De carrozas y papas
Roma es un microcosmos de la historia, más específicamente de la historia del catolicismo, si bien la palabra micro no es demasiado apropiada para esta inmensa urbe. Se comienza por las catacumbas, cuando los cristianos se hacían matar. A finales del siglo II se reduce el número de evangelios y leyendas sobre Jesús y se consolidan los cuatro “canónicos”, la historia de un hombre comienza a ser tradición y construcción teológica. La parusía y el final de los tiempos, la vuelta de Cristo, ya no son inminentes. De todo ello Roma acumula vestigios, imágenes y símbolos, entre la historia y la leyenda.
Bajo Costantino se da el salto hacia el dominio y el poder. Los sucesores de los perseguidos, de a quienes se mataba, de los mártires, descubren que a su vez ellos ya pueden perseguir, condenar y matar enarbolando los símbolos cristianos (evolución que no es una exclusiva cristiana, pues ha caracterizado también a otras religiones).

“Bajo este signo vencerás”. Batalla de Ponte Milvio. Estancias de Rafael, Museos Vaticanos. Foto R.Puig
«Yo soy el obispo de Roma…»
De las sandalias del pescador se pasa a la espada, los vicarios de Pedro se mudan del subterráneo a basílicas y palacios y se convierten en monarcas, con su corte de príncipes de la Iglesia.
Allá por el siglo VIII, se consolidan los estados pontificios. Nazareth queda lejos, el carpintero ya no trabaja la madera sino la piedra, el reino de los papas ya no es intemporal y se defiende y se ensancha con la fuerza de los ejércitos. De este modo continuará la saga, hasta que, mil años más tarde y también con la espada, se lo arrebaten los italianos.
La unificación italiana, de la que el día 17 de este mes se conmemorarán los ciento cincuenta años, acaba con los estados pontificios, que se reducirán así al estado vaticano. Los monarcas pontificios se resignarán a imperar en un reducido territorio sobre la supuesta tumba de San Pedro, el pescador, merced a la munificencia de Mussolini en los tratados de Letrán (no sin compensaciones todavía vigentes que pueden calificarse como poderes morales sobre la sociedad italiana) .
Las carrozas del Vaticano
Roma es la metáfora, el registro pétreo y museístico de ese largo periplo de dos mil años. De entre tanto resto, en una especie de catacumba junto a los jardines y la cafetería exterior de los museos vaticanos, se conservan las carrozas y calesas papales.
Normalmente, el visitante, exhausto, no tiene ya energía en sus piernas para bajar las escaleras; pero si, sacando fuerzas de flaqueza, hace el esfuerzo, se sentirá trasladado al reino de los cuentos, al mundo de Cenicienta.
Ahí podrá ver cómo, tras la pérdida de los territorios pontificios, los cortejos papales fueron pasando gradualmente de trotar detrás de la carroza del vicario de Cristo a seguir a paso ligero el recorrido del papamóvil.
La carroza que, allá por los años veinte del siglo XIX, se hizo construir León XII para visitar las iglesias de Roma y causar impresión a sus feligreses, la più rica carrozza sovrana o “berlina de gran gala”,costó veintiséis mil escudos, está aparatosamente decorada en bronce dorado y el tiro constaba de seis caballos.
Sus portezuelas están decoradas también con símbolos ad hoc
y en el techo, por dentro, refulge el Espíritu Santo
Los cardenales también podían tener las suyas, como esta del cardenal Luciano Bonaparte
Había diversos niveles: Pío IX (pontífice de 1846 a 1878) tenía una de terza gala
y otra de mezza.
No sabemos si, al perder los estados pontificios, a Pío IX le quedaron muchas ocasiones para salir de cortejo.
Pero, en todo caso, Pío X , fogoso combatiente contra la herejía modernista, siguió subiendo a la carroza.
De su sucesor, León XIII (pontífice de 1878 a 1903), no ha quedado ninguna carroza en los museos vaticanos. Le bastaba con pedir a los asistentes a sus audiencias que se mantuviesen de rodillas. Hay quien opina que en su prolífica producción de encíclicas, su hiperactividad y su enorme inspiración en multitud de temas, y sobre todo su lanzamiento de la primera formulación de la doctrina social de la Iglesia, tuvo algo que ver la cocaína.
De hecho era un entusiasta consumidor y promotor del Vino Mariani, un licor de cocaína que fue popular en la aristocracia y las clases pudientes de la época, como Alfonso XIII y la Reina Victoria. Tan es así que el papa concedió a su creador y productor, el francés Angelo Mariani, una medalla, y le autorizó a poner la efigie papal en sus botellas. Sin la cocaína quizás nos hubiéramos quedado sin la encíclica De rerum novarum, que traducido al castellano significa algo así como A propósito de las últimas novedades.
Pero me estoy yendo por los cerros de Úbeda pues esto ya no tiene nada que ver con las carrozas. ¿O sí?
Para acabar digamos que, con el paso del tiempo, los papas las sustituirán por sucesivos modelos de papamóvil, incluída la variante de safari.