Verano gandul

Hace ya años la televisión hizo popular en España un programa. Se titulaba «Verano azul» y quienes pertenecen a la generación de mis hijos seguramente se acuerdan. ¡Y yo también!, aunque ya no era niño por entonces.
Pues bien, hay días en que este verano mío, aunque tenga días azules, se me antoja gandul. Tanto es así que me voy a contentar, en este domingo de una Suecia a cámara lenta, con traer al blog algunas imágenes indolentes.
Y ya que estuvimos ayer remojándonos por la costa de las inmediaciones de Gotemburgo, me permito algunas reflexiones,
Cuando deambulas por los parajes del oeste de Suecia tienes la sensación de caminar entre los extremos emergentes de colosales batolitos, asentados, hondo, muy hondo, en las entrañas de la tierra. De modo especial, esta impresión se agudiza en las orillas de lo que aquí llaman «playas» (stränder) y que en realidad son roquedales, en esta época agradablemente caldeados por el sol de julio, que invitan a a extender la toalla cerca de unas aguas de las que el sabor de sal está ausente.

Varias glaciaciones se encargaron de limarlos o -diríamos más- pulirlos. Y ahora que los hielos ya no oprimen estas rocas inconmensurables, la Costa Oeste de Escandinavia se alza milímetro a milímetro, imperceptiblemente, mientras el Este báltico se recuesta a poquitos.


Entre esos pechos de dura roca cerca de Gotemburgo, se alternan exiguas parcelas de arena y grava en las que los niños pueden bañarse sin sobresaltos.
Cuando observas las rocas que te rodean, estás sin querer leyendo la historia magmática de esta piedra esculpida por el hielo.
Abstracciones pétreas (*)
Movimientos petrificados hace milenios, si es que no millones de años…
que no sé por qué, en su fluida dureza, me hacen pensar en los frágiles trabajos de Manolo Millares (1976-1972).
Me pregunto también si alguna de esas inquietas expediciones en el espacio extraterrestre nos llevará algún día al sensacional descubrimiento de motas de vida como las que aquí os muestro:
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Por mi calles
Dominado por la pigricia de este mes de julio escandinavo, me despido con un potpurrí de fotos tomadas en las calles de Gotemburgo en estos últimos días.
Empiezo por un homenaje a un cuervo que se ha escapado de una fábula de Jean De La Fontaine (1621-1695), de cuyo nacimiento se han cumplido cuatrocientos años el día 8. Si aquel fabulador hubiera conocido la TV seguramente hubiera contratado a algún Antonio Mercero (1936-2018) para escenificar sus cuentos, probablemente asesorado por un Rodríguez de la Fuente (1928-1980).
Y ya que estamos con las aves, les presento a una gaviota que anda paseándose bajo las ventanas de mi casa y que no chilla como las muchas otras que nos despiertan con sus conciertos. No están en el mar pescando -pareciera que ya no sepan hacerlo- y pueblan los tejados, los canales y hasta los parques y las calles de Gotemburgo. Tomarse un emparedado al aire libre puede suscitar la voracidad de alguna de ellas y que se lance en picado intentando arrebatártelo de las manos (certificado por un yerno a quien le ocurrió).
Pero en fin, no dejo de sentir por ello piedad por esta gaviota enmudecida a causa de su hábito de rebuscar en las basuras.
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Justo en la acera de enfrente, un flaneur de sombrero galán y camisa impecable ha pegado hebra con dos vecinas que están arreglando algo en su moto…
Tus propias calles pueden dar mucho de sí en pleno verano gandul…
Una buena parte de vecindario se ha tomado vacaciones fuera de la ciudad.
Las veredas del parque sueñan con difusos recuerdos del pasado…
NOTAS:
(*) Las fotos de la piedra son de calidad mediocre, debido a la vejez de mi telefonillo.
Me encanta como nos cuentas cosas de manera sencilla. Pareciera que paseamos contigo.
Saludos
Lauhra,
me encanta poder ayudar a salir de casa a estirar las piernas 🙂
Saludos
Batolitos con agua sin sal…todos los días aprendo algo nuevo….un rincón màs de la màgica Suecia,!!
Gracias, Bernardo, de Suecia se saben algunas cosas, pero como ocurre también con el Perú, la mayor parte de los detalles del país se quedan en casa.