instancia la razón por la que los papas siguieron durante siglos con sus mitras: les servían para estar inspirados, eran las antenas de la infalibilidad. Pasados muchos muchos años, los técnicos de la Radio Vaticana,  hace relativamente poco tiempo, consiguieron que bastase con tener una mitra central en el Tesoro de San Pedro.  Esa mítrica antena capta las señales del ultracielo (como llamaba el poeta Jules Supervielle a esas regiones lejanas del Cosmos), que es donde parece habita la Trinidad (no hagáis caso de ese ateo de Stephen Hawking).

Hoy en día, desde esa antena de forma ovoide las señales se retrasmiten nítidas al teléfono móvil de Benedicto XVI. Por eso los papas ya no necesitan la mitra. Además, está demostrado que, si se la pusiesen, el riesgo de cáncer cerebral papal, que ya es elevado,  subiría mucho. A pesar de todo, dicen que Juan Pablo II, cuando quería tener un buen colocón de inspiración se iba a hurtadillas al Tesoro Vaticano y se la ponía.

Si os acercáis a la vitrina de la famosa mitra en el Tesoro de San Pedro veréis cómo vuestro teléfono móvil se vuelve loco de interferencias. A lo mejor, si sois hackers  lo mismo conseguís meteros en la banda del Espíritu Santo. Por probar…


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